James estaba abrumado por los oleajes de deseo que se hinchaban dentro de él.
Su lobo se agitaba y lo instaba a reclamar a la hembra que estaba frente a él.
La garganta de James estaba seca como si hubiera cruzado muchos desiertos sin una sola gota de agua, y Cornelia era el agua de la vida que podría saciar su sed. Realmente quería consumirla por completo hasta que se fundieran y se convirtieran en uno solo.
Su corazón retumbaba al ritmo de su nombre. Cornelia. Cora. Su compañera. Suyo. ¡Suyo!
James sabía que Cornelia tenía varios siglos de edad, pero en ese momento sus ojos llenos de preocupación y amor la hacían parecer como una inocente doncella inmaculada que era ajena a la salvajada de la que eran capaces los machos. Machos, como él. ¿Desecraría su belleza su tacto?