James se sintió como un idiota. ¿Se quedó mirando sus pechos y lo atraparon? ¿Desde cuándo no era capaz de controlar algo tan simple como a dónde miraba? Parecía que sus años de vigilancia cayeron por la borda frente a Cornelia, y el hecho de que su lobo estuviera inquieto no ayudaba.
—¿Te ofendí? Me disculpo —dijo James.
Cornelia aprobó su comportamiento dócil. —No estoy ofendida. ¿Por qué estás aquí? —Ella pensó que su interacción había terminado en el jardín.
—No me dijiste tu nombre.
—Cornelia.
—Cornelia —repitió James—. ¿Puedo llamarte Cora?
Cornelia parpadeó. Nadie le había puesto un apodo antes. Otros usaban su nombre completo, o 'hermana' o 'sacerdotisa'. —¿Es tan malo mi nombre que quieres acortarlo?
—Me gusta Cornelia, pero creo que ese apodo lo hace más íntimo. La gente que está cerca usa apodos.
—¿Y crees que estamos cerca?
—Hace dos minutos, dijiste que somos compañeros. No puede haber nada más cercano que eso.