Damon se alzó sobre sus brazos para aumentar la distancia entre él y Talia y la luz de luna impactó en su cuerpo desnudo, haciendo que su piel apareciera blanca como la leche, casi resplandeciente.
Su aliento se entrecortó. Ella parecía una Diosa con su cabello esparcido sobre la hierba como una corona, y su mirada llena de lujuria y amor dirigida hacia él.
—Eres hermosa, Talia... —habló con voz ronca—. No puedo creer que seas mía.
Talia sonrió soñadora. Hombre tonto. Él era el hermoso.
Ella alcanzó para tocar su mejilla, y su mano se deslizó sobre su oreja para acariciar su cabello.
—Soy tuya. Tienes suerte —dijo ella con picardía, y él soltó una carcajada.