Arabelle yacía inmóvil en el sofá, mirando la entrada a la cocina. Odiaba cómo él la había arruinado para ella. Ahora, no podía ni entrar sin pensar en lo que había ocurrido allí ayer. Los recuerdos la hacían estremecerse, su cuerpo la traicionaba con un leve dolor que no desaparecía. ¡Maldita sea! Rafael Ignis era imposible. Él había dado vuelta su vida en tan solo unas horas.
Menos mal que lo había mandado a casa tan rápidamente. No podía imaginar qué habría ocurrido si lo hubiera dejado quedarse la noche. Su cocina, su baño, incluso su dormitorio—ahora todo le parecía arruinado. No podía estar en esos lugares sin ver destellos de él, de ellos, y de todo lo que habían hecho. No podía ni estar en esos lugares sin imaginarse a él y a ella desnudos. Y ni siquiera habían hecho algo en ese dormitorio... lo cual realmente era una lástima... Sacudió su cabeza. No. No iba a divagar en eso.