Nadie, absolutamente nadie, hubiera imaginado jamás que Su Alteza, el Príncipe Rafael Ignis, se enamoraría de una mujer que literalmente cayó a sus pies. Especialmente cuando estaba vestida con un atuendo que fácilmente podría confundirse con algo mucho más atrevido de lo que pretendía ser. Ciertamente, no fue que ella cayera a sus pies en el sentido tradicional, sino en el más literal, donde ahora casi yacía encima de sus zapatos.