La fresca caricia del agua del río contra la cálida piel de Ravina fue un alivio bien recibido, aliviando los palpitantes restos de placer que Malachi había despertado en ella.
Sus extremidades estaban pesadas, lánguidas con las secuelas de su climax, una fatiga dichosa ralentizando sus movimientos bajo sus manos. Su contacto era un contraste, caliente contra el frío del río, creando una embriagadora mezcla de sensaciones que oscilaban entre la calma y la tentación.
A medida que la pintura se lavaba gradualmente, podía ver el intrincado diseño que él había creado. La tinta negra había trazado una delicada rama de flores, comenzando justo debajo de su pecho y recorriendo todo el camino hasta su muslo. Ansiaba ver el efecto completo en un espejo, pero incluso a partir del incompleto reflejo en el agua, podía decir que era impresionante.
—Realmente tienes un talento —murmuró ella, su mirada trazando las pinceladas del diseño con admiración.