"Ravina yacía allí, su cuerpo todavía temblaba por las sacudidas post- climáticas. Estaba sin aliento, su corazón latía en su pecho como si acabara de correr una milla. Sus extremidades sentían pesadez, su cuerpo cálido y maleable, como si alguien la hubiera amasado exhaustivamente para luego dejarla reposar.
El malestar inicial de la intrusión de Malachi se había desvanecido en un leve latido. Su piel hormigueaba donde las manos de él habían recorrido, su tacto dejaba detrás una estela de calor que parecía penetrar en sus huesos.
Malachi la dejó yacer allí y disfrutar de la sensación hasta que tiritó. —Vamos a vestirte antes de que pesques un resfriado —le dijo.