El brujo entró a la habitación sin molestarse en cerrar la puerta detrás de él. Eso era un indicador de que intentar huir sería inútil. Tenía sus pistolas, pero de ninguna manera iba a usarlas contra esta criatura. Ares no conocía el límite de la magia y no quería enfurecer a un brujo y pasar el resto de lo que le quedaba de vida en una cueva.
—De repente tienes prisa —dijo.
—Necesito estar en algún lugar —respondió Ares.
El brujo sonrió.
—¿Con Nazneen?
—La conoces —estrechó los ojos—. ¿Eres tú el que...
—Sí.
Estupendo. Estaba con el experto en maldecir a las personas.
—¿Quieres que ella pierda?
Ares estaba confundido. Según lo que Joel le había contado, este hombre parecía ir tras Malachi y Ravina. No Nazneen.
El brujo rió entre dientes.