—Quiero que tú también me montes. —Su voz áspera vibraba en su pecho.
—¿Montarlo... a él? —Sintió calor subiendo a su rostro al entender lo que él quería decir. Malditos esos libros. Completamente sorprendida, sus brazos lo empujaron, pero su agarre alrededor de ella era firme.
—No eres un animal.
—Tú sacas el animal en mí. —Sus dedos se hundieron en los costados de su cintura. Ravina perdió el aliento, sintiendo la posesividad en su agarre. —¿Eres la coneja ahora? —preguntó apartando el pelo hacia atrás y lejos de su pecho—. Solía ser la comida favorita de un dragón.
Se inclinó y posó sus labios en el volumen de sus pechos. Sorprendida, sus manos volaron hacia sus hombros. ¿Qué estaba haciendo?
—¿Malachi? Ah... la gente puede ver.
Miró a su alrededor preocupada, pero no pudo concentrarse en la forma en que su boca succionaba su piel. ¡Oh Dios! Su cabeza comenzó a moverse hacia atrás.
—No hay nadie aquí, —resopló mientras la guiaba hacia atrás con su boca aún en su piel—.