—Pensé que no te gustaba la palidez —dijo ella.
—No me gustaba —respondió él, continuando poniendo la pasta en su brazo—. Luego empujó su brazo a un lado y ella sintió la pasta fresca en el costado de su cintura. Ella permaneció inmóvil mientras sus dedos la hacían cosquillas.
Cuando terminó, cerró la caja. —Descansa ahora. Prepararé la cena —dijo poniéndose de pie.
—Acabo de… despertar —dijo ella, temiendo ya no poder hacer mucho.
—Me refería a descansar, no a dormir.
—No puedo.
Él frunció el ceño. —¿Por qué no?
Ella apretó su mandíbula. —Me estresa.
—¿Descansar te estresa?
—Sí.
La observó atentamente y ella evitó su mirada. —Bueno entonces… —sin previo aviso se inclinó y la levantó.
—Oh… ¿qué estás haciendo? La levantó como si levantase una manta del sofá.
—Llevándote a la cocina para que tengas algo que hacer.
Se sonrojó cuando él la llevó de vuelta a la cocina. La colocó en una silla cerca de la mesa. —No cebollas esta vez. Puedes pelar las patatas y las zanahorias.