Ravina permaneció en sus brazos y le permitió calentarla. Le estaba gustando más de lo que debería y su olor se estaba volviendo familiar. ¿Cómo era posible? Volvió a culpar al vino.
—¿A qué huelo para ti? —preguntó.
Sintió que él se movía y luego se congelaba. Había querido torturarlo con su aroma y ahora él la sostenía tan cerca. ¿Qué estaba sintiendo?
—Hueles a flores. Dulce, floral y femenina. —La forma en que lo dijo la hizo derretirse lentamente.
—Eso no suena como yo —dijo ella.
—El olor de alguien nunca se equivoca.
Permaneció en silencio y de nuevo se dio cuenta de sus cuerpos. Sus muslos eran una distracción y realmente estaba luchando contra el impulso de cubrirlos. Era demasiado, especialmente porque se sataba entre ellos. Se movió sintiéndose demasiado cálida de repente y lo escuchó hacer una respiración profunda.
—Eh... —intentó quitarle el brazo—. Ya estoy caliente.