—Malachi —el sacerdote dejó de tocar su instrumento y entró.
Malachi no giró para mirarlo. Su mirada estaba fija en el humano que dormía tranquilamente. Su rostro se veía muy diferente cuando estaba relajada. Casi angelical, con su piel pálida y el cabello claro. Parecía inocente e inofensiva. Se veía hermosa.
El sacerdote se paró a su lado y también la miró. —He agotado a la niña —sonrió.
—¿Subió todas las escaleras?
—Sí, y lavó todo el suelo —dijo, señalando a su alrededor. Malachi bajó la mirada y miró hacia adelante al suelo brillante—. Es una trabajadora muy dedicada. Muy diligente. No dejó ningún lugar sin limpiar.
¿Qué estaba tratando de hacer esta mujer? ¿Ahora ganar favores con el sacerdote? Que impresionante.
—Probablemente no ha tenido un buen sueño en años —Chanan se agachó para estudiarla—. Qué pesada alma para llevar en un cuerpo tan pequeño —luego levantó la mirada hacia él—. Necesita mucho cuidado.
—Ella no está aquí para ser cuidada —dijo Malachi.