Richard, ahora el rey Russell Hawkins caminaba por las celdas de la mazmorra, ignorando los llamados de los prisioneros. Llegó a la puerta al final e ingresó en la parte apartada de la mazmorra, donde Ares estaba encerrado en una celda.
Ares Steele. Su hombre de confianza, ya no tan confiable, había ayudado a su hija a escapar.
Vino a pararse frente a su celda, sus ojos se estrecharon, estudiando el objeto de su interés y furia. Ares se levantó de donde estaba sentado en una esquina y avanzó, su cara cubierta de moretones y su ropa de sangre.
—Su Majestad —dijo con su voz usualmente seria.
—Me decepcionas, Steele.
Ares mantuvo su cabeza alta y su mirada firme.
—Hice lo que tenía que hacer.
—Mandaste a mi hija y a la mujer de quien afirmas tener afecto a morir.
—Ella no morirá.
Richard frunció el ceño. Ares parecía seguro y por mucho que había leído esos libros sobre parejas de cría, no estaba tan seguro como el hombre.