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(Desde la perspectiva de Demetrio)
Después de la reunión, fui a la oficina de mi esposa para ver cómo estaba. Probablemente estuviera echando un vistazo a los documentos y charlando con los niños del duque. Le dije muchas veces que no se preocupara por el trabajo, pero aún así lo hacía. No quería que se estresara. Además, estaba embarazada.
La escena que vi al entrar no fue la que esperaba.
—¿Por qué estás llorando? —pregunté con enojo—. ¿Quién te hizo llorar?
—¿Fueron ustedes dos? —pregunté a sus caballeros—. ¿Ustedes la hicieron llorar?!
—No, quiero decir... —murmuró Calix.
—Fueron ellos dos, Su Majestad —dijo el hijo del duque, Abel—. Ellos no paraban de disculparse y Su Majestad se molestó por eso.
—¡Malditos idiotas! —murmuré enojado y tomé la cara de mi esposa entre mis manos—. Cariño, ¿qué pasó?
—No es... ellos… —sollozó—. Simplemente... no sé... Simplemente no son ellos...