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—¿Qué es lo que quiero? Detener la boda, por supuesto —respondió la señora con tono cortante.
El ceño de Steffan se frunció en un gesto de profundo disgusto.
La voz le sonaba vagamente familiar al escucharla de cerca. Su ira se elevó al no poder recordar dónde había oído esa voz antes.
Desde el rincón de su ojo, pudo ver cómo los guardias de su familia se posicionaban en puntos estratégicos entre los bancos y les hizo señas con la mirada para que se detuvieran un poco. Estaba seguro de que podía manejar la situación. ¿Acaso no era solo una mujer?
—¡Esta boda no puede llevarse a cabo! —declaró la señora como un juez que daba su veredicto final, aparentemente ajena a lo que sucedía o quizás incluso decidida a desafiar las consecuencias y llevar a cabo su misión del día.