Glosario ☝️🤓
Maje: Tonto o estúpido
En las calles de Soyapango, el sol estaba en su apogeo y el calor envolvía a los transeúntes, incluyendo a Alexander
más conocido por el nombre de La Santa Muerte. Era un pandillero que pertenecía a La Mara Salvatrucha, una pandilla internacional originaria de El Salvador.
Recorría su territorio como hacía a diario, adultos y ancianos lo observaban con temor mientras que algunos niños lo veían con admiración.
De repente, el pandillero percibió unos gritos procedentes del área de las tiendas. Intrigado, se dirigió hacia el lugar, varias personas se cruzaron en su camino, huyendo en dirección contraria.
Siguió avanzando, el olor a sangre se hizo presente.
Con cada paso que daba, un compañero derribado aparecía. Él no perdió la calma a pesar de que sabía que su territorio estaba bajo ataque.
Que alguien atacara el territorio de Alexander era algo inusual. Las demás pandillas sabían que no era conveniente involucrarse con él, ni siquiera las autoridades se atrevían a entrar.
Era claro que el individuo que había transgredido los límites de su territorio era alguien muy arrogante o, simplemente, alguien que no pertenecía a la ciudad.
El corazón de Alexander martilleaba en su pecho, empapando su cuerpo en sudor. Los brazos le temblaban incontrolablemente, sus pupilas se dilataron hasta el límite y sentía como si una tormenta eléctrica estallara en su interior. La adrenalina inundaba su sistema, preparándolo para la batalla.
Al llegar, se encontró con un panorama desolador: tiendas destrozadas, vidrios rotos esparcidos por el suelo y personas heridas que gemían de dolor. Entre el caos, dos figuras extrañas llamaban la atención. Un hombre, vestido con un impecable traje blanco, se erguía frente a una niña que protegía con su pequeño cuerpo a su madre inconsciente.
—¡No se atrevan a tocar a mi madre! ¡Cabrones! —gritó la niña, sosteniendo una estaca.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja! —se mofó el T. Blanco—. Ese es el espíritu, mocosa. Diviérteme un poco más.
—Debemos enfocarnos en el objetivo. Deja de entretenerte, ya perdimos tiempo lidiando con los pandilleros de antes —dijo la mujer que vestía un hanfu negro.
—Si hay algo que tenemos de sobra es tiempo —respondió el T. Blanco.
La niña corrió hacia él, intentando apuñalarlo con la estaca, pero su intento fue inútil. Existía un abismo de diferencia entre ellos.
El T. Blanco agarró a la niña del pelo, la lanzó contra el suelo y la pateó con todas sus fuerzas. El pequeño cuerpo salió volando y se estrelló contra la pared. Su brazo izquierdo se había quebrado y su cabeza se había abierto, ensangrentando su rostro. Debilitada, la niña ya no pudo mantenerse en pie.
—¡Qué patético, JA!— se burló el T. Blanco.
−Eso estuvo bastante bien para una mocosa—, objetó Alexander con una mirada orgullosa en su rostro, −Me gustaría enfrentarla cuando sea mayor—.
−¿Y quién eres tú?— preguntó el T. Blanco con una expresión sádica y burlona.
−Soy el dueño de todo lo que ves, este es el territorio de 'La Santa Muerte', o sea yo—, respondió Alexander mientras formaba un pájaro con sus manos.
−¡Ju, ju, ju! Entonces tú eres 'La Santa Muerte', pareces problemático, entiendo perfectamente a tu gobernador—, dijo el T. Blanco.
−Debería haber adivinado que ese maje haría algo así—, pensó en voz alta Alexander.
−Sí, él te necesita fuera del área y nosotros necesitamos un luchador—, dijo el T. Blanco.
−¿Luchador?— preguntó Alexander confundido.
−Lo entenderás, ahora basta de cháchara, demuéstrame por qué te pusieron ese ridículo apodo—, respondió el T. Blanco.
−Mantente fuera de esto—, le dijo el T. Blanco a la chica en el hanfu negro.
En un abrir y cerrar de ojos, el Traje Blanco se acercó a Alexander para golpearle la sien. El golpe hizo volar al miembro de la pandilla, quien se estrelló contra la pared y cayó inconsciente junto a la niña.
A Alexander siempre le había encantado pelear; le hacía sentirse libre. Por eso, decidió unirse a la MS-13 (Mara Salvatrucha), pensando que tendría la oportunidad de pelear todo el tiempo.
Había sobrevivido a la prueba. Trece segundos interminables de una paliza brutal, un ritual que lo marcaría de por vida. El dolor era insoportable, pero lo había forjado, convirtiéndolo en uno de ellos.
Empezó con trabajos sencillos como vender drogas y extorsionar. Siempre que podía, peleaba con miembros de otras pandillas. Se divertía mucho, estaba disfrutando realmente la vida. Y una noche, cuando solo tenía 14 años, experimentó lo que era quitarle la vida a otro ser humano. Por supuesto, ya estaba acostumbrado a cometer acciones que la sociedad consideraba malas o moralmente incorrectas, pero esto era de otro nivel.
En medio de una guerra territorial, Alexander se encontró con un tipo de la pandilla rival. Era un verdadero animal salvaje, parecía imposible de domesticar. La pequeña Mara no dudó y lo desafió. En segundos, la bestia lo dejó inconsciente de un golpe y comenzó a golpear su cuerpo inerte, lleno de rabia asesina. Cada golpe era como un latido de tambor, implacable y brutal.
¡Tum! ¡Tum! ¡TUM!
De repente, el cuerpo del muchacho estaba completamente desnudo, flotando en un espacio desconocido. El chico comprendió al instante que ya no se encontraba en el plano físico. A lo lejos, vio a una mujer con un cabello tan negro como el carbón y unos ojos verdes como esmeraldas. Vestía una túnica carmesí y se aproximaba. Finalmente, cuando la tuvo frente a él, ella agarró su cabeza y lo besó en la frente.
Despertó inmediatamente e intentó sacarle un ojo a la bestia. Esta observó que aquel niño que había derribado sin esfuerzo había cambiado. Ahora, sus ojos eran de color carmesí y una sed de sangre rodeaba su cuerpo.
Alexander se abalanzó contra la bestia y, de una mordida, le arrancó la nariz. El intercambio de golpes que se produjo después fue tan increíble que los demás pandilleros dejaron de luchar entre ellos para detenerse a observar. Era como si estuvieran hipnotizados, o tal vez demasiado aterrados para seguir moviéndose.
Ambos lanzaban golpes mortales. La sangre que sus cuerpos expulsaban generaba un charco debajo de sus pies. Alexander atrapó uno de los golpes de la bestia y se subió a su cuerpo. A mordidas, le arrancó pedazos de piel de todo el cuerpo.
El dolor consumió el espíritu de lucha de la bestia. Por primera vez, se sintió como una presa, igual que un roedor siendo cazado por un ave rapaz.
La mara le sacó los ojos lenta y dolorosamente para, seguidamente, comérselos. Ese fue el día en que se ganó el apodo de "La santa muerte".
Regresando a la pelea con los extranjeros
Alexander despertó. Ahora sus ojos eran de color carmesí. Eso no sucedía desde la pelea con la bestia. El T. Blanco sabía que debía ponerse serio y se quitó el traje y los zapatos.
Los dos se impulsaron y colisionaron, y una nube de energía negra que podía percibirse a kilómetros cubrió el barrio del pandillero.
Lo próximo que Alexander vio fue el techo de una habitación desconocida. Toda la habitación era de color amarillo y el equipamiento parecía de alta tecnología. Desorientado, de repente su cabeza se llenó de preguntas:.
¿Adónde se encontraban los extranjeros?
¿Qué había pasado con su barrio y sus compañeros?
¿Había perdido?
—Bueno, no importa —dijo mientras se levantaba de la cama y se dirigía hacia la puerta—. Voy a resolver todo como siempre lo hago.