Isaac, Sara, Albert e Isabella habían llegado al final de su viaje. Después de atravesar un bosque oscuro, un desierto ardiente y un mar tormentoso, se encontraron frente a una enorme puerta de oro que se alzaba sobre las nubes. Era la entrada a la prisión celestial, donde estaba encerrado Astaroth, el demonio que buscaban.
- ¿Están listos? - preguntó Isaac, mirando a sus compañeros.
- Sí, vamos a hacer esto - respondió Sara, agarrando su arco.
- No podemos fallar - dijo Albert, ajustando su libro.
- Tenemos que liberar a Astaroth - afirmó Isabella, sosteniendo su lanza.
Los cuatro se acercaron a la puerta, dispuestos a abrirla. Pero antes de que pudieran tocarla, una voz grave y amenazante resonó en el aire.
- ¡Alto! ¿Qué creen que están haciendo?
De repente, una figura alada salió de detrás de la puerta. Era Amon, uno de los Ars Goetia, los 72 demonios más poderosos. Tenía el aspecto de un hombre con un tono de piel morena y pelo de un tono café. Sus ojos rojos brillaban con furia.
- ¿Amon? - exclamó Isaac, reconociéndolo.
- Así es, soy yo - confirmó Amon, con una sonrisa maliciosa. - Y no voy a dejar que liberen a Astaroth. Si quieren pasar, tendrán que hacerlo por encima de mi cadáver.
- ¿Por qué? ¿Qué tienes contra Astaroth? - preguntó Sara, confundida.
- No es asunto tuyo - respondió Amon, cortante. - Solo sé que es mi deber impedir que salga de aquí. Es un traidor y un rebelde, y merece su castigo.
- No sabes lo que dices - replicó Albert, indignado. - Astaroth nos dará información valiosa, y nos ayudará a salvar el mundo.
- No seas ingenuo - dijo Amon, burlón. - Astaroth solo se preocupa por sí mismo. No le importa el mundo, ni los humanos, ni los ángeles, ni los demonios. Solo quiere el poder y la gloria.
- Eso no es cierto - intervino Isabella, con firmeza. - Astaroth es diferente. Él nos entenderá y nos apoyará. Él es como nosotros.
- ¿Como ustedes? - repitió Amon, con incredulidad. - ¿Qué saben ustedes de lo que son? Ustedes son unos híbridos, unos mestizos, unos abominaciones. Ustedes no pertenecen a ningún lugar. Ustedes son unos renegados, como Astaroth.
- No nos insultes - advirtió Isaac, enojado. - Nosotros somos lo que somos, y estamos orgullosos de ello. No necesitamos tu aprobación, ni la de nadie.
- Pues deberían - dijo Amon, con desprecio. - Porque tarde o temprano, tendrán que enfrentarse a las consecuencias de su existencia. Ustedes son una amenaza para el equilibrio del universo, y deben ser eliminados.
- ¡Basta de hablar! - gritó Sara, impaciente. - ¡Vamos a luchar!
- Como quieran - aceptó Amon, con un gesto de desafío. - Pero no esperen que sea fácil. Yo soy uno de los más fuertes entre los Ars Goetia, y no me rendiré sin dar batalla.
Dicho esto, Amon extendió sus alas y se lanzó contra los cuatro jóvenes, que se prepararon para el combate.
La lucha fue brutal. Amon demostró ser un adversario formidable, capaz de usar tanto la magia como el combate cuerpo a cuerpo. Sus ataques eran rápidos y precisos, y sus defensas eran sólidas y resistentes. Los cuatro jóvenes tuvieron que emplearse a fondo para esquivar, bloquear y contraatacar. Isaac usaba su espada para cortar, Sara usaba su arco para tenerlo a raya, Albert usaba su mágico para emboscar, e Isabella usaba su lanza para no dejarle ni un espacio para esquivar. Cada uno de ellos aportaba su habilidad y su estilo, pero también se coordinaban y se apoyaban entre sí. Era una batalla de equipo contra un enemigo individual.
Poco a poco, los cuatro jóvenes lograron hacer retroceder a Amon, que empezó a mostrar signos de cansancio y heridas. A pesar de su orgullo y su determinación, Amon no podía resistir el asedio de sus oponentes. Finalmente, Isaac logró golpearlo el pecho, que lo hizo caer al suelo. Sara aprovechó para clavarle una flecha en el brazo, mientras que Albert le hizo aparecer una roca que le atravesó la pierna. Isabella, por su parte, usó una técnica que lo inmovilizó. Amon quedó tendido en el suelo, sangrando y sin poder moverse.
- Lo hemos hecho - dijo Isaac, aliviado.
- Hemos ganado - dijo Sara, satisfecha.
Los cuatro jóvenes celebraban su victoria. Habían derrotado a uno de los Ars Goetia, y habían abierto el camino hacia Astaroth. Solo tenían que entrar en la prisión celestial, y liberarlo.
Pero antes de que pudieran hacerlo, una sorpresa los esperaba. De la nada, una barrera de fuego azul se interpuso entre ellos y la puerta. Era una barrera mágica, que impedía el paso. Y detrás de ella, apareció otra figura. Era otro de los Ars Goetia, pero con un aspecto muy diferente al de Amon. Era Ipos, el demonio de la astucia y el engaño. Tenía el aspecto de un ángel, con cabello azul oscuro, ojos azules. Su rostro era sereno y amable, pero sus palabras eran frías y calculadoras.
- Buenas tardes, jóvenes - saludó Ipos, con una voz suave. - Espero que no les moleste mi intervención.
- ¿Quién eres tú? - preguntó Isaac, desconcertado.
- Soy Ipos, uno de los Ars Goetia, al igual que Amon - se presentó Ipos, con una sonrisa. - Pero no se preocupen, no estoy aquí para pelear con ustedes. Solo quiero hablarles.
- ¿Hablar de qué? - preguntó Sara, desconfiada.
- De muchas cosas - respondió Ipos, con un tono misterioso. - Por ejemplo, de sus verdaderos nombres.
- ¿Nuestros verdaderos nombres? - repitió Albert, confuso.
- Sí, sus verdaderos nombres - afirmó Ipos, con una mirada penetrante. - Ustedes no son Isaac, Sara, Albert e Isabella. Ustedes son Malphas, Andrealphus, Paimon y Asmodeo. Ustedes son Ars Goetia, como nosotros.
- ¿Y Qué? - exclamó Isabella, preocupada.
- Jaja - dijo Ipos, con una expresión de satisfacción. - Ustedes son Ars Goetia, pero no lo aceptan. Ustedes han vivido como humanos, pero no lo son. Ustedes han olvidado su verdadera naturaleza, pero yo se las recordare.
- Eso es imposible - negó Isaac, con incredulidad. - Nosotros nunca nos comportaremos como un Ars Goetia, nacimos de padres humanos, crecimos en el mundo humano.
- No, no lo son - insistió Ipos, con firmeza. - Ustedes son el resultado de una reencarnación incorrecta, un fallo que los convirtió en demonios. Ustedes son el fruto de la unión entre humanos y demonios, una unión que es aberrante y sin sentido. Ustedes son todo aquello que está mal.
- ¿Qué? - exclamaron los cuatro jóvenes, enfurecidos.
- Sí, lo que oyen - dijo Ipos, con una risa. - Y que ustedes son algo que nunca tuvo que pasar pero pasó,nunca vi que tu
- ...vieran hijos demonios con humanos ya que es imposible. Yo sé como funciona pero las almas de esos Ars Goetia terminaron en ustedes. Pero no fue solo una reencarnación, su alma humana se fusionó con la del demonio. Y yo fui el que los guió hasta aquí, que les hizo encontrar a Astaroth.
- ¿Por qué? - preguntaron los cuatro jóvenes, con angustia. - ¿Por qué nos dices todo eso?
- Por la verdad - respondió Ipos, con simpleza. - Para que sepan lo que son ahora. son demonios ya no son humanos. No lo pueden cambiar. Vivirán para siempre como lo que odiaron la mayor parte de su vida. Son un híbrido no son humanos.
- Eres un monstruo - acusó Isaac, con horror.
- Eres un loco - dijo Sara, con asco.
- Llámenme como quieran - dijo Ipos, con indiferencia. - No me afecta. Yo soy lo que soy, y estoy orgulloso de ello. No necesito la aprobación de nadie.
- ¿Y qué quieres de nosotros? - preguntó Isaac, con temor.
- Nada, en realidad - respondió Ipos, con sinceridad. - Solo quería ver sus caras cuando les revelara la verdad. Solo quería ver su reacción cuando les dijera sus nombres. Solo quería ver si aceptaban o rechazaban su naturaleza.
- ¿Y qué esperabas? - preguntó Sara, con ira.
- No lo sé - respondió Ipos, con honestidad. - Tal vez que se alegraran, que se unieran a mí, que reconocieran su superioridad. Tal vez que se enfadaran, que me atacaran, que intentaran vengarse. Tal vez que se confundieran, que me preguntaran, que buscaran una explicación. Tal vez que se resignaran, que se rindieran, que aceptaran su destino.
- ¿Y qué vamos a hacer? - preguntó Albert, con duda.
- Eso depende de ustedes - respondió Ipos, con tranquilidad. - Yo no les voy a impedir que entren a la prisión celestial. Yo no les voy a impedir que liberen a Astaroth. Yo no les voy a impedir que hagan lo que quieran. Yo solo les voy a decir una cosa: no les va a servir de nada.
- ¿Qué quieres decir? - preguntó Isabella, con curiosidad.
- Quiero decir que todo esto es parte de un plan mayor, un plan que los grandes idearon y van a ejecutar. Quiero decir que todo esto tiene un propósito, un propósito que yo se muchas cosas. Quiero decir que todo esto tiene un final.
- ¿Qué plan? ¿Qué propósito? ¿Qué final? - preguntaron los cuatro jóvenes, con ansiedad.
- Eso no se los puedo decir - respondió Ipos, con una sonrisa. - Eso tendrán que descubrirlo por ustedes mismos. Eso será parte de la diversión.
- ¿Diversión? - repitieron los cuatro jóvenes, con incredulidad.
- Sí, diversión - dijo Ipos, con una risa. - Porque al final, eso es lo que importa. La diversión. El juego. La aventura. La emoción. La sorpresa. La incertidumbre. Eso es lo que yo busco, y eso es lo que yo les ofrezco.
- ¿Y qué pasa si no queremos jugar? - preguntó Isaac, con rebeldía.
- Entonces se perderán de algo maravilloso - respondió Ipos, con una mirada de lástima. - Algo que solo yo puedo ofrecerles. Algo que solo ustedes pueden experimentar. Algo que solo nosotros podemos compartir.
- ¿Y qué es? - preguntó Sara, con interés.
- Eso no se los puedo decir - respondió Ipos, con una sonrisa. - Eso tendrán que averiguarlo por ustedes mismos. Eso será parte de la diversión.
- Ya basta de juegos - dijo Albert, con impaciencia. - Queremos entrar a la prisión celestial. Queremos liberar a Astaroth. Queremos saber la verdad.
- Está bien, está bien - dijo Ipos, con una mueca. - No los voy a detener más. Solo les pido que recuerden sus nombres. Malphas, Andrealphus, Paimon y Asmodeo. Esos son sus nombres, y esos son sus destinos.
- No nos importan tus palabras - dijo Isabella, con determinación. - Nosotros somos Isaac, Sara, Albert e Isabella. Esos son nuestros nombres, y esos son nuestros destinos.
- Como quieran - dijo Ipos, con un encogimiento de hombros. - Pero no digan que no se los advertí. Ahora, si me disculpan, me voy a retirar. Ha sido un placer hablar con ustedes, pero tengo otras cosas que hacer. Nos veremos pronto, muy pronto. Adiós, jóvenes.
Dicho esto, Ipos desapareció, junto con la barrera de fuego azul. La puerta de la prisión celestial quedó abierta, y los cuatro jóvenes pudieron entrar. Allí encontraron a Astaroth, el demonio que buscaban. Un hombre de piel blanca, pelo negro con tonos verdes y musculoso, colgado de unas cadenas. Los cuatro se acercaron a él, mientras él abría los ojos.
- ¿Quiénes son ustedes? - preguntó Astaroth, con una voz ronca.
- Somos tus aliados - dijo Isaac, con una voz firme.
- ¿Mis aliados? - repitió Astaroth, con una voz sorprendida.
- Sí, eso somos - dijeron los cuatro jóvenes, con una voz unida.
- ¿Y qué quieren de mí? - preguntó Astaroth, con una voz curiosa.
- Queremos liberarte - respondió Isaac, con una voz decidida.
- ¿Liberarme? - repitió Astaroth, con una voz intrigada.
- Sí, eso queremos - dijeron los cuatro jóvenes, con una voz entusiasta.
- ¿Y por qué? - preguntó Astaroth, con una voz interesada.
- Porque eres nuestro aliado - dijo Sara, con una voz leal.
- ¿Su aliado? - repitió Astaroth, con una voz emocionada.
- Sí, eso eres - dijeron los cuatro jóvenes, con una voz feliz.
- Entonces... ¿me van a liberar? - preguntó Astaroth, con una voz esperanzada.
- Sí, te vamos a liberar - dijeron los cuatro jóvenes, con una voz confiada.
- ¿Ahora? - preguntó Astaroth, con una voz serena.
- Sí, ahora - dijeron los cuatro jóvenes, con una voz determinada.
- ¿Cómo? - preguntó Astaroth, con una voz impaciente.
- Así - dijo Isaac, con una voz poderosa.
Y entonces, los cuatro jóvenes usaron sus poderes para romper las cadenas que sujetaban a Astaroth. Isaac usó su espada para cortar, Sara usó su arco para perforar, Albert usó su magia para destruir, e Isabella usó su lanza imbuida en magia de espejos. Cada uno de ellos aportó su habilidad y su estilo, pero también se coordinaron y se apoyaron entre sí. Era una liberación de equipo para un amigo individual.
Las cadenas se rompieron, y Astaroth quedó libre. Los cuatro jóvenes lo ayudaron a bajar, y lo cargaron entre Albert y Isaac pero mientras se dirigían a la salida Astaroth soltó una pequeña risa antes de salir de la prisión celestial.