— Es usted un joven muy amable, Alessandro —. La señora inspiró el dulce aroma de las rosas —. Y muy caballeroso, seguro las tienes a todas detrás tuyo.
El italiano soltó una carcajada, mientras le agradecía a la señora por el halago.
— Es verdad, no hay nada que agradecer —. Le dio el pago por las flores — Después de todo por lo que pasaste…
Alessandro, estuvo a punto de borrar su sonrisa; esos comentarios tan desagradables y fuera de lugar lo fastidiaban, no veía motivos para decirlos, aún menos en un ambiente y conversación amenos.
— Y bueno, qué se le puede hacer, mi señora —. Se acomodó el cabello hacia atrás —. Lo importante es que aún podemos oler el aroma de las flores.
La mujer mayor lo miró confundida, sin duda lo que tenía de galán y poético, también lo tenía de raro.
— Alessandro, júrame algo, por favor… — Comentó, antes de irse —. Júrame que nunca perderás esa sonrisa embaucadora tuya.
El castaño sonrió con más amplitud, creyendo que jamás perdería su sonrisa, no…si no la había perdido antes, tampoco lo haría ahora, ni en el futuro incierto.
— Lo juró, mi señora.
Ella se fue, agradeciéndole por esa cálida sonrisa que lograba iluminar la penumbra del pueblo, que pese a la tragedia, intentaban salir adelante.
Alessandro vio la figura de la mujer alejarse, mientras por su mente se repetía la conversación que con ella sostuvo.
— Aquella mujer, es algo habladora ¿No lo crees? — Le inquirió con un tono de maldad su compañera de cabellos rizados.
— No, para nada — Le respondió sonriente, yéndose al interior del vivero.
— ¿De verdad?
— Sí, lo juro.
Sin embargo, no jures en vano.