—¿Hace mucho qué esperas el cole?— Le pregunté a una señorita que estaba junto a mi en la parada, dándome la espalda. Pero ella se mantuvo callada. Le pregunté lo mismo unas veces más para tratar de que dejara de ignorarme, no se inmutó.
El ambiente era tenebroso en vez de incómodo, una vibra rara me hacía sentir la necesidad de hacerla reaccionar de alguna forma para sacarla de ese trance. Primero le toque el hombro, no tarde en desesperarme así que me encontraba sacudiéndola en el momento que note su falta facial. No tenía rostro.
La parte frontal de su cabeza presentaba textura a pesar de su carencia de ojos, boca, nariz y cejas. Parecía una mancha borrosa.
El shock solo me dejó a duras penas pensar mientras estaba inmóvil. La señora que creí ciega, e inexistente, me apuntaba con su rostro como si no lo fuera. Se aprovechó de mi estado y comenzó a darme empujones, llevándome en dirección al cordón de la calle. Cuando salí de mi nube la aleje con un movimiento brusco y la hice detenerse. Me tenía donde quería de todas formas, porque no me detuvo de que retrocediera, pisando el cordón.
Una luz. Me sentía confundido por la repentina lluvia que era como una tormenta salida de la nada.
—¿Qué haces? ¡Aléjate de ella y ven acá!
El momento que mi ceguera se fue esperaba ver a la misma mujer extraña. Creí que por eso eran los gritos, que alguien más la había notado. Entonces todo solo empeoró, ví que ya no estaba en la parada, o sí, pero de una forma mas pequeña. La iluminación era intensa, y no podía encontrar el lugar del que venia la voz. En su lugar, logré deslumbrar una mujer muy grande, de piel azulada, sentada en un banco y con una cara seria que me daba disgusto.
—¡¿Que no me escuchaste?! ¡Corre a aquí abajo!
Yo solo me escondí debajo de una planta para hacer que dejarán de gritarme. Era como un árbol. Veía gente caminar por encima de nosotros que nos dividía, como si nada. Como si fuéramos nada. No nos pisaban, pasaban por encima de la capa de cristal que nos protegía y dividía.
La tormenta no afectaba a los gigantes. Era un riego cada vez más intenso y la señora se hinchaba más y más por eso mismo.
Una cabecita se asomó de entre la superficie. Era como un niño normal, pequeño e inocente. Me prestaba demasiado atención con su mirada y se refugiaba conmigo de la lluvia, bajo la planta.
—Hola, ¿eres una seta nueva? ¡Yo también! Seamos amigos por favor.
Ya no pude mantener mi cordura, la pobre sentía sobreexplotada debido a toda esta carga que recibía como apuñaladas en mi cerebro, y este niño fue la gota que inicio mi baño de caos. Grite, con todo el aire de mis pulmones y la furia de mis dientes, retorciéndome en el barro de la lluvia para desahogar mi furia, reteniéndome de hacerle daño al pequeño ingenuo. La mujer me acompaño, explotando también, liberando vapor cuando exhalaba.
La neblina perturbo mi vista temporalmente, haciendo desaparecer a la ogro horrenda y dejando a una adolescente capaz de ser una modelo de alta gala. El pequeño también estaba cambiado, había salido de la tierra, dejando al descubierto su cuerpo amarillento cubierto de tierra y su corte de honguito, hinchado por la humedad. Agitando sus bracitos él se acercó a mi, corriendo como pudo.
—¿Estás bien? ¿Estabas gritando por qué te tropezaste con una raíz? ¡Déjame ayudarte!— Era bastante energético, y el detalle de que no llevaba ropa alguna puesta ya no me conmovía de ninguna forma.
—Estoy bien, solo me golpee con la hoja de esta suculenta, no te preocupes.
Tuve que suspirar y aceptar esta extraña realidad por más de que fuera contra mi dulce voluntad. Me levanté del suelo y decidí que era hora de actuar como un adulto aunque no lo fuera, que ya no podía tomar esos descansos para hacer berrinche como un bebé perdido. Iba a afrontar esto. Incliné mi cuerpo para estar a una altura similar a la suya.
—Soy Daniel, ¿cómo te llamas, chiquitín?
—Yo soy una seta, creí que tú también eras una. — Él empezó a girar alrededor de mi, comparándome con él y su cuerpo liso de porcelana. — ¿Por qué tus hojas — Mi ropa. — son así? ¡No sabía que existían los danieles!
Ahora notaba más cosas de este raro mundo que me rodeaba. Estábamos encerrados por un toldo de cristal que nos separa de la calle y los gigantes no pueden vernos de ninguna forma. ¿Los hongos eran personas o las personas se creían hongos? No lo sabía, y la chica debería estar relacionada con la lluvia, tenía que estarlo.
—Si, somos una especie exótica… — Traté de mirar más de cerca a la ahora joven el niño no se despegaba de mi. Al notar que no lo estaba observando a él, se puso a saltar para ser notado. Pensé que si no podía ignorar al niño al menos iba a usarlo a mi favor. — ¿Sabes quién es ella?
—¿Te refieres a Lara? Ella es la humedad.— Se le dificultó pronunciar esa palabra.— Mi mamá.
—La humedad no es una persona.
—¿Qué es una persona?
Esa seta no conocía nada por fuera de esta cápsula, con mucha suerte apenas debía saber que era él mismo. Fruncí el ceño en lo que empecé a unir los puntos de este enigma que me adentraba en una tierra desconocida. Las gente de aquí se tornó menos humana ante mis ojos, el corte de pelo de la seta en realidad era su píleo y la piel de la chica eran como escamas, relucientes como burbujas. Mi misión en ese entonces era averiguar cómo regresar a mi tamaño normal y alejarme de aquí los más posible. Yo no quería saber el motivo por el cual había ocurrido, porque estaba ahí, no, no, yo solo quería abrir la tapa que nos encerraba para escapar o escabullirme por alguno de los agujeros que había en lo alto del vidrio.