¿Así termina todo?
Mi garganta está destruida, ambos brazos cuelgan de un hilo, y mi visión está distorsionada por la sangre.
Después de todo... ¿es esta la forma en que moriré?
¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
¿Todos esos años de planes para esto?
Este lugar se cae a pedazos; el fuego me llena los pulmones y me roba la poca cordura que me queda.
¿Acaso es posible sobrevivir a esto?... Ah, qué idiota. Como si existiera alguna esperanza a estas alturas.
Lo que alguna vez fue mi ejército yace esparcido como pilas de carne sin nombre. Ahí, en la quietud del suelo, esperando que esas ratas carroñeras reclamen lo que queda. Al final, todo fue una farsa... un juego de cobardes.
Pensar que fui el último en darme cuenta.
Qué lamentable. El honor y la lealtad que me prometieron... sí, claro. Qué idiota podría haber creído esas mentiras.
Pero ya no importa.
Para un estratega no hay tiempo para lamentos.
Todo mi cuerpo grita, pidiendo un descanso. Pero no hoy. Si esto se acaba, será a mi manera.
El campo de batalla es una jaula en llamas, y estoy en el centro. Las sonrisas viciosas me flanquean, cada ejército esperando el momento oportuno para desgarrar lo que queda de mí. Los lobos de Tales al este, los soldados de Nivaris al oeste y, al norte, los buitres de Lythar, la fuerza que empujó a mi ejército hacia la pared de Fractar. Vinieron a devorar lo que queda de este campo de batalla, como si no pudieran esperar para desmembrar un cadáver aún caliente. Lo gracioso es que este desastre no es obra de un enemigo, sino de aquellos a quienes consideré mi familia.
¿Así que tú eres mi verdugo, hermanito?
Envuelto en llamas doradas, aparece Akatsuki Hiro: el tercer hijo del emperador. Su sonrisa arrogante ilumina su rostro como si este fuera el mejor día de su vida.
Un mocoso jugando a ser general.
—Este es el final de mi supuesto hermano, o debo decir "el bastardo de Radena". Qué patético te ves. —Su voz gotea veneno, sus ojos destellan con un rastro de locura. Como si hubiera esperado toda su vida para decir esas palabras.
Ay, mi preciado hermanito. Disfruta tu gran victoria, porque hasta el fuego más brillante se apaga con un simple viento en el momento justo.
—Pensar que Padre no escatimaba en alabar a su primogénito… Mírate. Ni siquiera puedes soportar un simple ataque.
Claro, claro. Como si todo esto se tratara de resistencia física. Los niños como él piensan que la guerra es solo una cuestión de fuerza. No se dan cuenta de que el verdadero juego está en desentrañar la mente de los demás. Y tú, pobre mente, hermanito… ya la conozco como un mapa desechado en la basura.
El dolor llegó rápido. La lanza atravesó mi pecho, su punta fría y envuelta en llamas doradas perfora el centro de mi corazón.
Sonreí.
No me importa morir, solo quiero que no tenga la satisfacción de verme caer. Incluso en la derrota, pienso en las miles de formas que pude haber desbaratado sus planes.
No eres más que un simple error en el tablero, hermanito.
Sus ojos brillan con una mezcla de triunfo y desprecio.
Pero al final del día es solo un niño. Un niño que siempre estuvo atrapado en mi sombra, corriendo detrás de algo que nunca podría alcanzar. No puede ver que esta victoria será tan breve como un rayo de sol antes de una tormenta.
—¿Eso es todo? —pregunta, con una sonrisa vacía—. Deberías llorar, al igual que esa perra que te seguía a todas partes. Lástima que nunca podrás ver su cadáver. Claro, si es que los cerdos dejaron algo.
Me dan ganas de reír. No porque sea gracioso, sino porque sigue intentando quebrarme aun en este estado.
Así que traicionaron para verme caer. Qué predecibles. Como si ese trono significara algo para mí.
Spoiler, hermanito: nunca quise ser emperador. Mi verdadero deseo era otro. Y, ¿sabes? Hasta este fracaso estaba dentro de mis planes.