Viktor Rhysling exhaló un suspiro cargado de agotamiento mientras su mirada recorría los hologramas flotantes que representaban la caótica simulación de una batalla espacial. Las luces azuladas proyectadas por las figuras tridimensionales cubrían su rostro con sombras danzantes, acentuando los signos de fatiga que se habían arraigado en su expresión desde el inicio del ejercicio. Había pasado tres largas y extenuantes horas en la sala de simulaciones, inmerso en una de las pruebas finales previas a su graduación. Para los oficiales de alto rango del Imperio, esto no era solo una evaluación académica, sino un espectáculo. La élite militar observaba desde lo alto, esperando ver cómo los futuros comandantes demostraban sus capacidades bajo presión extrema.
El escenario era uno de esos planteamientos teóricos que, con el paso del tiempo, se volvían menos teóricos y más cercanos a la cruda realidad: ¿cómo reaccionar ante una misión de conquista planetaria cuando la defensa enemiga supera abrumadoramente en número a la flota imperial? Viktor, ocupando el tercer puesto en el ranking imperial, se enfrentaba a los dos mejores estudiantes de la academia, Alden Atkinson y Emma Ripoll. Sin embargo, y a pesar de la desigualdad numérica, Viktor lo estaba haciendo notablemente bien, mucho mejor de lo que sus superiores esperaban dado su conocido desinterés. Cada decisión estratégica que tomaba estaba impregnada de una calculada apatía, una falta de pasión que desconcertaba a los observadores, pero que, a la vez, evidenciaba una mente afilada y letal.
El balance de la simulación era desolador. De las 760,000 naves que componían su flota virtual—Cruceros, Acorazados, Devastadores, Destructores, Fragatas, cazas, bombarderos, drones y mecas—solo quedaban 389,000. Las bajas eran aplastantes, particularmente entre las unidades más pequeñas, esas que los comandantes novatos usualmente consideraban prescindibles pero que, en manos de un estratega experto, podían alterar el curso de una batalla. Sin embargo, Viktor había conseguido preservar una porción crucial de su armada: 9,970 Devastadores, una cantidad impresionante dadas las circunstancias.
Para otro comandante, esto habría sido motivo de esperanza. Para Viktor, era simplemente un destello pasajero de luz en medio del oscuro y vasto océano de su apatía. A medida que la simulación avanzaba y los ataques se intensificaban, el tedio lo envolvía como una niebla espesa. Estaba atrapado en un ciclo interminable de decisiones tácticas que, aunque importantes en teoría, carecían de verdadero sentido para él. Las luces intermitentes de la sala de simulación, el zumbido constante de los sistemas de control y las voces lejanas de los observadores parecían lejanas, casi irreales.
Para la mayoría, la batalla estaba perdida. Muchos en su lugar habrían ordenado la rendición, especialmente bajo el peso de las expectativas imperiales. Pero Viktor no se inclinaba ni por la rendición ni por la lucha por lealtad al Imperio. Para él, nada de esto importaba realmente. No sentía pasión ni orgullo al pensar en su futuro inevitable como almirante. Sabía que lo esperaba una vida de autoridad, estrategia y poder en los niveles más altos del Imperio, pero esa perspectiva no lo motivaba en absoluto. El título de almirante era una etiqueta vacía para Viktor, un peso más sobre sus hombros, una obligación que lo arrastraría aún más profundo en un mundo de juegos de poder que no le interesaban.
Mientras contemplaba las estadísticas fluctuantes en los hologramas, una pregunta persistente ocupaba su mente: ¿Había algo, algún desafío, alguna batalla, que pudiera despertar en él una chispa de interés genuino? La vida que se avecinaba ante él parecía vacía, un desfile de días indistinguibles, donde cada victoria sería tan monótona como la última. Pero, por ahora, Viktor continuaba con su habitual indiferencia, dejando que su mente se moviera a través de los laberintos de la simulación con la misma calma impasible que siempre mostraba, aunque, en su interior, una tormenta de descontento y apatía rugía con fuerza creciente.
Frente a él, Alden Atkinson y Emma Ripoll, los dos mejores de la academia, luchaban con determinación. Juntos, todavía controlaban una imponente flota de 670,000 naves, una combinación colosal que amenazaba con aplastar a Viktor. La alianza entre ambos presentaba un desafío formidable, pero en lugar de retroceder, Viktor había optado por una táctica audaz. Sabía que las reglas convencionales no funcionarían aquí; había sacrificado muchas de sus propias naves en maniobras arriesgadas, rompiendo con las estrategias más conservadoras que Alden y Emma seguían de manera rígida. Sus sacrificios, sin embargo, no eran actos impulsivos ni desesperados. Eran calculados con la fría precisión de un cirujano, dirigidos específicamente hacia los puntos más débiles de las fuerzas enemigas.
Su enfoque no era destruir cada nave enemiga, sino neutralizar sus principales activos: los Cruceros, Acorazados y Destructores que formaban el núcleo de su poder de fuego. Ignorando las fragatas menores y los drones, Viktor había concentrado su ataque en las naves que realmente importaban. Su mente estratégica se movía en una dimensión diferente, anticipando las reacciones de sus oponentes, viendo posibilidades que otros habrían pasado por alto.
El último movimiento de Viktor había sido ocultar el resto de su flota entre los densos y retorcidos asteroides que orbitaban el planeta objetivo. Era una maniobra arriesgada, una que desafiaba las normas del combate espacial. Pero Viktor no era un estratega tradicional. Mientras sus cazas y naves más pequeñas se escabullían entre los asteroides, las naves más grandes permanecían en posiciones clave, listas para lanzar un contraataque devastador en el momento oportuno.
Lo que más desconcertaba a los observadores no era la audacia táctica de Viktor Rhysling, sino su total desinterés por el objetivo principal del ejercicio: la invasión planetaria. Mientras las fuerzas enemigas se preparaban para defender el planeta, Viktor había transformado la simulación en algo completamente diferente, una trampa mortal que pocos habrían previsto. En lugar de seguir el guion establecido, él esperaba pacientemente. Su mirada inmutable seguía el flujo de las naves enemigas en la proyección holográfica, sin rastro de preocupación o emoción. Cada comando que daba, cada ajuste en la disposición de su flota, se ejecutaba con la precisión meticulosa de alguien que veía la batalla como una partida de ajedrez cósmico.
A pesar de la palpable tensión en la sala de simulación, Viktor parecía inmune a ella. Su serenidad y actitud despreocupada irradiaban una sensación de calma tan inquebrantable que resultaba casi exasperante. Era como si estuviera aburrido, incluso en medio del caos. Observaba el desarrollo de la batalla con la misma tranquilidad que tendría al leer un informe de rutina. A los ojos de los demás, Viktor parecía estar bailando con la muerte, desestimando cualquier amenaza con una calma que rozaba lo sobrenatural. Y así se revelaba su verdadera naturaleza: un estratega excepcional, capaz de desafiar las convenciones y encontrar soluciones ingeniosas incluso en las situaciones más desesperadas. Bajo su aparente pereza, se ocultaba un genio táctico a punto de desencadenarse en una exhibición de astucia y audacia.
Con una serenidad casi insultante, Viktor observó cómo las naves enemigas se adentraban en el cinturón de asteroides, desplegándose en busca de sus flancos expuestos. Aunque su expresión no mostraba más que una fría indiferencia, hubo un destello fugaz en sus ojos, una chispa que sugería la posibilidad de un interés renovado. Mientras sus enemigos se acercaban lentamente a la trampa, Viktor permaneció imperturbable. Cada decisión que tomaba, respaldada por un cálculo preciso, mostraba una comprensión profunda de la situación, o tal vez solo una simple expectativa de que la fortuna seguiría jugando a su favor, como tantas veces antes.
El resultado de la batalla parecía ser lo último en su mente. Era como si estuviera viéndolo todo desde fuera, como un espectador más, ajeno a las consecuencias. Pero bajo esa máscara de apatía, había un estratega implacable. Cada movimiento de Viktor, cada pequeña corrección en las formaciones de sus naves, estaba diseñado para desequilibrar a sus adversarios y llevarlos hacia una emboscada perfectamente preparada. Mientras la batalla se desataba en el vacío estrellado del espacio, la mente de Viktor, aparentemente ociosa, se encontraba en constante ebullición, calculando cada posibilidad, anticipando cada reacción de sus oponentes.
Aquellos que lo subestimaban lo hacían bajo su propio riesgo. Detrás de esa fachada despreocupada, Viktor era una fuerza formidable en el arte de la estrategia. Sabía pensar con claridad bajo presión y anticipar los movimientos del enemigo con una precisión escalofriante, todo mientras mantenía su imagen de apatía. En el gran tablero galáctico, Viktor Rhysling era una pieza que pocos comprendían del todo, pero que todos temían.
Mientras observaba los controles y la pantalla holográfica, Viktor vio cómo su plan tomaba forma lentamente. Sus cazas y naves más pequeñas permanecían ocultas en las sombras de los asteroides, como depredadores al acecho, esperando el momento exacto para atacar. Las naves más grandes de su flota, sus cruceros y su imponente nave capital, estaban posicionadas estratégicamente, listas para desatar una tormenta de fuego devastadora en el momento adecuado.
El avance de los enemigos era metódico, con una organización impresionante. Sus formaciones, reforzadas por sus escudos activados y rodeados por anillos de naves menores, parecían casi impenetrables. Bombarderos y drones se lanzaban al frente, desatando una lluvia de destrucción para despejar los asteroides y preparar el camino hacia su objetivo. Era un espectáculo grandioso de caos y cálculo militar, una danza de luces y sombras en el oscuro vacío del espacio.
Pero para Viktor, todo aquello no era más que parte del juego. Su rostro permanecía impasible mientras su mente calculaba cada posible desenlace. Sabía que la clave de su victoria no estaba en enfrentarse directamente a sus enemigos, sino en esperar a que se movieran justo donde él quería. A pesar de lo que pareciera, Viktor estaba lejos de ser un observador pasivo. Bajo esa superficie apática, su plan avanzaba con precisión milimétrica. El caos que se desataba a su alrededor no lo afectaba; estaba esperando el momento exacto para lanzar su ataque y llevar a sus enemigos a la trampa que había preparado.
Finalmente, llegó el momento. Con una calma exasperante, Viktor manipuló los controles de la simulación para coordinar el ataque. Sus cazas y mecas surgieron de los asteroides como lobos hambrientos, lanzándose sobre los flancos desprevenidos de las naves enemigas. Al mismo tiempo, su nave capital y los cruceros comenzaron a desatar un diluvio de fuego desde posiciones estratégicas, golpeando con precisión letal los puntos más débiles de las formaciones enemigas.
Aunque su expresión permanecía impasible, Viktor sintió un leve aumento en su pulso mientras observaba cómo su plan se desplegaba. Había apostado todo al factor sorpresa y a la astucia, consciente de que enfrentarse de frente a sus rivales más poderosos sería suicida. Pero ahora, mientras las naves enemigas comenzaban a desmoronarse bajo la furia del ataque coordinado, Viktor supo que su apuesta había sido correcta.
Aunque la tensión del momento podía sentirse en el aire, Viktor permanecía imperturbable. Este no era su primer enfrentamiento contra Alden y Emma; entre los tres, habían librado innumerables batallas en el simulador de la academia. Los conocía tan bien como se conocía a sí mismo, sabía anticipar sus movimientos con una precisión escalofriante. Alden siempre optaba por una defensa estructurada, construyendo una barrera impenetrable alrededor de su flota; Emma, en cambio, prefería ataques rápidos y sorpresivos, buscando desestabilizar al enemigo antes de que pudiera reaccionar. Pero Viktor, a diferencia de ellos, no seguía patrones predecibles. Era un estratega camaleónico, adaptándose al campo de batalla como un río que cambia su curso frente a una roca en su camino.
El caos se desataba a su alrededor, pero su mente seguía funcionando con una fría tranquilidad, buscando cualquier oportunidad para inclinar la balanza a su favor. A pesar de su aparente desinterés en el resultado, Viktor estaba inmerso en la batalla. Cada movimiento calculado, cada sacrificio deliberado, era parte de un plan mayor que sus adversarios no habían logrado ver. La determinación no era su fuerte, pero la táctica y el ingenio sí lo eran. Su decisión de desviar la atención de Alden y Emma con ataques suicidas y movimientos erráticos no era producto del azar, sino un ardid cuidadosamente diseñado para crear caos y confusión.
Con un movimiento audaz, Viktor había sacrificado una parte de su flota en maniobras aparentemente suicidas. Las unidades más pequeñas de su armada, lanzadas en ataques frenéticos contra los flancos de las formaciones enemigas, no tenían esperanzas de sobrevivir. Pero su objetivo no era sobrevivir, sino debilitar estratégicamente las defensas más poderosas de Alden y Emma, y obligarlos a moverse. Cada nave perdida era un peón en una partida de ajedrez mucho más compleja, una distracción cuidadosamente orquestada para alejar a sus enemigos del cinturón de asteroides y el planeta que intentaban proteger.
Mientras las naves de sus rivales se concentraban en destruir sus cazas y mecas, Viktor seguía impasible, como si el destino de sus naves le fuera completamente ajeno. Alden y Emma, seguros de que estaban un paso por delante de él, comenzaron a desviar sus fuerzas principales, creyendo que había cometido un error fatal. Pero no sabían que estaban cayendo en su trampa. Las verdaderas intenciones de Viktor seguían ocultas en las sombras, donde sus unidades más letales esperaban pacientemente, ocultas entre los asteroides, listas para desatar su furia en el momento exacto.
A medida que la batalla continuaba, la fachada de apatía de Viktor seguía impenetrable. Pero bajo esa superficie se encontraba una mente afilada, calculadora, que trabajaba incansablemente para llevar a cabo su plan. Mientras Emma y Alden reorganizaban sus fuerzas en un intento desesperado por mantener el control del campo de batalla, Viktor observaba todo con una calma exasperante. Sabía que la verdadera clave de la victoria residía en la paciencia, en esperar el momento adecuado para desencadenar su contraataque. El caos que se desarrollaba a su alrededor no era más que un preludio, un telón de fondo para la ejecución final de su plan maestro.
En la oscuridad del cinturón de asteroides, sus cazas y mecas se movían con precisión letal. Estas unidades no solo distraían a las fuerzas enemigas, haciéndolos pensar que eran sus Devastadores, sino que también cumplían un papel crucial en la destrucción sistemática de las defensas exteriores de Alden y Emma. Mientras sus contrincantes luchaban por despejar el espacio, las naves más pequeñas de Viktor atacaban como lobos hambrientos, eliminando los escudos dobles y desestabilizando las formaciones más grandes. Las unidades más pesadas de Viktor permanecían ocultas, observando pacientemente, esperando el momento adecuado para golpear.
Finalmente, cuando el enemigo estaba lo suficientemente distraído, Viktor desató su verdadero poder. Las flotas que hasta entonces se mantenían ocultas entre los asteroides emergieron con brutal precisión. Los devastadores de Viktor, como colosos invisibles, comenzaron a disparar con una precisión implacable. Los cañones de partículas, cargados con una energía casi infinita, se encendieron, disparando destellos cegadores de pura destrucción. Cada descarga cortaba el vacío del espacio y desintegraba las naves enemigas con una devastadora facilidad, despedazando las más grandes y poderosas como si fueran simples juguetes de plástico.
Los devastadores, esas imponentes y colosales naves que Viktor había mantenido en las sombras, entraron en acción con una lentitud que era tanto una muestra de su inmenso poder como de su implacable amenaza. Aunque se movían lentamente, como gigantes antiguos despertando de un letargo, su potencia de fuego era inigualable. Equipadas con cañones pesados capaces de arrasar formaciones completas de naves enemigas con un solo disparo, estas enormes naves lanzaban salvas que encendían el espacio como supernovas en miniatura.
Alden y Emma intentaron desesperadamente reorganizar sus fuerzas, lanzar contraataques, protegerse detrás de lo que quedaba de sus formaciones, pero ya era demasiado tarde. La estrategia meticulosa de Viktor había funcionado a la perfección. Sus tácticas, tan cuidadosamente tejidas como las hebras de una telaraña, habían atrapado a sus oponentes en una trampa mortal. El caos que antes parecía bajo control se había revertido brutalmente en su contra. Sus naves, ahora fracturadas y desorganizadas, apenas podían responder ante el abrumador poder que les caía encima. Las fuerzas combinadas de Alden y Emma se desmoronaban bajo el fuego concentrado de los devastadores y los destructores que flanqueaban los restos dispersos de lo que antes era una flota formidable.
Los observadores miraban la pantalla holográfica sin atreverse a parpadear, como si temieran perderse algún detalle crucial de la batalla. Sabían que estaban presenciando algo especial, algo que se contaría en las historias de la academia por generaciones. El joven cadete, con solo 22 años, había logrado desmantelar no solo a dos de los cadetes más brillantes del Imperio, sino también cualquier idea preconcebida de cómo se debía librar una batalla en el espacio profundo.
Viktor, como siempre, permanecía impasible. Aunque el caos alrededor de él se había resuelto en una victoria abrumadora, su rostro no mostraba signos de satisfacción ni de orgullo. Observaba los restos flotantes de las naves de Emma y Alden con una expresión neutral, casi aburrida. Para él, esto no era más que otra batalla simulada, otro rompecabezas que había resuelto con su ingenio y capacidad táctica.
A medida que las últimas chispas de la batalla morían y los restos de las naves enemigas se disolvían en el vasto vacío, Viktor sabía que había ganado. La victoria no había sido rápida ni fácil, pero había logrado, una vez más, lo que mejor sabía hacer: desestabilizar a sus oponentes, llevarlos a un falso sentido de seguridad y, en el último momento, arrebatarles la victoria de las manos.
El silencio en la sala de simulación era ensordecedor. Los cadetes, que antes habían estado murmurando y apostando sobre el resultado de la batalla, ahora se mantenían en una quietud reverente. Los susurros se habían desvanecido, reemplazados por un respeto silencioso hacia el prodigioso talento que acababan de presenciar. Algunos de los supervisores intercambiaban miradas rápidas, sabiendo que el Imperio acababa de ganar un nuevo comandante cuya mente sería una de las más temidas en cualquier campo de batalla real.
A pesar de la reacción de los presentes, Viktor permanecía estoico, su mente ya distante del triunfo inmediato. Sabía que esta era solo una simulación, un simple ejercicio para la academia. Sin embargo, detrás de su aparente indiferencia, algo en él reconocía que esta victoria era diferente. No se trataba simplemente de su propio genio táctico; era la confirmación de que, si algún día llegaba a comandar una flota real en el vasto y peligroso cosmos, tendría la capacidad para doblegar incluso a los más feroces adversarios del Imperio. Y aunque su rostro no lo mostrara, en lo profundo de su ser, Viktor sentía una pequeña chispa de emoción. Tal vez, solo tal vez, el futuro que le esperaba en las estrellas sería más interesante de lo que había anticipado.
La sala de simulación, hasta hacía poco un campo de batalla virtual lleno de explosiones y gritos de órdenes, se había convertido en un espacio inundado por un silencio expectante. Los murmullos que surgían entre los cadetes y supervisores parecían no poder contener su asombro ante la maestría táctica de Viktor Rhysling. Las pantallas aún mostraban los restos flotantes de las naves enemigas, los escombros formando un lúgubre tapiz de derrota en el vacío del espacio. La victoria de Viktor había sido total, aunque a un precio alto, lo que hacía que muchos en la sala evaluaran sus decisiones con una mezcla de respeto y cautela. Cuando las luces de la sala de simulación finalmente se encendieron, revelando las figuras de los supervisores y los cadetes en las gradas, la tensión en el aire era palpable. Nadie se movía ni hablaba. Todos los ojos estaban fijos en Viktor Rhysling, el joven prodigio cuya estrategia brillante y fría había asegurado una victoria que resonaría a través de los corredores de la academia militar interestelar durante años.
Los altos mandos del Imperio, observando desde las plataformas superiores, intercambiaban miradas de aprobación. Habían presenciado algo único, la manifestación de una mente estratégica en su máximo esplendor. No había duda de que Viktor, con apenas 22 años, estaba destinado a convertirse en uno de los almirantes más prominentes del Imperio. Aunque su comportamiento despreocupado y su aparente pereza eran motivo de susurros y dudas en los pasillos de la academia, su genio estratégico era indiscutible. La simulación que acababa de terminar no era solo una prueba de habilidad; había sido una obra maestra que lo posicionaba firmemente en el radar de los más altos cargos militares.
Pero mientras el revuelo crecía a su alrededor, Viktor permanecía casi indiferente. Sentado en su consola de mando, con los codos apoyados sobre los reposabrazos y los dedos entrelazados, observaba con una mirada distante las proyecciones holográficas que aún parpadeaban ante él. El brillo espectral de las estrellas y las naves destruidas parecía no perturbarlo en absoluto. Para él, todo esto no era más que una distracción pasajera, otro pequeño espectáculo en un universo que rara vez lograba captar su atención por completo. Aunque su victoria era innegable, en su mente aquello no era más que un ejercicio trivial, una rutina calculada en su vida de monótona genialidad.
Alrededor de Viktor, los supervisores de la simulación, vestidos con uniformes imperiales impecables, discutían entre sí en voz baja, intercambiando análisis y observaciones. Entre ellos, uno de los más veteranos, un almirante de rostro severo, mantenía la vista fija en Viktor con una mezcla de interés y algo parecido al recelo. Había visto a muchos cadetes prometedores a lo largo de su carrera, pero ninguno con el desapego y la indiferencia que Viktor mostraba hacia su propio talento. Para los observadores menos experimentados, Viktor parecía desinteresado, casi apático, pero los veteranos sabían que tras esa fachada se ocultaba una mente en constante análisis, evaluando cada escenario y posibilidad sin esfuerzo aparente.
En el Imperio de la Humanidad, donde las máquinas de evaluación y análisis neuronal gobernaban el destino de cada individuo, la posición de Viktor estaba asegurada desde que fue identificado como un prodigio estratégico. Las computadoras habían determinado que su capacidad para prever movimientos y respuestas, su habilidad para desequilibrar al enemigo, lo convertían en el candidato perfecto para liderar una de las Flotas Imperiales. Sin embargo, para Viktor, todo aquello carecía de verdadera emoción. Era una máquina en un sistema más grande que él, un engranaje que funcionaba a la perfección en un imperio donde el libre albedrío era apenas una ilusión.
Los cadetes, que todavía ocupaban las filas en las plataformas inferiores, comenzaron a dispersarse lentamente, aunque no sin antes lanzar miradas admirativas hacia el joven estratega. Algunos incluso intentaban acercarse, pero la atmósfera alrededor de Viktor, esa combinación de carisma magnético y aparente desinterés, creaba una barrera invisible que hacía que pocos se atrevieran a interrumpirlo. Sin embargo, todos sabían que, aunque Viktor no buscara la atención, esta lo encontraba de todos modos.
Justo en ese momento, la compuerta de la sala de simulación se deslizó suavemente, revelando la figura de Emily, su segundo al mando. Su presencia era como un rayo de energía entre la quietud. Su cabello rubio dorado caía en cascada, iluminado por la tenue luz de la sala, mientras sus ojos rosados brillaban con una intensidad inquietante. Había una rigidez en su postura, una firmeza en su andar que hablaba de su temperamento y su impaciencia. Cada paso resonaba con determinación mientras se acercaba a Viktor, y a pesar de su belleza innegable, la dureza en su expresión mantenía a los demás a distancia. Era claro que no estaba de humor para sutilezas.
—Rhysling —dijo ella, su voz cortante, mientras se detenía a pocos metros de él. Su tono llevaba una mezcla de desaprobación y respeto, una dualidad que caracterizaba su relación con Viktor.
Él levantó la vista lentamente, como si el esfuerzo le costara más de lo que valía, y la miró con su característica indiferencia, aunque había algo en sus ojos grises que sugería un leve interés, un destello de curiosidad que raramente mostraba.
—¿Otra vez molestando, Emily? —respondió él con una sonrisa vaga. Su tono era casi burlón, pero también cálido en su propia forma distante.
Emily frunció el ceño, visiblemente irritada por la actitud de Viktor, pero no del todo sorprendida. Había aprendido a esperar ese tipo de respuesta. Aun así, su determinación no flaqueaba.
—No se confunda, Viktor —dijo ella, cruzando los brazos con aire desafiante—. Solo porque haya ganado esta simulación, no significa que lo haya hecho con la eficacia que se espera de un almirante imperial.
Viktor la observó con una leve sonrisa. Era el mismo tipo de conversación que habían tenido decenas de veces, y sin embargo, nunca dejaba de disfrutarla. Sabía que ella tenía razón en cierta medida, pero también sabía que su forma de luchar era única.
—Mi forma de luchar me trajo la victoria, ¿no es eso suficiente? —respondió él en tono sarcástico, con una calma tan inquebrantable como siempre.
Emily suspiró, evidentemente frustrada, pero también resignada. A pesar de su descontento, sabía que Viktor siempre encontraba una forma de ganar. Sus ojos rosados lo miraron con una mezcla de reproche y admiración.
—Eficacia no es suficiente —dijo ella con firmeza—. Un almirante del Imperio debe ser más que eficaz. Debe ser inspirador, un símbolo de liderazgo y visión. Lo que hiciste hoy fue brillante, no lo niego, pero podrías ser mucho más.
La sala de simulación seguía vaciándose lentamente, pero nadie podía ignorar la tensión entre Viktor y Emily. A pesar de sus diferencias, formaban un dúo imparable en el campo de batalla. Sus discusiones eran legendarias, pero también eran la clave de su éxito. Mientras Viktor aportaba la calma y el ingenio, Emily traía la pasión y la determinación. Juntos, habían sido capaces de superar las pruebas más difíciles, y aunque Viktor rara vez lo admitía, sabía que su vida sería mucho más monótona sin ella.
Finalmente, Viktor se levantó con elegancia. Su figura imponente parecía aún más grande bajo las luces parpadeantes de la sala. Aunque su semblante seguía mostrando signos de su eterna lucha contra la monotonía, su porte y carisma eran innegables. El uniforme negro y rojo de la academia contrastaba con su cabello gris oscuro, añadiendo una intensidad a su presencia que era difícil de ignorar.
—Lo sé, Emily —dijo finalmente Viktor, su tono más suave que antes, su voz resonando con una serenidad imperturbable—. Aprecio tus críticas. Pero recuerda que en la guerra, a veces la eficacia es todo lo que importa.
Emily lo miró con esos ojos rosados, llenos de intensidad, aún manteniendo su postura desafiante. Sin embargo, Viktor percibió algo más profundo en su mirada. Detrás de su dureza habitual, había un destello de comprensión, un brillo sutil que sugería que, a pesar de su temperamento, ella respetaba profundamente a Viktor. Esa chispa de respeto, aunque pequeña, no pasó desapercibida para él.
Viktor respiró hondo, dejando que el aire se impregnara del silencio cargado de la sala antes de hablar de nuevo. La simulación había terminado, pero sus palabras seguían colgando en el aire como una bruma espesa. —Originalmente, a los tres nos indicaron que sería una batalla de todos contra todos, pero antes de empezar recibimos una nueva orden: que sería una batalla de invasión fallida —explicó Viktor, su voz portando una calma glacial, fruto de su educación militar y su control emocional. La simplicidad con la que lo decía era casi desconcertante.
—Alden y Emma recibieron las mismas órdenes que yo —continuó, sus ojos grises fijos en algún punto lejano, como si reviviera la simulación en su mente—. Así que ellos improvisaron su ataque y su alianza. Todas las estrategias que viste, aunque parecían coordinadas de antemano, fueron pura improvisación. Esa es la verdadera naturaleza de la guerra. —Su tono seguía siendo mesurado, pero había una profundidad en sus palabras, una certeza nacida de horas interminables de simulaciones, lecciones y la visión cruda de lo que enfrentaban las legiones imperiales día tras día. Viktor era consciente de que esta era solo una pequeña representación de las realidades mucho más complejas que les aguardaban en los rincones más oscuros del universo.
Emily frunció el ceño, visiblemente frustrada. Un rubor leve cubrió sus mejillas mientras desviaba la mirada, tratando de asimilar las palabras de Viktor. La lógica de sus palabras había penetrado en su orgullo, pero la rigidez de su mente no la dejaba admitirlo con facilidad. Viktor la observaba con una mezcla de paciencia y curiosidad, sabiendo que el camino hacia el liderazgo era tortuoso, lleno de momentos de introspección forzada y lecciones difíciles.
Emily murmuró algo inaudible, su voz apenas un susurro, pero Viktor notó un pequeño atisbo de arrepentimiento en sus ojos. De repente, como si su cuerpo actuara por instinto, Emily avanzó hacia él, sus manos agarrando con fuerza la chaqueta de su uniforme. Recostó su cabeza en su pecho, su aliento entrecortado por la emoción. —Perdón, superior Rhysling, yo... —comenzó a decir, su voz rota, pero Viktor la interrumpió con un gesto inesperadamente tierno. Sus dedos se deslizaron suavemente sobre el cabello dorado de Emily, transmitiendo una calma profunda, una tranquilidad que solo él podía irradiar.
—Está bien, Emily. En teoría soy tu mentor, después de todo. Si tienes dudas, pregúntame siempre —le dijo Viktor, su tono cálido contrastando con su habitual distancia emocional. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, una rareza que solo Emily había llegado a ver en esos momentos más íntimos. Emily lo miró con ojos entrecerrados, una mezcla de alivio y vulnerabilidad brillando en su rostro. Se acurrucó aún más contra él, como buscando refugio en la serenidad de Viktor, mientras ambos se sumían en un silencio que, aunque cargado de emociones, les brindaba un breve respiro de la fría maquinaria del Imperio.
Sin embargo, Viktor no podía ignorar lo evidente: la posesividad enfermiza de Emily hacia él. Era un patrón que había notado en numerosas ocasiones. Aunque ella se esforzaba por mantener la distancia profesional, sus acciones y palabras a menudo traicionaban algo más profundo. Había visto cómo sus ojos lo seguían, cómo cada pequeña interacción se convertía en una prueba emocional para ella. Pero en ese momento, en medio de una simulación que acababa de concluir y con la presión de sus futuros roles pesando sobre ellos, Viktor decidió dejar esos pensamientos a un lado.
—Superior Rhysling, yo... —comenzó Emily de nuevo, su voz cargada de una emoción que parecía estar a punto de desbordarse. Pero antes de que pudiera continuar, la melodiosa voz de Emma Ripoll interrumpió el momento, resonando en la sala y quebrando la intimidad entre ellos como un cristal hecho añicos.
—Viktor —saludó Emma, su voz como una sinfonía delicada, resonando con esa elegancia imponente que la caracterizaba. A su lado, Alden y sus segundos al mando entraron también en la sala, pero fue Emma quien dominó la atención de todos. Su presencia era magnética, no solo por su impresionante belleza sino por la autoridad natural que irradiaba. Se movió hacia Viktor con una gracia casi etérea, y una sonrisa encantadora se dibujó en su rostro. Sin embargo, Viktor podía percibir algo más, algo oculto bajo esa fachada encantadora que Emma solía mostrar.
—Oh, hola, Emily —dijo Emma, su tono impregnado de un desdén apenas disfrazado, su sonrisa tornándose afilada como la hoja de un cuchillo. El saludo era educado, pero detrás de él se escondía una batalla de poder. Emily lo sintió de inmediato. Sus labios se tensaron, sus ojos se estrecharon, y un destello de irritación cruzó su rostro.
—Superiora Ripoll —respondió Emily con voz firme, retirándose ligeramente de Viktor y adoptando una postura más rígida. Se colocó detrás de él, sus manos aún aferradas a la parte trasera de su uniforme como buscando apoyo, aunque de una manera menos evidente. Viktor sintió la fuerza con la que lo sostenía, un ancla en medio de la tormenta que la rivalidad entre las dos mujeres estaba desatando.
La tensión en la sala era palpable, una corriente eléctrica que parecía vibrar en el aire. La rivalidad entre Emma y Emily era un huracán de emociones contenidas, una guerra fría que podía desatarse en cualquier momento. Viktor, atrapado en el centro de este conflicto, observó a ambas mujeres con su característica calma, consciente de que esta batalla emocional podría ser tan peligrosa como cualquier otra que enfrentara en el campo estelar.
Viktor observaba con cierta diversión la evidente tensión que brotaba entre Emma y Emily. El contraste entre ambas le resultaba fascinante; dos mujeres poderosas, tanto en belleza como en habilidades, estaban atrapadas en una enemistad que parecía alimentarse de algo mucho más profundo que simples diferencias personales. Era irónico, pensó, que dos de las figuras más prominentes y admiradas de las academias imperiales, y sin duda las más bellas, se profesaran un odio tan visceral. Pero, en un lugar donde el poder lo era todo, tal vez esa rivalidad era inevitable.
Emma Ripoll era, sin lugar a dudas, la encarnación de la perfección física. Su piel era tan blanca y pura como el mármol más fino, y contrastaba armoniosamente con su largo cabello blanco, brillante como la nieve bajo la luz de las estrellas. Cada movimiento que hacía parecía estar coreografiado con una elegancia innata, como si la misma naturaleza se inclinara a su favor. Los cadetes y oficiales imperiales no podían evitar detenerse a admirarla cuando entraba en una habitación, atraídos no solo por su belleza, sino por el magnetismo de su personalidad. Su porte altivo, siempre acompañado por una sonrisa encantadora, la convertía en un espectáculo irresistible. Y detrás de esa fachada casi divina, había un legado que inspiraba temor y respeto.
Emma no solo era una belleza física; su linaje la colocaba en un pedestal que ninguna otra podría alcanzar. Era descendiente directa del almirante Simo Ripoll, el héroe que, hace diez mil años, cuando la humanidad apenas había comenzado a explorar los confines del universo y su poder militar era insignificante, había salvado al naciente Imperio de la Federación Xylok. Esta raza alienígena, aterradora y enigmática, había aparecido repentinamente desde las profundidades del espacio, como una sombra voraz que amenazaba con devorar todo a su paso. Los Xylok eran criaturas imponentes, de una biología extraña y desconocida. Sus cuerpos, de formas angulosas y oscuras, parecían estar hechos de una mezcla entre tejido orgánico y tecnología avanzada, lo que los hacía extremadamente difíciles de matar. Sus cabezas alargadas y carentes de ojos visibles daban la impresión de que podían percibir su entorno de maneras que los humanos no comprendían. Eran una raza beligerante, agresiva y adaptativa, capaces de aprender y contrarrestar las tácticas humanas con una rapidez aterradora. Simo Ripoll había sido la última línea de defensa, y su valentía, estrategia y sacrificio habían logrado lo que muchos creían imposible: derrotar a los Xylok y asegurar la supervivencia del Imperio en uno de sus momentos más vulnerables. Desde entonces, el nombre Ripoll se había grabado en la historia como sinónimo de honor y valentía, un legado que Emma ahora portaba con orgullo y determinación.
Pero Emily Quanin no era una adversaria fácil de intimidar, a pesar de la leyenda que rodeaba a Emma. Aunque de menor estatura, Emily compensaba esa diferencia con una presencia dominante y un porte de mando que exigía respeto. La familia Quanin, una de las dinastías militares más poderosas y antiguas del Imperio, había forjado su reputación a través de generaciones de brillantes estrategas y guerreros. Emily, con su cabello dorado que parecía absorber la luz del sol y brillar con un resplandor propio, y sus exóticos ojos rosados, una marca distintiva de su linaje, destacaba en cualquier lugar al que iba. Su rostro, de líneas suaves y hermosas, podría haber pertenecido a una modelo o una actriz, pero había una dureza en ella que reflejaba la disciplina y el sacrificio que había soportado para llegar a donde estaba. Su cuerpo esbelto y esculpido, lejos de ser frágil, era el resultado de años de intenso entrenamiento físico. Cuando Emily no estaba enfurecida, su rostro podía ser sorprendentemente dulce y encantador, mostrando una vulnerabilidad que pocos conocían.
Viktor, desde su posición de observador neutral, veía el choque entre ambas como un conflicto entre fuerzas naturales. Emma y Emily eran como dos estrellas, cada una brillando intensamente, pero destinadas a orbitar en trayectorias opuestas. Emma representaba la gracia refinada, el legado histórico y el carisma innato, mientras que Emily era la encarnación de la determinación inquebrantable, la ambición feroz y la fuerza de voluntad. Ambas mujeres, conscientes del poder que ostentaban, parecían incapaces de ceder terreno, y la rivalidad entre ellas se manifestaba en miradas desafiantes, palabras cargadas de intención y pequeños gestos que desbordaban hostilidad.
Para Viktor, era evidente que el conflicto entre Emma y Emily era algo mucho más profundo que una simple rivalidad por prestigio o poder. A medida que pasaba más tiempo observándolas, llegaba a la conclusión de que cada una, en cierto modo, veía en la otra un reflejo distorsionado de sí misma, una versión alternativa de lo que podrían haber sido si sus vidas hubieran tomado diferentes rumbos. Emma, con su dulzura engañosa y su apariencia angelical, proyectaba una imagen de perfección controlada, mientras que Emily, con su naturaleza volátil y pasión desenfrenada, parecía una tormenta contenida, siempre al borde de desatarse. Ambas representaban fuerzas opuestas pero igualmente poderosas, y Viktor, consciente de esa colisión inminente, sabía que sus choques no desaparecerían fácilmente. De hecho, para su desconcierto, estos sólo se intensificaban cuando él estaba en medio.
A pesar de las obvias muestras de afecto de ambas mujeres hacia él, Viktor no podía evitar sentirse incómodo en su compañía. Con Emma, la situación tomaba un giro inusualmente intenso. Aunque su dulzura y amabilidad eran ampliamente conocidas en la academia, en presencia de Viktor esas cualidades adquirían un matiz distinto, casi obsesivo. Cada gesto, cada mirada, cada palabra de Emma hacia él estaba cargada de una intensidad que lo desconcertaba. Sus atenciones eran constantes, y a menudo excesivas, envolviéndolo en un aire de devoción que lo hacía sentir atrapado. Había momentos en los que Viktor no sabía si apreciaba su cercanía o si simplemente estaba cediendo a una especie de hechizo. A veces, su presencia lo adormecía, lo arrastraba a un estado en el que la incomodidad se desvanecía y todo lo que sentía era una dulce complacencia, como si fuera un actor en un sueño del que no quería despertar.
Cada vez que Emma lo abrazaba, Viktor sentía ese peso sutil de las expectativas que ella colocaba sobre él, un peso que lo inquietaba aunque no pudiera precisar exactamente por qué. Sus ojos oscuros y penetrantes, a menudo brillaban con una mezcla de admiración y algo más, algo que a veces le resultaba perturbador. Viktor no podía evitar preguntarse si todo ese afecto que ella le demostraba era genuino o si, en el fondo, no era más que otra forma de control, una estrategia silenciosa para asegurarse de que él permaneciera siempre a su lado, cumpliendo con sus deseos y aspiraciones.
Por otro lado, estaba Emily, cuyas emociones eran tan impredecibles como un torbellino. Su relación con ella era aún más complicada. Emily oscilaba constantemente entre una arrogancia fría y altiva y una vulnerabilidad que Viktor encontraba casi enternecedora. A menudo, esa arrogancia era su forma de esconder sus verdaderos sentimientos, un mecanismo de defensa para protegerse de ser herida. Pero Viktor podía ver a través de esa fachada. Sabía que detrás de su actitud desafiante se encontraba una joven que luchaba con emociones más profundas y confusas. Su posesividad hacia él era enfermiza, pero a la vez, revelaba lo mucho que le importaba. Emily no solo quería ser su compañera en el campo de batalla, sino también ocupar un lugar único en su vida, uno que nadie más pudiera reclamar.
Cada vez que Emily lo abrazaba, lo hacía con una fuerza posesiva que desafiaba cualquier intento de mantener una distancia profesional. Aunque trataba de justificar esos gestos como simples muestras de camaradería, Viktor sabía que había algo más profundo en juego. Sus excusas para tocarlo o estar cerca de él eran transparentes, pero a pesar de que esas muestras de afecto a menudo lo incomodaban, no podía negar que también le provocaban una sensación extraña de complacencia. Era como si, en el fondo, una parte de él disfrutara de ser el centro de atención de ambas mujeres, aunque ese mismo protagonismo viniera acompañado de un alto precio emocional.
Su relación con Emma y Emily era como caminar sobre una cuerda floja, equilibrándose constantemente entre su deseo de mantener su independencia y su necesidad de no herir los sentimientos de ambas mujeres. Estaba atrapado en una dinámica que desafiaba su propia comprensión de las emociones humanas, tratando de navegar entre las complejidades del afecto, la devoción y la posesividad sin perderse en el proceso.
Antes de que pudiera reflexionar más sobre la situación, un repentino abrazo de Emma lo sacó de su ensimismamiento. Era una escena habitual entre ellos, pero eso no hacía que fuera menos sorprendente. Emma lo abrazaba como si el mundo fuera a desmoronarse si lo dejaba ir. Su cabeza descansaba en su pecho, y Viktor no pudo evitar notar el brillo peculiar en sus ojos. Esos ojos oscuros y penetrantes estaban llenos de una mezcla de admiración y una extraña obsesión, una que lo dejaba a la vez fascinado e inquieto. Aunque su gesto era aparentemente amistoso, Viktor no podía evitar sentir que había algo más profundo, algo que él aún no podía descifrar del todo. Incluso en privado, Emma mantenía esa cercanía, esa posesividad que lo hacía cuestionarse sus verdaderas intenciones.
Viktor siempre había pensado que esa intensidad la reservaría para Alden, su amigo de toda la vida y supuesto compañero de Emma. Sin embargo, la realidad resultaba ser mucho más compleja. A pesar de la aparente amistad entre ellos, había algo en la manera en que Emma trataba a Alden que no cuadraba con la historia que ambos compartían. Aunque ella siempre mantenía una fachada de cortesía, Viktor había captado las miradas fugaces de desprecio que Emma lanzaba a Alden cuando pensaba que nadie la observaba. La relación entre ambos era todo menos lo que parecía. Viktor, aunque prefería no involucrarse en los problemas personales de los demás, no podía evitar sentirse intrigado por esa dinámica tan particular.
La tensión entre Emma y Alden era palpable, y Viktor se encontraba, como siempre, en medio de ella, atrapado entre dos fuerzas que lo empujaban y tiraban en direcciones opuestas. Sabía que, por mucho que intentara mantenerse al margen, la situación eventualmente lo arrastraría aún más profundamente en un mar de secretos y emociones complejas.
En el fondo, Viktor comprendía que su relación con Emma y Emily no era sencilla, y que el camino que estaba recorriendo con ellas era una montaña rusa emocional. Sabía que vendrían momentos de conflicto y tensión que pondrían a prueba no solo su paciencia, sino también su propia percepción de quién era y qué significaba para él el poder, la lealtad y el amor. Y mientras caminaba esa delgada línea, Viktor no podía evitar preguntarse cuánto tiempo más podría mantener el equilibrio antes de que todo se desmoronara.
Alden, con su habitual actitud condescendiente, apenas se dignó a felicitar a Viktor. Apenas hubo pronunciado las palabras, ya estaba dando un paso al frente, intentando eclipsar a su compañero y destacar por encima de él. Viktor, acostumbrado a estas dinámicas, simplemente aceptó el comentario con una inclinación de cabeza, sin darle mayor importancia. Sin embargo, la tensión que impregnaba el ambiente era palpable, especialmente entre Alden y Emma. Mientras Viktor se mantenía estoico, Emma, como si el resto del mundo no existiera, continuaba aferrándose a él con una intensidad que rozaba lo incómodo. El contacto de su cuerpo contra el de Viktor, la calidez de su piel y el aroma embriagador que desprendía lo dejaban extrañamente nervioso, pero a la vez hipnotizado. Era como si una parte de él quisiera rendirse ante esa sensación, hundirse en el abrazo de Emma y dejarse llevar por su magnetismo casi sobrenatural.
A pesar de sus mejores esfuerzos por mantener la compostura, Viktor no podía negar lo obvio: la belleza de Emma era deslumbrante. Sus mejillas, enrojecidas por el contacto, y la forma en que su delicada figura se amoldaba a la suya, lo hacían sentir una mezcla de incomodidad y atracción. Sí, Emma a veces se comportaba de manera inquietante, casi como una acosadora, pero su presencia resultaba embriagadora. Viktor, consciente de la mirada de Alden fija sobre ellos, intentó suavemente tomar las manos de Emma y apartarlas. —Gracias, Emma. Tú también hiciste un buen trabajo —dijo, con una sonrisa que se sentía forzada en su rostro. Pero antes de que pudiera terminar de apartarse, Emma volvió a abrazarlo, sus manos rozando su pecho de manera sutil pero intencional. Viktor sintió una extraña sensación de calor recorrer su cuerpo, mientras una parte de él se debatía entre deshacerse de ella por completo o dejarse llevar por su afecto.
A un par de pasos de distancia, Alden observaba la escena con una expresión de desdén apenas disimulada. Sus ojos, normalmente calculadores, ahora brillaban con una mezcla de envidia y resentimiento. Aunque intentaba ocultarlo tras una máscara de indiferencia, era evidente que la cercanía entre Viktor y Emma lo incomodaba profundamente. Alden estaba acostumbrado a ser el centro de atención, a recibir los elogios y ser la figura dominante en cualquier situación. Pero ahora, frente a él, veía cómo Emma volcaba toda su atención hacia Viktor, eclipsándolo de una manera que no estaba dispuesto a tolerar por mucho más tiempo.
Antes de que la tensión en el aire se hiciera insoportable, Katia, la segunda al mando de Emma, intervino con un nerviosismo palpable en su voz. —Lo-lo felicito, superior Rhysling —tartamudeó, su timidez evidente en cada palabra. Katia no tenía la presencia deslumbrante de Emma o Emily, pero poseía una belleza natural e inocente que irradiaba desde su piel de melocotón hasta su cabello castaño claro. Sus rasgos suaves y femeninos contrastaban con las figuras más dominantes de las otras mujeres en la sala, pero su dulzura y modestia la hacían destacar de una manera única. Aunque era reservada, su timidez solo aumentaba su atractivo entre los cadetes de la academia. Los rumores y los comentarios que a veces llegaban a oídos de Viktor no pasaban desapercibidos: muchos fantaseaban con ella, atraídos por su inocencia y discreta sensualidad.
La felicitación de Katia tomó a Viktor por sorpresa. Aunque sabía de su presencia, su personalidad reservada solía mantenerla fuera de su atención habitual. Sin embargo, había algo genuino en sus palabras, algo que tocó una fibra sensible en Viktor. —Gracias, Katia. Tu apoyo significa mucho para mí —respondió con una calidez que rara vez mostraba abiertamente. La timidez de Katia se manifestaba en el ligero rubor que coloreaba sus mejillas mientras bajaba la mirada. Viktor la observó un momento más, apreciando la modestia y la dedicación que siempre había demostrado en su trabajo. Katia, con su delicadeza casi etérea, le recordaba a Viktor la belleza de una flor en primavera, una que florecía tímidamente pero que, una vez apreciada, deslumbraba con su pureza.
Mientras Viktor trataba de procesar la situación, Maylin, la segunda al mando de Alden, irrumpió en la escena con una energía y entusiasmo que contrastaban con la timidez de Katia. —Igual lo felicito, superior Rhysling. Fue sorprendente cómo venció a los superiores. Esa maniobra con los drones y los devastadores, y esa trampa en el cinturón de asteroides... ¿algún día me podría enseñar cómo hacerlo? —dijo, sus ojos brillando con una mezcla de admiración y curiosidad. Maylin era una figura notable en la academia, no solo por sus habilidades tácticas, sino también por su apariencia exótica. Su cabello azul, fluido como un arroyo celestial, y sus ojos cristalinos reflejaban una serenidad que contrastaba con la intensidad del entorno. Viktor siempre había encontrado su presencia tranquilizadora, como una suave brisa en una noche estrellada, capaz de llenar cualquier espacio con una elegancia discreta.
—Gracias, Maylin. Me alegra que hayas encontrado mi estrategia interesante —respondió Viktor con una sonrisa sincera, apreciando su entusiasmo. Estaba más que dispuesto a compartir su conocimiento con aquellos que mostraran un verdadero interés, y la devoción de Maylin no pasó desapercibida para él.
Alden, que había estado observando todo desde las sombras, no pudo contenerse más. —No se supone que deberías pedirme a mí consejos y no a él —intervino, su tono cargado de molestia y una pizca de celos. Maylin, sin titubear, giró la cabeza hacia Alden y lo miró con frialdad. —Él ganó, tú perdiste. Eso es todo —respondió con una frialdad cortante, sin mostrar ninguna intención de retractarse.
La tensión en la sala creció de manera palpable, mientras los dos superiores se enfrentaban indirectamente a través de sus subordinados. Viktor, atrapado en medio de esta complicada red de emociones, observaba a Alden y Maylin intercambiar miradas desafiantes. Sabía que las palabras de Maylin, aunque justificadas, solo avivarían el resentimiento de Alden, quien ya estaba incómodo con la atención que Viktor había recibido ese día.
Mientras el aire en la sala se cargaba de tensión, Viktor sintió que su papel como comandante y como amigo se volvía cada vez más difícil de equilibrar. La situación que antes parecía manejable, ahora se estaba convirtiendo en una tormenta emocional que amenazaba con desestabilizar todo a su alrededor. Y mientras miraba a Alden, Maylin, Katia y Emma, no pudo evitar preguntarse cuánto tiempo más podría mantener la calma en medio de ese torbellino de emociones y expectativas.
Antes de que Viktor pudiera articular una respuesta, Emma reforzó su abrazo con una intensidad casi desesperada, como si su propia existencia dependiera de esa proximidad física. Sus brazos rodearon el cuerpo de Viktor con una fuerza sorprendente, como si la gravedad hubiera cedido ante su voluntad, atrayéndolo hacia ella en un lazo inquebrantable. Sus ojos, tan profundos como insondables abismos, se clavaron en los de Viktor, atrapándolo en un torbellino de emociones que lo mantenía anclado en una mezcla de deseo, incomodidad y una inexplicable atracción. Cada mirada de Emma era una encrucijada entre el afecto y algo más oscuro, algo que parecía manipular las cuerdas invisibles de su voluntad.
La piel de Emma rozó la mejilla de Viktor con una suavidad electrizante, y el calor de su aliento, tan cercano a su oreja, envió una corriente que recorrió todo su cuerpo, erizando cada vello de su nuca. Viktor sintió una oleada de sensaciones contradictorias, una mezcla de atracción y rechazo, como si estuviera atrapado en un espacio que lo asfixiaba pero al mismo tiempo lo seducía. Intentaba con todas sus fuerzas mantener la compostura, pero era inútil. La incomodidad crecía dentro de él, mezclada con una chispa de deseo que lo desconcertaba. Sentía su mente nublarse, su corazón acelerarse. El aire parecía volverse más denso a su alrededor, como si el mundo se hubiera reducido a ese pequeño espacio compartido entre él y Emma. Cada segundo que ella permanecía aferrada a su brazo, cada susurro que exhalaba cerca de su piel, alargaba el tiempo, transformándolo en una eternidad hipnótica e incómoda. Viktor, que normalmente se mostraba frío y calculador, sintió cómo una fina capa de sudor perlaba su frente, producto del esfuerzo por controlar sus emociones, por evitar ceder a esa trampa emocional en la que se veía atrapado.
A su lado, la figura de Alden permanecía inmóvil, pero sus ojos traicionaban una tormenta interna. Observaba con una intensidad peligrosa, su mirada afilada como cuchillos lanzados hacia Viktor. Había en sus ojos una chispa de resentimiento, un odio sutil pero en crecimiento. Las emociones flotaban en el aire, cargadas, pesadas, como si una batalla invisible se estuviera librando entre los presentes. Viktor podía sentirlo: una especie de campo de batalla emocional donde las alianzas, las lealtades y los celos se entrelazaban en una danza peligrosa. Las palabras no pronunciadas tenían tanto peso como si hubieran sido gritos desgarradores. Cada gesto contenía un mundo de significado oculto, como una partida de ajedrez mental donde todos intentaban posicionarse en ventaja.
Emma, consciente de la tensión y del poder que ejercía sobre Viktor, apretó su cuerpo contra el suyo con aún más fuerza, como si temiera que en cualquier momento él pudiera apartarse. —Por favor, no me ignores, cariño... me duele el corazón —susurró, con una voz que temblaba suavemente, cargada de una tristeza aparente que resonaba en la habitación como un eco melancólico. Cada palabra que pronunciaba parecía diseñada para manipular sus emociones, envolviendo a Viktor en una red de culpa y obligación. La voz de Emma, con ese tono tembloroso, traspasaba sus defensas con una facilidad asombrosa, dejando una huella emocional en cada palabra que decía.
Viktor sintió que el peso de las palabras de Emma caía sobre él como una losa, sumergiéndolo en una especie de tormenta interna. La fragilidad que proyectaba, ese dolor contenido, lo desarmaba. Podía ver en su rostro una mezcla de vulnerabilidad y desesperación, su expresión reflejando un sufrimiento tan profundo que parecía a punto de romperse en cualquier momento. Y aunque una parte de él intentaba racionalizarlo, otra parte se sentía arrastrada hacia esa marea de emociones.
—¿Acaso crees que no soy tan bonita como las demás, Viktor? —preguntó Emma, su voz teñida de una mezcla de fragilidad y sensualidad. Cada palabra era suave, como un susurro envuelto en terciopelo, pero Viktor no podía evitar percibir algo más debajo de esa suavidad. Sus palabras eran como espinas ocultas bajo una flor, delicadas pero peligrosas. Era imposible para Viktor discernir si esa tristeza era genuina o una hábil manipulación diseñada para mantenerlo bajo su control.
Emma lo miraba fijamente, sus ojos cargados de una intensidad penetrante que lo desafiaba a descifrar sus verdaderos sentimientos. Viktor sentía cómo esa mirada lo envolvía, atrapándolo en un juego mental del que no podía escapar. Antes de que pudiera procesar una respuesta adecuada, sintió una presencia detrás de él, una energía diferente, mucho más feroz. Se giró ligeramente, lo suficiente para ver la figura de Emily observándolo, sus ojos rosas ardiendo con una furia apenas contenida.
La expresión de Emily no dejaba lugar a dudas: estaba furiosa, y la envidia y los celos se reflejaban claramente en su mirada. Sus labios estaban apretados en una fina línea, y sus manos, normalmente tranquilas, estaban cerradas en puños. Viktor conocía bien ese tipo de mirada. Era la de alguien que había sido traicionado, o al menos que se sentía así. La tensión en la habitación, que ya era palpable, se intensificó aún más, como si el aire mismo vibrara con las emociones desatadas. Viktor sabía que estaba en una situación delicada. Cualquier palabra, cualquier gesto en ese momento, podría desencadenar una reacción en cadena que amenazaba con explotar en cualquier momento.
La tensión entre Emma y Emily era tan evidente que Viktor casi podía sentir cómo se manifestaba físicamente en el aire, como dos fuerzas opuestas luchando por su atención, por su afecto. Emma se aferraba a él como si fuera su salvavidas, mientras que Emily lo miraba como si él fuera el único ancla que la mantenía a flote en un mar de emociones. Viktor, atrapado en el medio de esa tormenta emocional, se sentía como un peón en un juego mucho más grande y complejo del que había anticipado. Y mientras trataba de encontrar una salida, comprendió que, en ese instante, estaba siendo arrastrado hacia una encrucijada de lealtades y deseos que lo pondrían a prueba de maneras que nunca hubiera imaginado.
Antes de que Viktor pudiera decir una palabra, un grito resonante rompió el aire tenso que había impregnado la sala.
—¡Firmes! —ordenó la voz autoritaria de un supervisor.
Instantáneamente, los seis cadetes se cuadraron, sus cuerpos reaccionando instintivamente a la orden. Emma soltó a Viktor de inmediato, mientras Emily, aunque todavía furiosa, se apresuró a tomar su posición junto a los demás. Los seis formaron una fila perfecta, erguidos como estatuas, preparados para recibir cualquier instrucción que el supervisor pudiera darles.
El ambiente cambió de inmediato, la informalidad y las emociones personales que dominaban el espacio segundos antes se desvanecieron, reemplazadas por la rígida disciplina que caracterizaba a los cadetes de la academia militar Paragon, la más prestigiosa del Imperio.
Frente a ellos, el Almirante de la Academia, una figura imponente en su uniforme impecable, avanzó con pasos firmes. Sus ojos fríos y analíticos los evaluaban con una mirada que parecía capaz de ver a través de sus pensamientos más profundos. Todos sabían que aquel hombre había visto incontables guerras y simulaciones, su experiencia era incomparable. Sus palabras podían ser una bendición o una condena, y Viktor, aunque acostumbrado a recibir críticas, sintió una ligera tensión en la mandíbula mientras esperaba.
—Se les recuerda que esto no es un patio de juegos —comenzó el almirante, con voz severa y resonante—. Sus disputas personales y muestras de afecto no son necesarias aquí, y son consideradas una falta de respeto a la institución que representan.
Un silencio pesado cayó sobre el grupo. Emma, quien hasta hacía poco había abrazado a Viktor con intensidad, evitaba ahora cualquier contacto visual, mientras Emily mantenía su mirada fija al frente, sus ojos ardiendo aún con una furia contenida.
El almirante continuó, paseando lentamente frente a ellos.
—Cadetes Hendrix, Ripoll y Rhysling —llamó—, se les felicita por su rápida reacción y desempeño bajo presión en situaciones críticas. Demostraron agilidad mental y capacidad para adaptarse a los imprevistos, algo esencial para cualquier futuro almirante del Imperio.
Viktor sintió una ligera oleada de orgullo por el reconocimiento, aunque sabía que aún faltaba la parte más importante: las críticas. Los ojos del almirante se posaron primero en Alden y Emma.
—Sin embargo, Cadetes Hendrix y Ripoll, se les llama la atención por su exceso de confianza en la superioridad numérica. Esta confianza no solo fue mal colocada, sino que su falta de coordinación en el contraataque del cadete Rhysling demostró una debilidad evidente en su capacidad para trabajar en equipo bajo presión. En situaciones de combate real, una falla como esta podría ser fatal para toda la flota.
Emma mantuvo su expresión estoica, pero Viktor notó cómo sus dedos temblaban ligeramente. Alden, por otro lado, apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos.
El almirante giró su atención hacia Viktor, quien lo observó con una expresión calmada pero alerta.
—Cadete Rhysling, aunque su desempeño fue excepcional, se le llama la atención por el uso de tácticas suicidas. Estas estrategias, aunque efectivas en simulaciones y en combates masivos, no son recomendables en casos de invasión planetaria de rango rojo. Si bien podrían justificarse en un planeta de rango negro, y en casos extremos en un planeta de rango oro, su enfoque sigue siendo demasiado arriesgado. Recuerde que su vida y la de sus subordinados es lo más valioso en una guerra. El éxito no siempre se mide en victorias aplastantes, sino en la capacidad de regresar a casa con su tripulación intacta.
Viktor asintió solemnemente, reconociendo la crítica. Sabía que tenía una tendencia a asumir riesgos calculados que otros considerarían temerarios, pero también comprendía la necesidad de moderar esa tendencia en situaciones de alto riesgo.
—A pesar de sus errores menores —continuó el almirante—, han demostrado claramente por qué ocupan posiciones destacadas en el ranking de la academia y por qué tienen el potencial para convertirse en almirantes del Imperio.
Con estas palabras, la tensión en el aire pareció disiparse ligeramente. Aunque las críticas habían sido severas, el reconocimiento del almirante a sus habilidades reafirmaba su valía. Los tres cadetes intercambiaron miradas rápidas de alivio y orgullo contenido.
—Eso es todo —dijo finalmente el almirante, con un tono más suave—. Se pueden retirar.
Viktor, Emma y Alden respondieron al unísono con un saludo militar perfecto y un firme "Sí, señor". Luego, giraron sobre sus talones y comenzaron a marchar hacia la salida, manteniendo la compostura y la disciplina, como correspondía a cadetes de su calibre.
Mientras salían del salón de simulación, la atmósfera relajada volvió gradualmente. Alden, a pesar de haber sido reprendido, caminaba con la barbilla en alto, su ego inflado de nuevo tras recibir algún reconocimiento por su trabajo. Emma, por otro lado, se movía en silencio a su lado, claramente afectada por las palabras del almirante, aunque intentaba mantener su semblante sereno.
Viktor, caminando unos pasos detrás de ellos, notaba la tensión aún palpable en el aire entre sus compañeros. La rivalidad entre ellos no se había calmado por completo, y Viktor sabía que lo que había ocurrido hoy solo añadiría más leña al fuego en su relación.
Ya fuera del salón, Emily, que se había mantenido callada durante todo el intercambio, rompió su silencio con un comentario sarcástico.
Ya fuera del salón de simulación, el eco de las pisadas resonaba en los fríos pasillos de la academia. Aunque los cadetes habían recuperado la compostura, la tensión era palpable, como si cada paso removiera las emociones no resueltas entre ellos. Viktor caminaba en silencio, sus pensamientos todavía volviendo sobre las palabras del almirante. Sabía que, a pesar del reconocimiento, había dejado una sensación de incomodidad entre sus compañeros.
Emily, que había mantenido el silencio desde el intercambio con el almirante, no pudo contenerse más. Su naturaleza desafiante y directa era parte de su esencia.
—Tácticas suicidas, vaya... —dijo con ironía, su voz cortando el aire como un látigo. Se detuvo en seco y se giró para mirarlo, cruzando los brazos con una mezcla de diversión e irritación—. ¿Es eso lo que enseñan en las academias ahora, Viktor? ¿O es solo tu especialidad personal?
Su mirada estaba cargada de una mezcla de desafío y preocupación. Emily nunca había sido alguien que retrocediera ante un enfrentamiento verbal, especialmente cuando se trataba de Viktor. Era como un duelo silencioso, un enfrentamiento de voluntades, pero también un intento de obtener respuestas que calmaran la inquietud interna que sentía.
Viktor, acostumbrado a su sarcasmo y a la aguda lengua de Emily, respondió con una leve sonrisa. Era una sonrisa que no revelaba demasiado, pero lo suficiente como para dejar claro que no se sentía afectado.
—Es efectivo cuando sabes lo que estás haciendo —dijo, con una calma casi desinteresada, mientras sus ojos grises se encontraban con los de Emily. La miró sin retroceder, igualando su desafío con una serenidad que siempre parecía desconcertarla.
Emily resopló, claramente insatisfecha con su respuesta. Sus ojos rosas brillaron con una mezcla de frustración y una preocupación que nunca admitiría abiertamente. Sabía que Viktor era brillante, quizás el mejor estratega de su generación, pero esa brillantez venía acompañada de una peligrosa indiferencia hacia las reglas. Aunque sus tácticas no siempre eran suicidas, su letargo y falta de ambición a veces la volvía loca de frustración. No podía negar que era un genio, pero siempre temía que un día, la suerte no estuviera de su lado.
—¿De verdad crees que puedes seguir usando ese tipo de tácticas? —insistió Emily, dando un paso más cerca de él, su expresión endurecida por la mezcla de emociones que la embargaban—. ¿O es que te gusta tanto el peligro que prefieres jugar con la vida de tu tripulación? Porque si es así, eso no es algo que un "glorioso almirante" haría.
La voz de Emily sonó aguda, pero detrás de su sarcasmo había una sinceridad que Viktor conocía bien. Su preocupación por él era genuina, aunque siempre se enmascarara tras esa fachada de arrogancia y desafío. Viktor sostuvo su mirada firme, pero su tono se volvió más grave, como si intentara disipar las dudas que ella nunca expresaría abiertamente.
—La guerra es como un océano en constante cambio —dijo Viktor con suavidad, pero cada palabra estaba cargada de significado—. Ningún movimiento es igual al anterior. Dime, Emily, ¿preferirías que siguiera tácticas de manual y me llevara a toda mi flota a la destrucción segura? ¿O que un "glorioso almirante" como dices se rindiera para salvar su propia vida?
Las palabras de Viktor flotaron en el aire entre ellos, cargadas de la lógica fría y calculadora que siempre lo caracterizaba. A pesar de su desdén por las normas, él veía la guerra como un juego de ajedrez cósmico, y sus decisiones, aunque arriesgadas, siempre eran calculadas. Emily lo sabía, pero eso no aliviaba la ansiedad que sentía cada vez que Viktor apostaba todo en una jugada arriesgada.
—Obviamente —continuó Viktor, con una sonrisa que apenas asomaba en sus labios—, nuestros enemigos nos tratarían "muy bien" si decidiéramos rendirnos. Seguro que recibiríamos una cálida bienvenida.
El sarcasmo en su tono no pasó desapercibido para Emily, quien lo observó con ojos entrecerrados. Finalmente, dejó escapar un suspiro pesado, como si se rindiera momentáneamente ante la lógica de Viktor, aunque su preocupación seguía latente.
—Solo... ten cuidado —murmuró Emily, con una voz más suave, aunque aún teñida de reproche—. Sabes que no siempre podrás controlarlo todo, por muy buen estratega que seas. Además, soy tu segunda al mando. Si tú mueres, ¿qué me queda a mí? ¿Un ascenso vacío?
La sinceridad en su tono sorprendió incluso a Viktor. Emily raramente mostraba esa vulnerabilidad, y aunque sus palabras estaban revestidas de sarcasmo, el verdadero miedo detrás de ellas era palpable. Ella no solo temía por su carrera, sino por la posibilidad de perderlo.
Antes de que Viktor pudiera responder, Emma, que hasta ese momento había permanecido en silencio, observando el intercambio con una ligera sonrisa en los labios, decidió intervenir. Dio un paso adelante y, con una fluidez casi natural, se deslizó junto a Viktor, abrazando su brazo con una familiaridad posesiva que no pasó desapercibida para nadie.
—No estés celosa, Emily —dijo Emma con una dulzura maliciosa en su voz—. Puede que seas la segunda al mando de MI Viktor, pero no creo que puedas igualar su potencial. Después de todo, él es el único que puede derrotarme… y también a Alden, que, por cierto, es el primero en el ranking imperial.
El comentario de Emma estaba lleno de orgullo y veneno a partes iguales, y su tono insinuaba más de lo que decía. La chispa de desafío en sus ojos dejó claro que disfrutaba del pequeño triunfo de haber obtenido la atención de Viktor, aunque fuera solo por un momento.
Emily apretó los dientes, claramente irritada por la insinuación de Emma. La rivalidad entre ellas siempre había sido intensa, y cualquier oportunidad para lanzarse una puya era aprovechada con fervor. Sin embargo, Viktor, famélico y agotado tras la intensa simulación, decidió no alargar el conflicto. Su mente no estaba para rivalidades inútiles, y su cuerpo pedía descanso con urgencia. En lugar de caer en la provocación de Emma, deslizó su brazo con suavidad, liberándose de su agarre posesivo.
—No hay necesidad de competir aquí, —dijo con una calma autoritaria, dejando entrever su cansancio—. He hecho demasiado esfuerzo hoy y necesito descansar. Ambos son excepcionales en lo que hacen, no tienen que demostrarme nada.
Su tono, aunque firme, revelaba una especie de resignación al agotamiento que le embargaba. Con una expresión casi indiferente hacia las disputas que lo rodeaban, Viktor se giró hacia ambos, añadiendo en un murmullo apenas audible:
—Voy a mi camarote a ducharme. Nos vemos mañana.
Sin esperar respuesta, Viktor se dio la vuelta, sus pasos resonando en el largo pasillo mientras se alejaba de sus compañeros. Emma, que solía disfrutar de la cercanía con Viktor, frunció ligeramente el ceño al ver cómo se alejaba tan rápidamente, como si ella y Emily no importaran en ese momento.
Emily observó su espalda con una mezcla de frustración y preocupación. Quería decir algo, quizás seguirlo, insistir en hablar más, pero sabía que cuando Viktor entraba en ese estado de letargo, pocas cosas lo podían sacar de él. Era como si toda la brillantez que poseía en la batalla se apagara en el instante en que ya no había nada por lo que luchar.
Emma cruzó los brazos, claramente molesta por la forma en que Viktor había cortado la conversación. Sin embargo, detrás de su molestia había una especie de admiración retorcida; era como si la indiferencia de Viktor la intrigara tanto como la frustrara.
—Es tan... enigmático a veces, ¿no te parece? —comentó Emma en un susurro hacia Emily, sin esperar realmente una respuesta.
Emily no respondió de inmediato. En lugar de eso, observó cómo la figura de Viktor desaparecía al doblar una esquina del pasillo, su mente aún llena de preguntas y preocupaciones. No podía evitar pensar en cómo alguien tan brillante y estratégico en el campo de batalla podía ser tan distante y desinteresado fuera de él.
Finalmente, Emily soltó un suspiro, aunque sus palabras estaban cargadas de resignación:
—Es un genio... pero también es un idiota, —dijo, más para sí misma que para Emma, antes de volverse y marcharse en dirección opuesta.
Emma observó cómo Emily se alejaba, quedándose sola en el frío pasillo. Luego, con una sonrisa maliciosa en sus labios, giró sobre sus talones y siguió su propio camino. Sabía que, al final del día, todos orbitaban alrededor de Viktor, incluso si él no lo reconocía.