Todos asintieron en acuerdo con las palabras de la mujer de mediana edad —¿Quién no sabe lo sinvergüenza que es Su Anna? Seguro que heredó ese rasgo de su padre. En efecto, de tal palo, tal astilla. Ambos son tan sinvergüenzas que dan ganas de abofetearlos solo con ver sus caras.
Mientras los aldeanos hablaban de este asunto, Da Gao estaba detrás de ellos respirando con dificultad, soportando la ira y la humillación que le traían su esposa y su suegro.
Aprieta los puños y maldice —¡Maldito viejo! Te dejo a ti y a tu esposa quedaros aquí y os mantengo, ¡pero os atrevéis a humillarme de esta manera! ¡Solo esperen!
Se dio la vuelta y entró en la casa para hablar con su esposa sobre el asunto. Pero cuando entró en la casa, vio a su esposa durmiendo profundamente. En un instante, su corazón se llenó de ira.