—¿Fue mi sangre? ¿O la daga divina dentro de mí? —se preguntó Mineah, con la mirada fija en el pícaro ahora sin vida que yacía delante de ella, que había vuelto a su forma original—. Absorbió la magia oscura del pícaro sin vida preguntándose qué cambios haría en su cuerpo.
Miró a su alrededor parpadeando varias veces cuando un escalofrío le bajó por la columna vertebral.
—Rojo... —susurró su voz apenas más que un suspiro, su atención captada por la luminiscencia carmesí que emanaba de los cuerpos de los soldados infectados.
—¿Puedes verlo, Lai? —murmuró mientras observaba a cada soldado infectado.
—Mine, tenemos que resguardarte a ti y a los demás. Ven ahora —escuchó la voz temblorosa de Nikolai—. Ya he ordenado un confinamiento en esta provincia. Esta infección debe ser contenida antes de que llegue a la Capital.
—Todavía puedo salvar a algunos de ellos, Lai. Su aura aún es roja. Si tengo razón, eso significa que yo…