—¿Lord Rainier? —llamó, avanzando en un intento de liberarse, pero la mano libre de Lucian rodeó su cintura, jalándola firmemente contra su pecho.
Sentía su aliento sobre su cabeza, el latido salvaje de su corazón golpeando contra su espalda, enviando un escalofrío a lo largo de su columna. Esto era más que estar cerca—¿por qué no la dejaba ir?
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, su voz teñida de confusión.
—No quiero que te vayas —le escuchó decir, su voz profunda resonaba directamente en su corazón.
Sus cejas se fruncieron en frustración. —Lord Rainier
—Lucian —la interrumpió suavemente—. Me gustaría que me llamaras por mi nombre como solías hacerlo.
—Eso no sería apropiado. Ahora eres un señor.
—Y este señor te da permiso para que le llames por su nombre.
Apretó los dientes, la irritación ardiendo dentro de ella. ¿Qué derecho tiene este hombre de actuar así ahora?