Aarón entró al foyer y miró alrededor del familiar lugar donde había pasado la mayor parte de su infancia, corriendo y jugando. Las voces del pasado todavía resonaban en el aire, y las imágenes de aquellos días comenzaban a pasar frente a sus ojos.
—Aidan, te vas a ganar una paliza, te lo digo —llamó la voz de la mujer mientras corría tras un niño que atravesaba el foyer, su expresión enfadada.
—Madre, disculpas. No quise ocultártelo. No iré a ningún sitio sin decírtelo —suplicó el niño.
—¿Qué ha enfadado a mi hermosa esposa? —preguntó un hombre al entrar al foyer con sus caballeros detrás.
—Pregúntale a tu hijo —respondió ella, mirando al niño que trataba de esconderse detrás de su padre.
—¿Qué has hecho, joven, y cómo te atreves a enfurecer a mi hermosa esposa? —Regan, el hombre, se giró para enfrentar a su hijo.
—Me escapé solo de la propiedad —respondió apenado Aidan.
—No deberías preocuparla. Una vez que seas lo suficientemente mayor, no te detendré.
—Sí, Padre.