El día siguiente finalmente llegó.
Oriana estuvo ansiosa todo el tiempo que Tharzimon la llevó de vuelta de la montaña. Estaba agradecida de que él no la mantuviese en su propia cámara. Se le dio comida, ropa nueva, y sirvientas demonios para atenderla, pero ella no notó nada de esto. No pudo pegar un ojo de sueño y la noche se sintió más larga que nunca. Todos sus pensamientos giraban en torno a Arlan y su seguridad. Sin siquiera un bocado de comida o un parpadeo de sueño, estaba ansiosa por ver a Arlan.
Xyron vino a verla y despidió a todos los sirvientes.
—Saludos, mi señora —dijo él.
Oriana, que estaba sentada tranquilamente al borde de la cama, se sintió aliviada de verlo.
—Llévame con mi esposo —solicitó ella.
—No puedo, mi señora —respondió Xyron—. Después de llevarte a la montaña ayer, el Señor Tharzimon me ordenó no llevarte a ningún lado sin su permiso. Él será quien te escolte al campo de batalla.
Oriana apretó los dientes.