—Conde —volvió a hablar él, su voz amenazante y llena de advertencia de que si no lo hacía, sería peor para ella.
—¿U-Uno? —dijo con voz dolorida, sin saber si era eso lo que él quería decir. Antes de que pudiera recuperarse del choque y del dolor del primer golpe, su mano se movió de nuevo, y ella inhaló profundamente, solo para sentir el mismo dolor en su otra nalga.
—Ahh... —apretó los dientes.
Su fuerte mano aterrizó sobre su suave piel ambas veces sin misericordia. Sus manos se aferraron al asiento del sofá hasta que sus uñas se clavaron en él, sus ojos se humedecieron.
—Conde —lo escuchó de nuevo.
—D-Dos —dijo con mucho esfuerzo. Se dio cuenta de que era su castigo. Antes, cuando él había hablado de azotarla, pensó que estaba bromeando y que incluso si lo hacía, sería como azotar a un niño. Estaba equivocada.