—Abuelo, ¿qué ocupa tus pensamientos? —preguntó Oriana, mirando al tranquilo anciano.
—Me preguntaba si nuestra casa todavía existe aquí en la ciudad —respondió él.
—Sí existe, Abuelo —aseguró Oriana—, la he visitado una vez, y ha sido bien cuidada bajo la orden del Rey.
Sorprendió al anciano. Había estado pensando que después de que él se fuera, su casa debió haber sido derribada, y que habrían sido declarados traidores, pero nada de eso había ocurrido.
—Abuelo, ¿te gustaría visitar esa casa? —preguntó Oriana.
—Quiero —respondió él, su voz desvaneciéndose—, yo... quiero dar mi último aliento en mi casa.
Philip era consciente de que sus días estaban contados, y Oriana también lo sabía. Tragando su propia tristeza, respondió con calma:
—Organizaré para que nos vayamos.