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A pesar del consejo de Arlan de relajarse, Oriana se sentó rígidamente en la silla de montar, sus mejillas enrojeciendo de vergüenza mientras el poderoso cuerpo de Arlan casi la envolvía por completo.
Con cada movimiento del caballo, su espalda rozaba contra el pecho de Arlan, sus largas piernas tocaban las de ella y sus brazos, destinados a sostener las riendas, parecían envolverla en un cálido abrazo. A pesar de las capas de ropa que los separaban, podía sentir el calor de él impregnándose en su cuerpo frío, provocándole sequedad en la garganta y acelerándole el corazón.
Intentando crear algo de distancia entre ambos, Oriana encogió los hombros y se inclinó hacia adelante, sus delicadas manos sujetando con fuerza la parte frontal de la silla. Sin embargo, Arlan, quien caminaba su caballo en lugar de montarlo como de costumbre, fácilmente percibió su incomodidad y sonrió levemente con malicia.