—Arlan… —la voz de Oriana apenas se elevó por encima de un susurro mientras cerraba sus ojos llenos de lágrimas. Se agarró el pecho mientras un dolor agudo recorría su interior. Una pérdida irremplazable, lloraba al hombre que había amado.
Edna miró a Oriana con una sonrisa siniestra.
—Yo lo terminé —soltó entre risas, deleitándose en el dolor de Oriana—. ¿Te duele mucho, querida?
Oriana permanecía de rodillas, sin palabras, consumida por el dolor que la apretaba.
Divertida, Edna continuó:
—Llora todo lo que quieras. Es preferible, así puedo reclamar dominio sobre tu existencia sin problemas.
A pesar del aire triunfante de Edna, un silencio inquietante cayó sobre Oriana y su entorno. No solo ella sino todo el ambiente parecía quedar en silencio como si el tiempo se hubiera detenido. El fuerte viento de antes cesó, dejando las linternas suspendidas en la quietud.