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En la cima de la montaña, donde el aire era tenue y el viento aullaba sin cesar, una atmósfera ominosa envolvía los alrededores. La vasta extensión de suelo debajo se extendía en todas direcciones, envuelta en oscuridad, amplificada por la ausencia de la luna en esta noche de luna nueva. La falta de luz natural intensifica la sensación de presentimiento, convirtiendo el paisaje en un lugar de sombras y misterio.
Cada crujido y susurro se magnificaban por la oscuridad, creando una sinfonía inquietante que aumentaba la tensión. La visibilidad limitada y la soledad de la cima de la montaña fomentaban un sentimiento de aislamiento y vulnerabilidad, como si las reglas ordinarias del mundo estuvieran suspendidas en este santuario de poder ritualístico.