Al salir de la cámara de la Reina, Oriana se dirigió a la parte trasera del palacio. En el pasillo desierto que se extendía ante ella, Karla estaba parada fuera de la entrada a la habitación de la bruja. Oriana se acercó con una sutil sonrisa burlona en sus labios, mientras Karla, con la cabeza baja, evitaba el contacto visual.
Deteniéndose frente a Karla, Oriana observó su estado todavía desaliñado. —Te ves más bien atractiva así, revelando tu verdadera naturaleza: una mera esclava —comentó ella.
Karla apretó los dientes pero se mantuvo en silencio.
—No eres completamente inútil —continuó Oriana, su tono burlón—. Fue bastante satisfactorio canalizar mi enojo a través de ti. La próxima vez que busque una vía para mi frustración, me aseguraré de llamarte. Espero que para entonces tus arrugadas mejillas hayan logrado curarse, o podría sentir la tentación de desgarrarlas.
—El Maestro te espera, Su Alteza —respondió Karla, tratando de deshacerse de Oriana lo antes posible.