—¿Dónde está tu abrigo? —preguntó Arlan.
Ella tragó saliva—. Supongo que lo debí de perder en algún lugar.
—¿Por qué no les dijiste que eres del Palacio de Cardo?
Ella aclaró su garganta torpemente ya que no podía decirle toda la verdad—. No quería causarle problemas a Su Alteza...
—...y preferiste ser decapitada —suspiró con fastidio—. Eres una idiota.
Si ella les hubiera dicho para quién trabaja, no se habrían atrevido a levantar una espada contra ella tan fácilmente y el asunto habría sido llevado a él para resolverlo. Como una criada real, sólo la realeza podía decidir cómo castigarla.
—La próxima vez que estés en problemas, no lo ocultes. No me gustará si mi asistente personal es asesinada sin mi conocimiento. Mi gente sólo tiene permitido morir de dos formas: primero, de viejos, y segundo, de mis propias manos en el momento en que me traicionen.
Sonaba aterrador pero también protector. Oriana no sintió miedo sino gratitud hacia él.