Abrí los ojos al sentir la luz del Sol en la cara. Un maldito rayo se había colado entre las cortinas. Tenía ganas de seguir en la cama pero era hora de levantarse y prepararme para el día. Como decía mi padre, había que levantarse al Sol, es decir, nada más amanecía tenía que prepararme.
Me levanté tranquilamente y disfrute de mi "reflexión" matutina, que se traduciría por quedarme unos minutos embobado mirando mis sandalias. Después del ritual bajé a la cocina a prepararme algo de desayuno.
Terminado el desayuno y habiéndome aseado era momento de trabajar. Crucé una puerta que había al fondo de la cocina y llegué a la trastienda de mi local. Hace vaiios años tuve que hacerme cargo del negocio familiar, una modesta tienda de comestibles.
La tienda la abrió mi tatarabuelo, don Juan Marín en 1872, y desde entonces ha pasado de generación en generación hasta llegar a mi, Lucas Marín. Me encargo de la tienda desde el 2020, cuando mi padre decidió colgar el delantal y usó sus ahorros para irse con mi madre a una residencia en la costa mediterránea. Curioso, ¿no? Unos ancianos yéndose por voluntad propia a una residencia, todos los ancianos que he conocido rechazaban ir a una pero mis padres fueron por gusto, no puedo decir que me desagrade la idea, al fin y al cabo se lo tienen que estar pasando bien al lado de la playa.
En fin, que con 31 años volví de la ciudad de Toledo, dejando mi trabajo en una pequeña asesoría, y empecé a administras la tienda de comestibles. Uno pensaría que es un asco dejar la ciudad, dejar un buen trabajo con buen sueldo para empezar a vivir en un pueblo de apenas unas treintena de habitantes, pues lo cierto es que no, a mi me encanta. No tengo que salir de casa para llegar a mi puesto de trabajo, no hay nadie dándome órdenes, mi tienda es la única del pueblo por lo que tengo clientela asegurada y puedo dedicarme a descansar entre cliente y cliente, ¡es una gozada!
Lo único que no me gusta es que no hay gente joven para salir de fiesta... Y tampoco hay lugares para salir de fiesta. Hay un bar pero no es un sito de ocio nocturno como tal, si quiero ir a una discoteca lo más cercano es en Toledo, pero esta a 1 hora en coche. Apenas hay 2 niños, los hijos de la Paquita, y la persona más joven soy yo, que actualmente tengo 33 años (cumplo 34 en julio, el mes que viene).
Mientras estaba divagando entró una anciana de pelo blanco y rizado. Caminaba como un pato, tiene su gracia, y daba vueltas por la tienda buscando lo que tenía en mente.
— Niño, ¿a cuanto esta el paquete de agua?
— Me lo preguntas cada vez que vienes Rosita, 1 euro 20.
— Ay hijo, la mente que con la edad se te va yendo. Me llevo un paquete —me dio el dinero justo en monedas.
— Venga, ve para casa que ahora te lo llevo yo.
— Que bueno es ser joven —rió—, muchas gracias Lucas.
— Ni tan joven que ya supero la treintena.
— Mira, tienes la misma edad que mi nieta. ¿Te he hablado de ella?
— Un par de veces, de hecho.
— Ella también está soltera, tal vez deberíais conoceros.
— Yo estoy bien solo Rosita, no soy perro de un solo hueso.
Reímos los dos. Después de esa pequeña charla Rosita se fue y tras varios minutos de inactividad en la tienda cogí el paquete de agua y fui a la casa de la anciana. Como me gusta la vida en San Patricio. Puedo ir a mi ritmo, no tengo que ir corriendo de un lado a otro y apenas hay ruido. El aire que se respira es simplemente de campo y los rayos del Sol se sentían muy bien. Que lugar más pacifico. Paz...
Sin darme cuenta llegué a casa de Rosita, así que llamé a la puerta. Tras unos segundos la puerta se abrió y una mujer joven apareció.
— ¿Quería algo?
Eso me pilló por sorpresa, no esperaba ver a alguien tan joven, ¿de donde ha salido? De pronto vino a mi mente la conversación en la tienda.
— ¿Eres la nieta de Rosita?
— Emm, si. ¿Quién es usted?
— Ah, soy Lucas, Lucas Marín —le ofrecí la mano y ella aceptó el saludo—. Soy el dueño de la tienda de comestibles que hay aquí al lado. He venido a traer el agua que ha comprado Rosita hace un rato.
— Mi abuela aún no llega, está paseando pero muchas gracias —cogió el paquete y lo dejo a un lado de la puerta, pegado a la pared—. Soy Ana Méndez.
— Encantado de conocerte... Bueno, voy a volver a la tienda. Si necesitas algo estoy aqui al lado.
— Se lo agradezco, hasta luego.
Tras eso, cerró la puerta. Que sería. ¿Me estaba hablando de usted? Parecíamos tener la misma edad, ¿o acaso es más joven que yo? Que curioso... Que chica más curiosa. Era bastante alta, apenas unos centímetros más baja que yo, y yo mido 1,86. Tenía el pelo corto y ondulado castaño tirando para rubio. Llevaba un traje de oficinista, ¿por que llevaba eso estando en el pueblo? Este verano parece prometer... ¿Diversión?