Capítulo 1El destino es algo extraño. Algunos lo ven como una fuerza invisible que guía nuestras vidas, mientras otros creen que lo forjamos con cada decisión que tomamos. Si te declaras a una persona que sabes que no te corresponde, tu destino será el rechazo. Pero a veces, el destino se burla de nosotros, trayendo consigo humillaciones públicas o consecuencias que no habrías imaginado. A medida que creces, el margen de control sobre tu destino parece reducirse, aunque nunca desaparece del todo.Y cuando menos lo esperas, tu vida puede girar por completo hacia una dirección que jamás habrías elegido.—Alejandro, en todos mis años como adivina, nunca había visto algo así.La voz de la adivina era grave, casi temblorosa, mientras observaba el fondo de la taza de té que sostenía entre las manos. En sus visibles orejas de elfo, se podía ver leves partículas de magia causante de la predicción, su apenas visible rostro reflejaba una mezcla de sorpresa y temor.—Tú solo tienes un destino —continuó, elevando lentamente la mirada hacia Alejandro, quien la observaba en silencio—. No importa lo que hagas, tu destino es encontrarte con Elsa Santillán III.El aire en la pequeña habitación se volvió denso de repente, como si cada molécula supiera la gravedad de lo que acababa de revelarse. Alejandro sintió cómo un frío inexplicable le recorría la columna vertebral. Tener un solo destino... era casi una sentencia, y más con Elsa, la heredera al trono, quien se decía que había sido la causante del asesinato de sus hermanos en aquel trágico evento donde solo ella sobrevivió.—¿Eso qué significa? —murmuró, aunque ya intuía la respuesta.—Significa que, aunque quieras alejarte lo más posible de Elsa, tarde o temprano te encontrarás con ella. Es inevitable.El silencio que siguió a esa revelación fue insoportable. Alejandro miró a aquella elfo buscando algún rastro de duda en sus ojos, algo que le indicara que quizá se había equivocado. Pero no lo encontró.—Esto es increíble —dijo ella, más para sí misma que para él.—¿A qué te refieres? —preguntó el joven, entrecerrando los ojos.—Parece que no lo entiendes —hizo una breve pausa y se paró de su asiento para traer una taza de té —. No importa lo que te pase, si ella perece, tú también lo harás. Si sufres, ella será feliz.La anciana lo observaba en silencio, dejando que las palabras pesaran sobre el ambiente. La angustia se apoderó de Alejandro. ¿Si yo sufro, ella será feliz? ¿Y si ella muere, yo también estoy destinado a morir?Esto tiene que ser una broma. No puede ser tan cruel. Alejandro respiró hondo, intentando calmar el torbellino de pensamientos que amenazaba con consumirlo. Pero por más que intentaba racionalizarlo, las palabras de la adivina parecían grabarse en su mente con una certeza inquietante.El destino no era algo de lo que se pudiera escapar.—¿Quieres saber algo más sobre tu futuro? —La voz de la adivina rompió el silencio con una frialdad extraña, como si no compartiera el peso de la revelación que acababa de hacer.Alejandro alzó la vista. Por un breve instante, una chispa de esperanza brilló en sus ojos. Tal vez no todo estaba perdido. Quizás, en alguna parte de este destino maldito, había algo bueno esperándolo. Tal vez terminaría casado con Elsa, por descabellado que pareciera.—¿Puedes ver más? —preguntó, casi en un susurro, como si temiera que la respuesta borrara ese pequeño rayo de esperanza.La anciana no respondió inmediatamente. Simplemente, asintió y se inclinó hacia adelante, buscando en su mirada algún rastro de desesperación.Qué pena, chico, ese destino con el que cargas es sin duda tan cruel. Pensó la elfoUna pequeña hoja de té flotó justo enfrente de Alejandro. Con el pasar de los segundos, sus ojos comenzaron a sentirse pesados, y el cansancio se apoderó de él lentamente. La oscuridad lo envolvió, y como si despertara de un sueño, estaba ahí, un simple espectador en un cuerpo donde no podía hacer nada más que observar.Pasos.La lluvia caía con fuerza sobre las calles adoquinadas, acompañando a la multitud que se reunía en el centro de la plaza. Las gotas rebotaban en las piedras frías, formando pequeños charcos que reflejaban las siluetas sombrías de las personas que esperaban con ansias el evento del día. Hoy, todo terminaría.El sonido de las pisadas de la muchedumbre, mezclado con el incesante golpeteo de la lluvia, llenaba el aire con una sensación de expectativa. Los rostros de los presentes estaban iluminados por una mezcla de satisfacción y odio, cada uno ansioso por ver el final de la historia que tanto habían esperado.Frente a ellos, en el centro de la plaza, se erguía el patíbulo, un imponente recordatorio de los días de terror que pronto serían solo un mal recuerdo. Todos sabían lo que iba a suceder.—El día ha llegado. —Una voz resonó entre la multitud. Fuerte, decidida—. Después de tanto tiempo, hemos salido victoriosos. Y aquí está nuestra recompensa.—¡Viva! —gritó alguien, seguido por más voces que se alzaban con furor.—La tirana ha caído, gracias al héroe. Es la hora de su juicio.Los gritos de aprobación se intensificaron mientras la multitud avanzaba, llenando cada rincón de la plaza. En el patíbulo, la figura de la mujer que una vez había gobernado con puño de hierro se mantenía en pie, su silueta apenas visible bajo la lluvia. Su cabello, mojado y pegado a su piel, ya no tenía el brillo de antaño. Su bello rostro, el cual había sido pintado en hermosos cuadros, ya no valía nada.Elsa Santillan III, la mujer que había sido temida y odiada por tantos, estaba a punto de enfrentarse a su destino.La llamada "navaja nacional" se erguía sobre ella, esperando el momento en que se liberaría la cuerda. Había sido creada, para esta ocasión, un símbolo de justicia y liberación para aquellos que habían sufrido bajo su tiranía.Los ojos de la multitud estaban fijos en ella. La tensión crecía. El momento estaba cerca.Elsa, con una calma que desconcertaba, levantó la vista hacia el cielo gris, permitiendo que las gotas de lluvia cayeran sobre su rostro. Su expresión no mostraba miedo ni arrepentimiento. Solo una serena aceptación.El héroe que la había derrotado se encontraba al frente de la multitud, su espada aun colgando a su costado, aunque ya no la necesitaba.—Es el fin —murmuró alguien entre la multitud, y esas palabras parecieron resonar en todos los presentes.El verdugo subió al patíbulo, su figura envuelta en una capa oscura que lo protegía de la lluvia. Se acercó lentamente a Elsa, quien no desvió la mirada del cielo, como si ya estuviera más allá de lo terrenal.Y entonces, sin más preámbulos, la navaja cayó.Poco después, como si fuera coincidencia, una roca desde el cielo se dirigió hacia Alejandro, acabando con su vida. Sin dudas no era una coincidencia, era el inevitable destino.