Ese día me levanté tarde, como de costumbre. Apagué el despertador a tientas, bostezando perezosamente antes de saltar de la cama. Me puse mi vestido amarillo preferido y me até el cabello en una coleta despreocupada. Caminé descalza hacia la cocina mientras tarareaba mi canción favorita y me serví un tazón de cereales con leche.
Salí a la calle con mi energía habitual, sonriendo al fresco de la mañana. Unas nubes grises se arremolinaban en el cielo, pero no me importó, me gustaba caminar bajo la llovizna. Todo parecía más brillante después de la lluvia.
Iba con prisa para no llegar tarde al trabajo cuando ocurrió el accidente. Crucé la calle sin fijarme y choqué contra ese hombre, el mismo que veía todas las mañanas en mi camino habitual.
Siempre lo observaba de lejos, caminando solo con las manos en los bolsillos y la mirada perdida. Su semblante taciturno despertaba mi curiosidad, ese aire melancólico que lo envolvía como una nube gris. En el fondo sentía el impulso de hablarle, de preguntarle por qué siempre iba tan solo, pero nunca me atrevía a interrumpir su solitario trayecto.
Hasta ese día de lluvia y prisas, cuando el destino provocó nuestro inesperado encuentro. Todo pasó muy rápido, mi torpeza, su pecho firme amortiguando la caída, nuestras miradas cruzándose por primera vez. Vi en sus ojos grises la misma soledad de todos los días, pero también un fugaz brillo, una chispa de luz que antes no había notado.
Le pedí disculpas atropelladamente, con el corazón desbocado. Él me ayudó a incorporarme con amabilidad, restándole importancia al incidente. Le di las gracias con un hilo de voz y seguí mi camino a toda prisa, aún sentir su mano sosteniendo la mía.
Llegué al trabajo con la mente puesta en esos ojos grises que por un instante conectaron con los míos. Mis compañeras notaron enseguida que estaba distraída.
-Luisa, ¡despierta! Se te va a enfriar el café -me dijo Clara chasqueando los dedos frente a mi cara.
-Oh, perdón, estaba en otro mundo -respondí sobresaltada.
-Pues baja de tu nube, que tenemos un grupo de niños esperando por su actividad de lectura -bromeó Clara dándome un codazo cariñoso.
Me incorporé tratando de concentrarme en mi trabajo. Acompañé a los niños a la sección infantil y leímos un cuento interactivo donde todos participaban imitando sonidos y gestos de los personajes. Por un rato logré enfocarme en las risas infantiles.
A la hora del almuerzo, mis compañeras notaron de nuevo mi distracción.
-Luisa anda en las nubes desde que llegó hoy, ¿verdad? -comentó Sofía mientras mordisqueaba una manzana.
-Sí, parece que nuestra Luisa está enamorada... -respondió Clara en tono juguetón.
-¡No digan tonterías! Es sólo que tuve un pequeño accidente camino acá, choqué con alguien sin querer...no puedo dejar de pensar en eso, pero no es nada -me apresuré a aclarar, sonrojándome.
-Cuéntanos más, esto se pone interesante... -pidió Clara, y terminé relatándoles brevemente el incidente de la mañana, sin entrar en muchos detalles.
El resto de la tarde transcurrió sin novedades. Cumplí con mis tareas en piloto automático, fingiendo prestar atención mientras mi mente volaba una y otra vez a ese fugaz encuentro bajo la lluvia.
Al salir del trabajo decidí dar un pequeño paseo antes de volver a casa para despejarme. Me detuve en una cafetería y pedí un gran capuchino con crema extra para alegrarme. Luego caminé sin prisa por las calles, mirando escaparates, sintiendo las gotas de lluvia fresca en mi rostro.
De regreso a mi departamento la melancolía hizo presa de mí nuevamente. Preparé una cena sencilla y me fui a dormir temprano abrazando la almohada. Por alguna razón ya no me sentía tan feliz y llena de energía como siempre. No podía dejar de pensar en la mirada de ese extraño y la conexión que sentí por un segundo. Me pregunté si él también estaría pensando en mí. Con ese pensamiento rondando mi mente, me quedé profundamente dormida.