El silencio se había asentado sobre la noche como un manto denso e inquebrantable, pero las antorchas crepitantes lo desafiaban, extendiendo su luz temblorosa a ambos lados del camino. Sus llamas danzantes proyectaban destellos dorados que oscilaban entre la quietud y el movimiento, un tenue resplandor que contrastaba con la dureza implacable de los muros de piedra, fríos y ásperos, como la mano de un gigante petrificado. Las sombras jugaban a su antojo en las grietas y recovecos, como si cada rincón oscuro albergara secretos que susurraban al oído del viento nocturno.
Aquel era uno de los corredores ocultos del castillo real, un pasadizo en penumbra cuyo aspecto austero contrastaba con las suntuosas salas y las fastuosas galerías que se exhibían ante los ojos del público. Aquí no había lugar para la ostentación ni el esplendor; todo estaba concebido con un solo fin: garantizar la máxima eficacia y seguridad. Las paredes, desnudas de adornos, mostraban su piedra cruda, y el suelo, irregular y desgastado, narraba historias de pasos furtivos y decisiones tomadas en la oscuridad. Era un espacio diseñado para el silencio y la discreción, un eco de secretos que se deslizaban entre sombras, lejos de las miradas curiosas.
Las baldosas grises serpenteaban como un río de piedra, perdiéndose de vista a cada pocos pasos en un laberinto de curvas y giros inesperados. Sin embargo, mis pies continuaban avanzando con certeza, moviéndose con una fluidez casi instintiva a pesar de la penumbra que se cernía sobre el corredor. Cada paso era un cálculo preciso: primero la punta, un ligero toque que tanteaba el terreno, y luego, un balanceo cuidadoso que distribuía mi peso sobre el resto, como si estuviera danzando con la oscuridad, en una coreografía aprendida a lo largo de incontables noches furtivas.
Mis ojos se movían con aguda atención, recorriendo cada rincón del corredor sin detenerse en un solo punto, barriendo la penumbra en busca de cualquier señal de peligro oculto. Recordaba bien que las primeras defensas en estos pasadizos no se habían instalado hasta que cumplí los treinta años; trampas ingeniosas diseñadas por el maestro de obras Chálkellon, un virtuoso de la arquitectura militar. Sin embargo, esta vez no podía confiar ciegamente en mi memoria. Los cambios que he provocado podrían haber traído nuevas fortificaciones, nuevos obstáculos. Nada en este lugar podía darse por seguro; cada paso era una jugada en el tablero de un enemigo desconocido, y yo debía anticipar cada movimiento en la oscuridad que me rodeaba, pues en la máxima vigilia es como he vivido durante mi anterior vida y no sé vivir de otra forma.
Cuatro minutos y veintisiete segundos habían transcurrido desde mi partida del laboratorio real. En aproximadamente treinta y cinco minutos, una patrulla central de guardias pasaría cerca de mi objetivo. Sabía bien lo que enfrentaría: cada patrulla estaba compuesta por cuatro soldados de rango 2 avanzado, endurecidos en combate y con la destreza afilada de quienes han visto demasiadas batallas, y un capitán de rango 3, por lo general de nivel intermedio. Era un equipo disciplinado, entrenado para reaccionar con precisión letal ante la mínima señal de peligro. No había margen para el error; cada segundo era una ventaja o un riesgo en este juego de blancas y negras.
Después de tanto correr, finalmente alcancé mi destino: la tesorería del palacio. A unos doce metros frente a mí, se extendía un pasillo recto que desembocaba en una intersección en forma de "T". A simple vista, no había más que una figura solitaria: un anciano sentado en un pequeño taburete de madera. Su cabello, gris como la ceniza, caía en desorden sobre un rostro de bronce, surcado de cicatrices que hablaban de incontables batallas. Vestía una armadura de placas plateadas, opaca y desgastada, que parecía haber visto mejores días. Sus ojos estaban cerrados, como si hubiese sucumbido al peso de los años y al cansancio de una larga vigilia, y su mano derecha aferraba con suavidad una gran alabarda, en un gesto a punto de abandonarla. Parecía perdido en el mundo de los sueños, ajeno a mi presencia… pero en este lugar, cualquier apariencia podía ser un engaño. 'Años adelante, años atrás... No has cambiado nada, Selenor.' Dediqué uno de mis múltiples pensamientos mientras mis piernas frenaban, ahora con un mayor cuidado que antes.
General Selenor, viejo amigo de Kháris e Hyprónesis, comandante del antiguo ejército perdido en las grandes guerras territoriales. En estos tiempos, un viejo zorro actuando senil, mas ágil y con gran destreza física. Atrapado en el acmé del rango 3, sin duda un rey entre los de su mismo rango y un esclavo de su potencial desde otra perspectiva. Aquel quien fue mi mano derecha durante mis tiempos en la realeza, me serás de utilidad una última vez más.
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Los muchos cuerpos de jóvenes y veteranos soldados llenaban el suelo de la guerra indiscriminada. Hacían más de treinta años desde entonces, mas no hay detalle que no recuerde.
Las formaciones de caballeros de infantería se movilizaban por los flancos, rodeando a la última de las fuerzas oponentes del Este. Los magos artilleros no dudaron en acabar con las principales amenazas de renombre en las entrañas de aquel embolsamiento. Ciertamente, el comandante de la división enemiga era solo un terrible líder, o quizá un joven inexperto, después de todo, el centro de una fuerza armada es el más propenso a recibir ataques al no haber riesgos de causar fuego amigo, otorgando una falsa seguridad a los soldados en este.
'Viejos recuerdos... Nunca me canso de verlos.' Pensé mientras sonreía en mi mente. Aquel recuerdo era invisible a los ojos, pues estas imágenes no eran más que viento movido por mi magia, una brisa que forma figuras con su trayectoria, siendo así solo perceptible por mí, su controlador.
Repentinamente, una vibración apareció en el aire que me rodeaba. Antes de que llegara a mis oídos, dejé de jugar con mi magia y de entretener aquellos pensamientos inútiles.
"General Selenor, ¿No cree que es de desagrado no recibir a sus visitas?" — Dijo una voz femenina, tono inquisitivo y sin malas intenciones tras ella, tan suave que se había vuelto espeluznante.
No di tiempo a juegos. Mis piernas mostraron una explosiva fuerza, avanzando hacia la dirección del ruido instantáneamente. La alabarda en la punta de mis dedos rápidamente cruzó el espacio con un corte de media luna. La ferocidad de un veterano se reveló tras mi posición falsamente despreocupada, un despliegue de mis artes marciales heredadas durante generaciones en este viejo cuerpo que tras tanto entrenarlas las hacen ver totalmente naturales.
Cuando abrí mis ojos, la punta de mi alabarda, la cual había detenido, apuntaba al vacío.
No pude evitar dudar por un momento antes de gruñir. Mi medición no puede ser incorrecta, la dirección del sonido es la adecuada y la distancia recorrida es la justa. La única explicación era que el intruso estaba utilizando un hechizo o artefacto de invisibilidad.
El control del maná a mi alrededor se recuperó, habiéndose perdido levemente debido al brusco movimiento. Ahora que podía sentir el aire de mis alrededores, percibí el contorno de un humano encapuchado con un manto, la punta de mi alabarda se encontraba debajo de su mentón.
"Invasor, ¡no creas que escapas de mis sentidos! Hazte ver en este instante o no dudaré en rebanar tu cuello." — Dije con mi áspera e imponente voz, mirando a donde deberían de estar los ojos de la figura, mi expresión seria y mi ceño fruncido.
Tras mis palabras, la luz frente a mí comenzó a distorsionarse. Una joven morena de no más de veinte años apareció ante mí, con una negra coleta cubierta por el capuchón. Su cuerpo oculto tras un marrón harapo, similar a una caperuza. Esta tenía una calma sonrisa en su rostro, sin sentir peligro o miedo alguno.
Mi rostro se oscureció involuntariamente... Ella es solo un mago de rango 2... Sin embargo, ha conseguido caminar hasta aquí sin que escuche sus pasos, solo detectándola una vez decidió revelarse. Y, aún más escalofriante, era el hecho de que se había mantenido justamente en el límite de ocho metros que cubre mi control del aire circundante.
Usualmente, la habría matado sin esperar respuesta, pues intrusos de este tipo no vienen a dar un regalo. Y, si quisiera mantenerla viva, atacaría alguna de sus extremidades para evitar problemas y capturarla.
Sin embargo... Esta chica parece tener demasiada información, mi intuición me dice a gritos que algo estaba muy mal, ¿es ella una enviada de otro reino o facción para dar un mensaje? Lo que puedo estar seguro, es de que su rendimiento en combate no ocasiona un peligro a mi salud, además, si fuera un peligro real que conoce mis límites, habría atacado inicialmente y desde una distancia mayor a los ocho metros.
Mientras mi cabeza funcionaba a sobre esfuerzo y el filo de mi alabarda seguía amenazando a la joven, sus labios partieron, mencionando una sola palabra con gran confianza.
"Rosáreda" — Aquella palabra me golpeó como un rayo, dejando mi mente en blanco, deteniendo en seco aquellos pensamientos e incluso mi respiración; la fuerza dejó mis brazos, bajando mi alabarda a la altura de su pecho.
Cuando quise volver en mí mismo, reaccionar y hacerme el tonto para hacer pensar que no sabía nada sobre ello, supe que solo lograría perder el tiempo... Ella lo sabe... No sé cómo, ni porqué, pero ella lo sabe...
"... es tu hija, ¿verdad?" — Continuó la joven una vez mis pensamientos se asentaron. — "Mitad humana, mitad monstruo... Quizás más lo último que lo primero."
Cada palabra estremecía lo más profundo de mi ser, mis manos comenzaron a temblar como si pertenecieran de nuevo a un joven inexperto.
"... ¿Qué es lo que quieres...?" — Conseguí cuestionar con un tono suplicante, perdiendo mi compostura. — "No sé de lo que hablas, cuáles son tus motivos ni intenciones, pero no pienses que seré tan fácil de domar".
"En el sur de este reino... hay unas tierras que, casualmente, están a tu nombre y, en el fondo de estas tierras, hay un monte muy curioso, donde, tras atravesar una ilusión muy costosa y deliberadamente puesta para que nadie común la detecte, al fondo y detrás de múltiples habitaciones secretas y puertas ocultas está ella, ¿no es así?" La sonrisa de la joven se mantuvo imperturbable, como si esperara todo lo que estaba ocurriendo.
Seguro que mi rostro ahora mismo no tenía precio, mi autoritaria cara y temple serio fue lentamente perdiendo su luz mientras el pánico y la preocupación lo inundaban con cada detalle.
"Mira... Puede que podamos llegar a un acuerdo... Si no se lo cuentas a nadie." Ahora que mi mayor secreto había sido revelado, solo me queda intentar minimizar el resultado.
"Por supuesto... no te preocupes, Selenor. Solo requiero un pequeño favor." — Dejó un breve silencio. "Quiero que habrás la puerta tras tu cuerpo."
Mis manos se apretaron en el mango de mi alabarda. ¿Quería que renunciara a mi honor y orgullo como caballero? No, no solo a mi honor, ¡sino a los ideales que forjaron mi vida como la es!
A pesar de que quería acabar con ella, yo era impotente. Sabía perfectamente que una maga de rango 2 no podía llegar a este lugar por sí misma, mucho menos tener conocimiento tan privado de mí: aquel secreto que guardé incluso de mis amigos más fieles...
Si la matara, aquella persona o facción tras ella, la cual me debe de haber estado investigando a fondo, hará su movimiento, haciendo público la situación de mi supuestamente difunta hija... Habiendo sido convertida en un monstruo durante aquellos tiempos caóticos, ella sería asesinada por aquellos reinos vecinos o incluso por los nobles y "defensores de la justicia" de esta nación. Después de todo, los monstruos provenientes de humanos tienen una gran posibilidad de generar inteligencia, lo cual puede ocasionar grandes calamidades a las sociedades cercanas...
Agaché mi cabeza, dándome la vuelta y caminando hacia el asiento donde me sentaba anteriormente. Moviéndolo a un lado de un manotazo, tracé unos patrones en la pared de piedra con mi maná, el cual fue absorbido por esta.
Poco después, la ilusión se rompió, mostrando una gran puerta metálica con brillantes runas azules grabadas a sus lados. Tras la activación del patrón y del reconocimiento de maná, las puertas se abrieron de par en par con el ruido mecánico de engranajes.
Acababa de sellar mi destino... Había abierto la tesorería a un invasor... Ni siquiera el pequeño Kháris puede salvarme de esta. Pero... en este punto no me importaba. Ya había decidido hace mucho tiempo que haría lo que fuera necesario por mi querida hija... incluso si bestia es, mientras ella siga siendo, esperanza habrá... Solo que... no esperaba que este momento llegara tan pronto...
La joven pasó a mi lado con paso constante. Su presencia indiscernible, como si no fuera un ser vivo en lo más mínimo, sus movimientos fluidos como el agua, las suelas de sus pies silenciosas contra el suelo, como si flotara sobre este.
Cuando la joven entró a la metálica sala, habló sin mirar atrás: "Recuerda... estos artefactos los has destruido tú, pues te has convertido en un traidor pagado por la coalición del Oeste para acabar con la tesorería real, ¿de acuerdo?"
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La tesorería era una gran construcción subterránea, formada completamente por hierro fortificado mágicamente; sus muros, techos y suelos teniendo un grosor de treinta centímetros.
Por supuesto, la defensa principal se encontraba escondida tras sus paredes. En el subsuelo del palacio, una gran maraña de circuitos mágicos y artefactos estaban listos para acabar con cualquier intruso que trate de entrar a la fuerza con hechizos ofensivos o barreras que eviten la invasión. A su vez, estos circuitos estaban conectados al sistema mágico de la capital, siendo uno de los nodos principales de esta red que permitía el paso de maná a los residentes y a las murallas en caso de emergencia; estos eran algo que cada ciudad tenía, y su presencia subterránea los hacía difícil de sabotear y localizar a menos que el enemigo obtenga los planos de construcción mediante espionaje o métodos similares.
Dejando a un lado el conocimiento común, la tesorería se dividía en tres partes principales: el almacén, donde se guardaban materiales de alto valor y el cual ocupaba la mayor parte de esta; la biblioteca, una serie de archivos que contienen instrucciones de hechizos y recetas de refinado de pociones, creación de artefactos y dibujo de circuitos mágicos; y, por último, la armería, donde se almacenaban temporalmente artefactos y pociones de alta importancia, mas inútiles en la actualidad por motivos varios.
Mientras mi mente seguía varias líneas de pensamiento y contaba el tiempo que me quedaba, mi cuerpo había llegado a la armería, deteniéndome ante uno de los muchos pedestales en su interior.
Cinco anillos sentaban sobre el mármol del pedestal, mientras que otros cinco espacios habían quedado vacíos a su lado. Tanto los anillos como los huecos se encontraban impolutos gracias al circuito mágico de limpieza bajo el pedestal, haciendo innecesario un mantenimiento sobre estos.
Estos eran diez anillos espaciales, artículos escasos en territorios de bajos recursos e imposibles de encontrar en su mercado, incluso para reyes de estos países. La magia tópos es, después de todo, una de las "Magias Mundiales", magias extremadamente difíciles de aprender o encontrar que tocan el mismo funcionamiento del mundo. Sin embargo, esto es solo un mito desorbitado, una mera exageración, pues cuando profundizas en cualquier elemento mágico acabarás tocando principios mundiales tarde o temprano.
La única diferencia real de las Magias Mundiales es el hecho de que parten de algunos de estos principios. Esto trae grandes desventajas para sus practicantes tempranos, haciéndolos muy débiles en comparación con magos de una magia elemental común; principios mundiales no pueden ser controlados fácilmente por un mago de bajo rango. Por otro lado, estás magias traen sus ventajas a medio-largo plazo, pues en estos rangos sus practicantes tendrán suficiente poder como para utilizar este tipo de magias eficientemente, mientras que los demás aún están lejos de alcanzar estos principios en su respectivo elemento.
Por supuesto, nada de esto importa una vez alcanzas la cima. Una vez alcanzas la cima, todas las Magias tienen el mismo poder e importancia, pues todos son partes indiscriminadas de la existencia.
En conclusión, reinos inferiores como este solo podían tener un pequeño número de estos artefactos, en su mayoría usados por la realeza y, temporalmente, por personas importantes durante misiones que lo requieran. También era frecuente su uso como incentivo durante grandes coaliciones o misiones conjuntas con otros reinos.
Mi mano agarró el cuarto anillo con resolución, poniéndolo en el dedo corazón de mi mano derecha. Todos estos anillos eran de rango 3, algo obvio por las perturbaciones que emitían, mas los artefactos de un mismo rango siguen teniendo diferencias en calidad.
Las perturbaciones mágicas de los anillos se podían sentir al acercar tu cuerpo a estos e incluso se podía ver la distorsión del espacio a simple vista con un poco de concentración en sus alrededores.
Dándole un último vistazo al anillo que abraza mi dedo, su cuerpo era plateado y la gema central negra como el abismo. Era claro que las perturbaciones de este eran mucho menores que los otros. Al contrario que el sentido común, este era sin duda un artefacto de rango 3 superior, pues su eficiencia era mayor a la de los demás, sin dejar escapar tan fácilmente los efectos de su energía tópos.
Extendiendo maná por el circuito mágico de mi nuevo artefacto, activé su función de reconocimiento. A partir de ahora, este anillo solo se activará con mi maná, a menos que se reinicie la función de manera manual, trabajo algo tedioso para magos ordinarios.
Con este, ya poseía el máximo posible de dos anillos espaciales. Ignoré los demás anillos y me centré en el resto de pedestales con artefactos y armarios criogénicos, hornos alta temperatura, campos eléctricos, entre otros, para el mantenimiento de materiales. Era incapaz de llevar conmigo todos ellos, mas no rechazaré aquellos que sean útiles para mis siguientes pasos.
Con solo unos segundos desde que entré en la tesorería, avancé rápidamente hacia los objetos que llamaron mi atención. Incluso en estos momentos mis pies descalzos no producían ruido audible, mientras que la fina película de maná que rodeaba sus suelas evitaba cualquier rastro de huellas no provocadas por el peso...
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