—Señor Adinn, el día 10 de diciembre a las 11:36 horas elementos de la policía federal encontraron $14.8 billones de dólares en efectivo en su casa. ¿Nos podría explicar por qué recibió ese dinero y cómo lo consiguió?
Alfred Adinn estaba sentado en el estrado. Sus brazos estaban esposados y vestía un uniforme naranja de prisión. Había sido arrestado por enriquecimiento ilícito, fraude y evasión fiscal, falsificación de moneda y documentos, nexos con el crimen organizado y entorpecimiento de la ley.
—Se lo pedí a un genio —Alfred le respondió al fiscal.
El fiscal miró al jurado con una sonrisa incrédula.
—¿A un genio? ¿Como el de la lámpara mágica?
—Sí, exacto.
—Y ¿este genio le concedió deseos?
—Tres.
—Y ¿uno fue de 14.8 billones de dólares?
—Yo solo le pedí ser billonario.
—Entonces, ¿por qué no solo le dio un billón?
Alfred se encogió de hombros.
—Y ¿tiene alguna forma de corroborar esta historia? ¿Tiene esa lámpara mágica con usted?
—Desapareció después del tercer deseo.
El fiscal miró al jurado y sonrió.
—Muy bien. Entonces hábleme de los 14.8 billones. ¿De dónde salieron? Suponiendo que este genio existe, ¿cómo consiguió esa cantidad?
Alfred se encogió de hombros.
—Y yo ¿qué voy a saber?
El fiscal comenzó a pasearse lentamente por la sala.
—Como yo lo veo, hay dos opciones: 1) creó o, mejor dicho, falsificó, ese dinero, o 2) lo tomó de alguna parte. Sobra decir que ambas opciones son delito. ¿Cuál fue?
Alfred permaneció en silencio.
—No más preguntas.
El fiscal volvió a su lugar y el abogado defensor se levantó de su asiento. Acto seguido, se dirigió hacia Alfred y puso un documento frente a él, en el estrado.
—Señor Adinn, ¿reconoce este documento?
—Sí, es mi acta de matrimonio.
—¿Usted presentó este documento como evidencia de uno de sus deseos?
—Sí.
—¿De cuál deseo?
—Del tercero.
—Podría explicarnos cuál fue ese deseo.
—Deseé que ella se casara conmigo —Alfred señaló una mujer que estaba en la primera fila del público. Ella usaba un chal y unos lentes de sol que le cubrían el cabello y los ojos y, cuando Alfred la señaló, ella le lanzó un beso.
—¿Podría decirnos el nombre de su esposa?
—Xcaret Jobanson.
Tanto el público como el jurado se sorprendieron al oír ese nombre. La mujer se quitó los lentes y el chal para mostrar su cabello rojizo y sus ojos verdes. No había duda: ella era la estrella de cine, Xcaret Jobanson.
—No más preguntas —dijo el abogado defensor—. Ahora quisiera llamar al estrado a la esposa del acusado, Xcaret Jobanson.
Ella se levantó de su asiento y se dirigió al estrado. Al mismo tiempo Alfred se levantó y se dirigió a su asiento. Xcaret se volvió hacia él y le susurró un "te amo" justo cuando pasó a su lado. Él le sonrió en respuesta.
Ya en el estrado, Xcaret juró decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad y tomó asiento.
—Señora Jobanson —el juez defensor le señaló el documento que estaba en el estrado, frente a ella—, ¿reconoce esto?
—Sí, es mi acta de matrimonio con Al.
—¿En qué fecha fue emitida?
Xcaret tomó el acta y la leyó.
—El 23 de octubre del 2029.
—¿A qué hora fue emitida?
—A las 13:56 horas.
—Muy bien —el abogado defensor retiró el acta y, acto seguido, le mostró a Xcaret otro documento—. Y ahora, ¿reconoce esto?
—Sí, es mi acta de divorcio.
—¿En qué fecha fue emitida?
Xcaret tomó el acta y la leyó.
—El 23 de octubre del 2029.
—¿A qué hora fue emitida?
—A las 13:31 horas.
—Entonces ¿usted se divorció de su esposo y se casó con el acusado el mismo día, con menos de una hora de diferencia?
—Sí, es correcto.
—¿Podría explicarnos más?
—Sí, ese día estaba en rodando mi más reciente película —no puedo decir cuál es porque firmé un contrato de confidencialidad—, y de repente pensé en mi ya exmarido y me di cuenta de que ya no sentía nada por él, que no quería seguir con él. Entonces me salí del set y le llamé. Le dije "oye, creo que quiero el divorcio", y él me dijo "sí, yo también", y fuimos al registro civil y nos divorciamos. Después salí y crucé la calle sin fijarme. Un automóvil frenó justo antes de atropellarme. Alguien bajó del auto, y ahí fue cuando lo vi: mi Al. Dije "me tengo que casar con él". Él se me acercó y me preguntó: "¿Eres Xcaret Jobanson?" Yo le dije: "Y también puedo ser tu esposa". Él sonrió y nos casamos.
—No más preguntas.
Al abogado defensor se dirigió a su asiento, y el fiscal se acercó a Xcaret.
—Señora Jobanson. Si le soy sincero, toda esta historia me parece muy extraña, en especial la parte de que usted se enamoró perdidamente de él al verlo por primera vez justo después de que él recibiera $14.8 billones de dólares.
Xcaret le sonrió.
—Qué pena que usted considere el amor a primera vista como algo muy extraño. Es hasta triste. Pero dinero no me hace falta, si eso es lo que piensa. Y, si no me cree, Al y yo nos casamos por bienes separados.
—Pero aun así su historia es extraña. Dígame, ¿cómo es posible que realizaran un trámite de divorcio tan rápido? Generalmente tardan de uno a tres meses, y a veces hasta años.
—Y yo ¿qué voy a saber? Pero así pasó.
—¿Podría explicarnos con más detalle qué pasó?
—Yo y mi ex entramos al registro civil y una señora en una ventanilla nos dijo que pasáramos con ella.
—¿Y esto pasó apenas entraron?
—Sí.
—¿No tuvieron que hacer fila ni tomar una ficha ni esperar su turno?
—No, no había nadie en el registro.
Tanto el jurado como el público no lograron esconder su sorpresa al oír aquellas palabras.
—¿Me está diciendo que fueron a una dependencia de gobierno y no había fila ni gente antes de ustedes?
—Sí, es correcto.
—¿Y los burócratas los atendieron de manera rápida y eficaz? ¿No los mandaron de una ventanilla a otra para conseguir sellos, formas, etcétera?
—No, fue la misma señorita la que lo hizo.
—¿Entonces ella consiguió todas las firmas y sellos y formas y demás?
—Sí, se tardó como 5 minutos. Pero regresó con los documentos sellados, firmados, aprobados y todo.
—¿Y lo mismo pasó cuando ustedes dos se casaron?
—Sí, es correcto.
—Como sea. En dado caso de que su matrimonio se deba a un deseo del acusado. ¿No le molesta haber sido manipulada?
—Haya sido un deseo o no, nunca he sido tan feliz en mi vida.
El fiscal la miró fijamente por un momento.
—No más preguntas.
Tanto Xcaret Jobanson como el fiscal regresaron a sus respectivos lugares. De nueva cuenta, el abogado defensor se puso de pie y tomó el lugar del fiscal.
—Por último, quisiera llamar al señor Adinn al estrado de nueva cuenta.
Alfred se levantó de su asiento y se dirigió al estrado.
—Dígame, señor Adinn, ¿cuál fue su primer deseo?
Alfred bajó la mirada.
—No… ¿no se los puede decir usted?
El abogado defensor negó con la cabeza.
—Usted tiene que contestar la pregunta, señor Adinn.
Alfred levantó la mirada y suspiró.
—Bueno, pues, yo soy un hombre, y cuando encontré a un genio, y él me podía conceder lo que fuera, pues…
—¿Cuál fue su primer deseo, señor Adinn?
Alfred miró al jurado.
—Ustedes, los hombres, me entienden, ¿verdad?
—Responda la pregunta, señor Adinn.
—Lo… lo agrandó.
—¿Qué agrandó?
Al señaló hacia abajo.
—¿Qué agrandó?
—… mi pene.
—Y ¿tiene alguna forma de probarlo?
—Podría —Alfred bajó las manos y comenzó a desabrocharse los pantalones, pero…
—Espere, señor Adinn, no es necesario que haga eso —el abogado defensor sacó una fotografía y la colocó en el estrado, frente a Alfred—. ¿Podría decirme que es esto?
—Una fotografía mía desnudo.
—¿Cuándo fue tomada?
—En la cárcel, el día en el que ingresé.
—Objeción —el fiscal golpeó la mesa y se puso de pie—. No hay forma de que algo así pueda ser aceptado como evidencia.
El juez le pidió la fotografía al abogado defensor, y este se la entregó.
El juez la levantó y la colocó frente a él y…
—¡Santa Madre de Dios! —inmediatamente soltó las fotos. Wn sus ojos se podía ver tanto sorpresa como horror. Y francamente era de esperarse, ya que en dichas fotografías se mostraba a Alfred desnudo, de frente y de perfil. Su mastodónica verga, imposiblemente erecta, no podía ser ignorada.
El juez recogió las fotografías y las miró, después a Alfred, después a las fotografías, y etcétera, etcétera.
—¡Dios, ten piedad de nosotros! —le regresó las fotografías al abogado defensor—. No hay manera de que esto no sea evidencia.
—No más preguntas —dijo el abogado defensor y regresó a su lugar.
El jurado salió para deliberar.
Pero regresó después de unos pocos minutos. Al tomar asiento, varios de los miembros del jurado miraron a Alfred con asombro, espanto y quizá envidia.
—Miembros del jurado, ¿cuál es su veredicto? —preguntó el juez.
—De acuerdo con la evidencia presentada —respondió uno de ellos tras ponerse de pie—, está claro que tanto el dinero que el señor Adinn recibió como su matrimonio con la señora Jobanson y, bueno, las proporciones de su cuerpo tuvieron que ser obra de un genio. Simplemente no hay otra explicación.
Pero aun así Alfred Adinn fue condenado por evasión fiscal —él no declaró sus ingresos de 14.8 billones de dólares—, enriquecimiento ilícito —técnicamente hablando, el dinero recibido por un deseo de genio no es considerado legal en ningún lugar— y por falsificación de moneda —de acuerdo con la investigación de la policía federal, los billetes encontrados en la mansión de Alfred cumplían con todos los requisitos para considerarlos genuinos a excepción de sus números de serie, los cuales eran duplicados y, por ende, se declaró que ese dinero era falso.
También se arrestó y apresó a los trabajadores del registro civil por falsificación de documentos, tráfico de influencias, cohecho, coalición de servidores públicos, uso indebido de atribuciones y ejercicio abusivo de funciones.
Por último, se levantó una orden de arresto para el genio de la lámpara por los delitos de falsificación de moneda, ejercer cirugías plásticas sin licencia, falsificación de documentos, cohecho, tráfico de influencias. Sobra decir que al día hoy la policía aún no lo ha encontrado.