Esa noche de sosiego, la disfrutaron con demás historias que se hablaban en el capitolio y en los pasillos del castillo. Dejarían los planes para ir a la ciudad al día siguiente, mientras, era hora de dormir las pocas horas que le quedaban al cielo nocturno. Eren asomó la cabeza por la ventana intentando buscar una pequeña ráfaga de aire fresco, en vano pues, era igual de caliente. Se volvió al cielo y miró lo que parecían lechuzas «Ojalá fuera una de ellas» musitó, deseando alejarse un poco del calor del suelo.
«—Tal vez allí arriba es más fresco.»
También se dio cuenta que se miran menos aves.
La noche fue pesada y lenta. No había bajado nada la temperatura cuando comenzaba a subir junto al alba castaña y bermeja que se asomaba en el horizonte.
Eren había dormido muy mal y empapada en sudor, no paraba de carraspear y respirar dolía en las fosas nasales.
Aun que sabía lo que la lluvia traía consigo, deseo que lloviera.
Era muy de madrugada y se escuchaba ruido afuera. No había de otra que levantarse temprano, ya que, el cuerpo no podía descansar bien con tales temperaturas.
Eres se vistió y salió para encontrarse con su padre que llegaba con agua del rio cercano.
—Tu mamá está preparando algo de avena, hija —dijo Kal al notar a su hija.
—¿Quieres que vayamos hoy a la ciudad?
Kal miró al cielo y miró algunas aves y lo que parecían águilas.
—No —dijo arrastrando la palabra—. Esperemos que se acaben un poco más los suministros, sirve y preparo las cosas para llevar vino y regresar más cargado.
—Yo te puedo prestar dinero —agregó Eren.
Kal rio por lo bajo.
—No te preocupes —respondió Kal.
—No sabemos si lloverá pronto, padre.
—Aún hay aves y águilas en el cielo —dijo este—. Ya sabes que tenemos un día después de que desaparezcan, así que… aún hay tiempo.
La compañía era buena, pero el clima era horrible, quemaba la piel dentro o fuera de la sombra.
En Irían, como en casa de los Graham, la gente acostumbraba, incluso antes de la llegada de las bestias, a tener túneles y casas subterráneas para evitar el calor y sus tomas de aires siempre eran en paredes o laderas para evitar que el agua de la lluvia entrara por pura gravedad.
Aunque Eren gozaba de estar ahí, sus ganas de estar bajo el sol ayudando a sus padres amainaban y preferiría ir a conseguir suministros lo antes posible.
La aves se avistaban menos y el céfiro más tenue apenas acariciaba sus rostros empapados de sudor. Eren aún estaba un poco azorada por la decisión de su padre. Por ella mejor se iban ahora, sería una mejor decisión no estar mucho tiempo afuera, pero comprendía que su padre quería llevar vino al capitolio y regresar forrado de oro y suministro para, inclusive, alimentar a los demonios.
«Codicia» musitó al tiempo que su voz se perdía con el céfiro. Realmente estaban bien y, si se iban, dejarían a mamá sola. Acompañada de los perros, pero igualmente sola.
O tal vez solo estaba sobre pensando y era la ansiedad tomando control de sus pensamiento, no estaba segura. Volvió a ver el cielo.
—O solo es el calor… —susurró —. Quisiera que lloviese ya.
No estaba segura de esa afirmación.
Ese día su padre riñó a su hija por estar trabajando. Para Eren no era nada, pero para Kal si era mucho. Quería que su hija descansara, que era a lo que venía. Pero era la misma historia todos aquellos días y cada que venía. Para ella, sería mejor que su padre se rindiera. ¿Qué había de malo en ayudarlo? No se iba a morir por ayudarlo un poco. Pero, lo que realmente quería era vigilar a las aves y ver que no desaparecieran de pronto. Ah de decirse que los demonios aquellos no salían de la tierra de inmediato, pues, no podía romper las piedras y las toneladas de tierra encima de ellos.
No.
Necesitaban la lluvia y lo blando de la tierra cuando mojada está, por eso, una lluvia cualquiera no era un gran peligro, pues no ablandaba lo suficiente la tierra, y tampoco permanecían a poca profundidad, pues en cualquier momento quien sea podría tomar una pala e intentar acabar con ellos. Se intentó, sin embargo.
La primera vez que estas criaturas surgieron, la gente observó como comenzaron a excavar. Eran rápidas y lo hicieron cuando la lluvia se había acabado hace días. Se reunieron mucho y excavaron casi 20 metros sin éxito, pero, bajo sus pies siempre los acompañaba el sonido de algo que empujaba la tierra. ¿Por qué lo harían? El sol no afectaba a los demonios y, aun así, se escondían.
Nada estaba claro, pues la luz del sol no les afectaba, aparentemente. La gente hacía sus propias hipótesis, algunas muy estúpidas como que necesitan la tierra como los árboles lo hacen y que la tierra absorbe nutrientes de estos y volvía los campos más fértiles, otros comentaban que invernaban (en verano). Y eran peores cuanto más la gente hablaba al respecto. Solo atinaban en algo.
Eran difíciles de matar.
Durante el día Eren vio a su padre mandar a un ave mensajera.
—¡Por fin! —gritó ella. Su padre solo se rio a la distancia.
Eren sabía que estaba solicitando escolta para mover el licor.
Al día siguiente, aun no amanecía cuando llegó la escolta desde el capitolio. Llegaron ocho soldados en caballo con su típico uniforme de combate a reportarse con Kal.
Eren reconoció algunos soldados, pero estos no la vieron, tenían su mirada clavada en los dos perros que acompañaban al enólogo.
Sería mejor prepararse para la partida.
Padre no tardó mucho estar listo, parecía que preparó todo en la madrugada sin avisarle a su hija. Igualmente, ella se alistó pronto y partieron con la escolta, seguida por su padre y la carreta llena de barriles (y uno de los perros montado y acomodado), jalada por seis caballos. A un lado de la carreta, Eren, quien habló con su padre hasta llegar a la capital.
Aquellos días en casa de los Graham habían sido muchos para Eren. Ya era la segunda semana y casi se acababa la segunda ola de calor y faltaban dos días para su fin. Y vaya que ya casi se acababa. El calor insoportable y se podía ver en el rostro de las personas, se olía en el aire, se sentía en la piel, lo susurraban las paredes. La gente estaba nerviosa y las calles llenas de personas que buscaban los últimos suministros para encerrarse y no ver la luz del día por lo menos nueve días. Eren y su padre habían llegado a la ciudadela. Mientras Kal se dirigía al castillo, Ere prefirió hacer unas compras y se llevó gran sorpresa al ver que aún estaba abastecida la capital, no como de costumbre, pero lo suficiente para el pueblo.
Cerró algunos tratos y dejó pagado por adelantado, solo para recolectar las cosas cuando su padre regresara con la carreta.
—Date prisa —susurró, esperando que el Duke Zorian lo libere pronto.
Casi tres horas y regresó junto con la escolta. Eres estaba sentada, pero le costó despegarse.
—Casi me hago parte del decorado —señaló con poca paciencia.
—Me intenté librar lo más pronto que pude —afirmó Kal—. Dije de excusa que debía prepararme más para las lluvias.
—¡Pues es cierto! —respondió con menos paciencia.
—Vamos ya. ¿Hiciste compras?
—Todo está pagado. Solo que no sé si necesites más sal.
—¡Mucha! —dijo con un resoplido.
Levantaron los suministros para encerrarse doce días de ser necesario, más lo que les quedaba en casa. Vieron de lejos el castillo y vaya que estaba más resguardado que antes.
—Pensé que querrías entrar —aventuró Kal.
—Paso demasiado tiempo ahí —dijo acompañado de un largo suspiro—. Además, entrar ahí significa seguir un montón de protocolos y andamos con prisa.
Kal no dijo ya nada más.
Salieron al crepúsculo y les hicieron una inspección de costumbre en el último punto de control antes de entrar al camino principal hacia el bosque de las sombras.
Pero antes de irse, la escolta solicitó un momento con Kal.
Kal se sorprendió y se separaron un poco de la carreta.
Eren estaba dubitativa.
«¿Qué querrían?» se preguntaba ella, cuando vio a una mujer hablando con un soldado en la cercanía. Le pareció familiar.
Era la tesorera del Duke y estaba bien resguardada a su alrededor.
Eren se preguntó que estaría haciendo aquí, pero mejor fue a responder esa pregunta.
—Padre, vuelvo en un momento —gritó, y Kal afirmó con un ademán de su cabeza.
Caminó hacía ella y fue cuando notó que había más gente de lo normal y se respiraba un aire de nerviosismo denso y pesado.
Un guardia vio a Eren y la reconoció de inmediato.
—Lo siento mi lady —apresuró uno de los guardias al percatarse de la intención de Eren—. No puedo dejarle pasar.
Esto se ponía más interesante para Eren.
—Soy Eren Graham. Hija del señor da las tierras bajas de Elothian y consultora del Duke Zorian tercero —afirmó de forma tajante.
—Perdóneme mi lady —dijo apenado el guardia—, pero tengo ordenes dl Duke de no dejar que nada ni nadie se acerque a lady Amerla.
—¿Eren? —dijo alguien detrás del guardia.
—¡Amerla! —replicó Eren feliz.
—¿Qué haces aquí? No se supone que estarías con tus padres. No ha de faltar nada para las lluvias.
—Yo quería preguntarte lo mismo. Vine con padre por suministros antes de… ya sabes —se apresuró a decir Eren.
—Muy arriesgado de su parte —sentenció Amela.
—Lo mismo digo… ¿Y qué haces? ¡Vamos, dime! —apremió Eren.
—Es mi sobrino…
—¿Qué hay con él?
Amerla tomó una bocanada honda de aire y dijo:
—Pues… él hace tiempo hizo algo… deshonroso —comenzó—. Y yo, junto a mi esposo le rogamos al Duke que no fuera severamente castigado, ¿sabes?
Eren asintió.
—Para no hacer esto más largo, el Duke lo enlisto en los niveles más bajos del ejercito para que aprendiera una o dos lecciones. Más o menos hace dos años y ha escalado mucho en sus puestos y tareas… tanto que ahora Sora quiere enlistarse con los espías de la lluvia y pues… el Duke aceptó…
—Pero está bien entrenado —dijo Eren con el afán de calmar a su azorada amiga.
—Lo sé, pero aun así mueren espías de la lluvia, y no quiero perder el único lazo que tengo con mi hermano —agregó apesadumbrada.
Eren permaneció en silencio, tratando de venir con alguna idea o solución a esto.
—Eren —dijo Amerla para sacarla de su ensimismamiento—. Sé que quieres ayudar y estas pensando en ir con Lord Amestra, pero ahora debes concentrarte con los tuyos. Será mejor que te vayas, esto pronto se pondrá mal.
En eso el sonido del barullo aumentó considerablemente, cuando una mano la tomó del hombro y la giró.
Era Kal.
—EREN, VAMONOS —soltó él—. Las aves, ya no están.