El sol estaba acariciando las faldas de las montañas y colinas alrededor del lago, un hijo fue con su padre en un pequeño bote de madera con un olor agradable a pino. Su padre le pidió que lo acompañara, mamá estaba en la orilla a la espera de sus dos sonrientes hombres que se adentraban a un al lago convertido en espejo.
—¿Qué haremos papá? —preguntó el hijo al tiempo que padre sacaba dos cañas de pescar desarmadas, el hijo se alegró al ver las cañas y que una era más corta que la otra. De la euforia casi cae del bote, sujetado de la chamarra por padre.
—Lo siento —musitó el hijo.
Padre nunca fue de muchas palabras, solo hablaba si era realmente necesario, él en cambio hablaba con la mirada, idioma con el que la mayoría de los hijos e hijas conocemos bien. El hijo en cambio era imaginativo y pequeño, hablaba de historias fantásticas. Padre disfrutaba de escucharlo y cerrar los ojos mientras lo oía, el hijo pensaba que lo hacía para imaginarse la historia que él contaba, así que hacía gala de su imaginación.
En ese momento cayó una gran cantidad de nubes y niebla en la punta de las montañas. El frio llegó lentamente.
—Yo quería un poco más de sol.
Padre sonrió y le dijo:
—Mi padre me llevaba a caminar en la blanca nieve —el hijo se mostró curioso.
—¿Por qué ya no lo haces? —preguntó—.
—El día que murió pasó lo mismo que ahora, llegaron las nubes y jamás volví a verlo —hijo estaba atento.
Continuó:
—Pero cuando veo las nubes bajar a acariciar las montañas, siento que es él que viene a visitarme.
El hijo se levantó de un brinco lleno de emoción estirando las manos.
—¿Qué haces? —preguntó padre.
—Quiero poder sentir a abuelo.
Mientras el hijo estiraba sus manos, unas pequeñas gotas de lluvia cayeron en el rostro del hijo.
—¡Padre, pude sentir a tu papá! fue como un beso —padre escuchaba atento con los ojos cerrados—. Creo que te hecha de menos.
El hijo vio unas gotas de lluvia que parecían que salían de los ojos de padre.
—Yo también —contestó.