La bulliciosa la ciudad me tenía totalmente inquieta, puesto que acaparaba todos mis sentidos, miraba hacia todos los lados, todo era nuevo para mí.
A pesar de mi entusiasmo inicial, mi llegada no fue tan alegre como imaginé. Mi padre no hizo las cosas fáciles para mí, restringiendo cualquier ayuda, ya fuera para mis estudios, adaptación, ropa o simplemente para salir.
Mi única fuente de ingresos provenía de la paga semanal que mi tía me proporcionaba cada sábado, que acudía a su frutería a trabajar para recibir mi modesto salario.
Yo acudía todos los sábados como un reloj, no solo por la paga que me daban y que me ganaba, sino por todo el cariño que me demostraba mi tía y mi tío "qué gran persona" mi tío me llevo de la mano muchas veces, me senté a su lado muchas veces, me arropo, me dio de comer y sobre todo, lo más importante me dio cariño y amor.
Un día antes de mi primer día de instituto, mi padre me subió al coche y me enseñó dónde quedaba, y con eso me tuve que conformar.
Él trabajaba al día siguiente por la mañana y mi madre estaba al cuidado completo de mi hermano y tampoco podía acompañarme.
Con 14 años recién cumplidos afronté mi primer día de instituto, parecía más grande que la vida misma. Por supuesto, para volver me perdí, tarde dos horas más en llegar a casa, pero cuando llegue en vez de encontrarme caras de preocupación, más bien fueron de asombro, como si un fantasma hubiera aparecido, creo que les fastidie el día.
Los dos años que pasé con ellos se transformaron en una pesadilla implacable, un horror que se retorcía en cada rincón. En cada esquina de mi mente, acechaba la oscuridad, y lo que era mi hogar se convirtió en una trampa insidiosa de la que no podía escapar.
Día tras día, las paredes de mi casa retumbaban con el estruendo ensordecedor de broncas interminables. Peleas incesantes como pesadillas recurrentes que se repetían sin piedad, una y otra vez. Los enfrentamientos surgían como monstruosas criaturas de la noche, y yo me encontraba en medio, viviendo la caótica danza.
Cada vez que levantaba la mirada, las miradas acusadoras se clavaban en mí como cuchillas afiladas.
La tormenta siempre se dirigía hacia mí, una furia sin sentido que me envolvía y me dejaba enredada en un laberinto de miedos y confusiones.
Pasara lo que pasara, yo tenía la culpa, incluso cuando estaba fuera de casa, daba igual mi madre, siempre me culpaba a mí.
El ambiente tóxico que asfixiaba mi hogar arrastró mis estudios hacia una espiral descendente. Las sombras de la negligencia y el miedo oscurecieron mis oportunidades, y mi rendimiento escolar se desvaneció en la penumbra.
Al comienzo del segundo año, la pesadilla continuó su implacable avance, no había piedad, los días cada vez eran más duros.
Mi tiempo en Madrid fue complicado, pero no fue completamente negativo.
También viví momentos maravillosos. Desde el principio, conocí a una familia excepcional que me acogió como a una hija propia.
Con ellos pasé momentos superbonitos, sobre todo muchas risas con mi amiga, mucha complicidad, puesto que para mí era un mundo nuevo
en el pueblo no se podía hablar de nada, en cambio, ahí en la ciudad con esta nueva amiga podía contarle todo, pero casi no hacía falta, porque ellos se vieron desde el principio que lo único que quería era cariño.
Yo los miraba absorta, porque eran una familia perfecta, unos padres con sus dos hijos a los que querían, educaban y se preocupan por sus cosas cotidianas.
Aprendí mucho de esa familia, pero creo que, de lo más orgullosa que está su madre, es de haberme inculcado la limpieza en los zapatos.
Personas sabias y cultivadas, tanto en la vida como en el corazón. Desde el minuto uno me brindaron su amor incondicional. Esta conexión perdura hasta hoy y considero que fue una auténtica bendición haberlos conocido.
Otra parte fundamental de mi vida en Madrid fue mi amistad con "la rubia". Fuimos inseparables y compartimos una devoción total, la una con la otra. En las buenas y en las malas, ella estuvo a mi lado.
La rubia tenía una historia familiar, bastante parecida a la mía, pero con una gran diferencia, sus padres se preocupaban por ella y desde luego su madre la amaba con todo su ser.
Yo creo que la situación familiar de las dos hizo que nos uniéramos de una manera que no hubiera sido posible en otra circunstancia.
Juntas descubrimos el día y la noche, con todas sus complejidades, pero la mayoría de las veces era pura mucha diversión. (guviasa y agonalasa) solo ella sabe lo que quiere decir, jajjajajaajajja
Cada día buscábamos lugares para liberarnos de los problemas que acechaban nuestras vidas en casa. Algunos se convirtieron en auténticos refugios, en los que podíamos dejar atrás las dificultades y danzar al ritmo de la música, encontrando un respiro en medio de las adversidades.
Nuestra amistad siempre se ha mantenido, aunque actualmente no tengamos mucho contacto