Tenía varias entradas seguras para acceder al alcantarillado de los Suburbios, incluso podía improvisar si la cosa se ponía fea y bloquear algún que otro paso. La mayoría de veces tenía que provocar alguna distracción para poder adentrarse en uno de ellos, pero aquella vez fue fácil para Luca. La gente agonizaba en el exterior, sin saber qué clase de mundo existía bajo sus pies. Los rumores de la gran contaminación del subsuelo eran constantes, y por ese gran motivo nadie bajaba. Pero Luca, gracias a sus conocimientos era consciente de que la radiación no había penetrado tanto. Aquella mañana se adentró por el alcantarillado de la antigua calle Alcalá. Un entramado tecnológico de tuberías que se desviaba incluso por los antiguos metros de Madrid. El paso estaba despejado en cuanto a personas, pero las alimañas que habían crecido en aquellos túneles eran nocivas; ratas ya del tamaño de conejos, peligrosas y agresivas, algunas portadoras de la rabia; cucarachas que fueron modificadas genéticamente en busca de su don para sobrevivir a cualquier veneno, y que fueron evolucionando hasta adquirir un gran aguijón de muerte por coagulación; lagartos de más de setenta centímetros; serpientes y otras especies, se alimentaban y sobrevivían con lo que llegaba del exterior. Las viviendas del exterior que seguían en funcionamiento, expulsaban por aquellas tuberías todo tipo de desechos humanos con un mecanismo de expulsión carente de agua. Por lo tanto, toneladas de excrementos y orines recorrían aquellas tuberías, algunas maltrechas, que dejaban caer pequeñas cascadas de defecación. Era esencial ir bien cubierto ahí abajo. Y Luca lo estaba.
Caminó siguiendo la estela brillante de Gael, quien escaneaba el terreno y recopilaba información sobre el camino recorrido en otras ocasiones hacia el antiguo barrio de la Concepción. Si los enemigos de la Colmena fuesen conscientes de este terreno, ganarían una gran ventaja estratégica en la lucha por derrocar a Unai. Y Luca guardaba esa opción por si el primer plan no surtía efecto. El enemigo de tu enemigo…
Llegaron a una pasarela oxidada, sus pasos interrumpían el silencio de aquella caverna de residuos. Rodeada de enormes pilares, podía ver bajo la pasarela un mar de agua sucia. Vio pasar zigzagueante el cuerpo de una enorme serpiente, dejando una pequeña estela tras de sí, y se preguntó que más habría ahí abajo, sintiendo una punzada en el corazón, y notando como sus oídos se taponaban. Todo tipo de pensamientos llegaron fugaces a su mente, imaginando la más terrible y deforme de las criaturas, una criatura que se alzaría, atrapándola, sumergiéndola en las profundidades de aquella oscura agua. Miró al fondo de la pasarela, y aceleró el paso respirando profundamente. A veces su talasofobia la llegaba a bloquear.
Tras varios minutos de trayecto por aquel laberíntico lugar, Gael se paró y dijo:
—Esta servirá.
—Bien, colocaremos el regulador. Primero hay que parar el agua —dijo Luca.
—Iré yo —dijo Oliver. Y se alejó en la profunda oscuridad del túnel.
—¿Os he contado la historia de Marco? —preguntó Luca.
Los hermanos negaron.
—Marco era un gran aventurero que lo perdió todo en el comedero de la puta viuda —contaba, mientras apoyaba en el suelo su mochila y rebuscaba dentro de ella—, esa zorra avariciosa…, total, Marco al verse en la ruina decidió probar suerte en el exterior. Sus hazañas las cuentan borrachos y drogadictos, pero aseguran que lo vieron adentrarse al sur, donde había un pequeño campamento de Sacadientes. Su pérdida del miedo al ver que no le quedaba nada, le hizo sacar todo su máximo potencial. Dicen que la lucha fue encarnizada, pero que mató a tantos Sacadientes que el resto salió huyendo. Algunos cuentan que el botín que sacó de allí fue tan grande que lo retiró para siempre, de no ser porque —El crujir del metal oxidado hizo que Luca callase por un momento. Algo estaba cruzando la pasarela.
—Será una rata —dijo Enzo, y se dirigió hacia el sonido.
—Ve con cuidado —dijo Luca.
—Agua cortada —dijo Oliver, apareciendo como una brillante bola entre la oscuridad del otro lateral.
Gael procedió a recortar la tubería. El agua restante cayó mojando parte de la ropa de Luca. El agua estaba limpia, casi cristalina, como otras veces que se dedicaron a manipular cañerías. Luca sacó con rapidez un adaptador de la mochila, y pocos segundos después, apareció Enzo.
—Un hombre, deambulando por la pasarela, no parece ser consciente de lo que hace —dijo Enzo.
—Joder… —Luca se apresuró a encajar el adaptador—. Vamos, hay que soldar esto cuanto antes.
Mientras Gael volvía a soldar las partes, Luca sujetaba el adaptador, y giraba el cuello todo lo que podía en dirección al pasillo que daba a la pasarela. El eco del crujir del metal se escuchaba con más intensidad.
—Última fijación —dijo Gael.
Dos rayas perfectas de soldadura brillaban en la oscura alcantarilla. Pronto se enfriarían y pasarían a camuflarse con el metal.
Luca entrecerró los ojos, pues la sombra de una silueta iba ganando color en el fondo del pasillo.
Todos pararon de trabajar, y se mantuvieron en silencio.
La silueta se adentró en la tenue luz que emitían los hermanos de Luca. Un hombre, escuálido y andrajoso, palpaba las paredes y caminaba con cortos y dubitativos pasos.
—¿Alec? ¿Eres tú? —preguntó el hombre. La voz sonaba muy ronca y profunda. Parecía olisquear el lugar.
Luca y sus hermanos mantuvieron el silencio. La zona estaba oscura, los hermanos bajaron la intensidad y dejaron de emitir luz, pero las soldaduras aún alumbraban parte del camino.
—¿Hay alguien ahí? —Era un hombre bastante viejo, Luca pudo verlo con claridad; las cuencas de los ojos color violáceo; la carne de sus mejillas inexistente, mostrando dos grandes bultos de hueso; los labios, tan secos y desgastados, que parecían contraerse, mostraban unos dientes negruzcos.
El anciano sacó una oxidada navaja.
Le sorprendió a Luca el tremendo sigilo de Enzo, quien ya estaba preparado para disparar. De su esférico cuerpo extendió un corto cañón de energía subatómica que acabaría con la vida de aquel anciano en menos de un segundo. Impactante, pero indoloro, simplemente dejaría de latir el corazón que alcanzase el disparo. Pero ella, cayó en la cuenta, y alzó la mano hacia Enzo pidiendo unos segundos más. Luca siguió observando al anciano. Y con un gesto hacia sus hermanos, les indicó que observasen atentamente los ojos de aquel viejo. Estaba ciego. Los ojos no parecían abrasados debido a las lentillas digitales, más bien era una ceguera natural. El vórtice del anciano emitía un marrón apagado. La vida del anciano parecía estar llegando a su fin.
Luca hizo otro gesto a Enzo, para que modificase el olor de aquel lugar. Enzo tenía una gran y diversa habilidad armamentística, y una desviación de esa habilidad era el camuflaje. Absorbió las partículas de olor a excrementos y las replicó, vaporizando la zona donde el anciano estaba olisqueando. El anciano arrugó la cara, y decidió no seguir más adelante. Luca estaba segura de que, si lo hacía, Enzo no lo permitiría.