Año 2025, Invierno Tardío, Frontera Salvaje de los Alpes Bávaros
El frío viento se intensificaba, arrastrando la nieve que caía con furia sobre las copas de los árboles. El cielo se teñía de tonos grises y negros, mientras las sombras alargadas de la fortaleza se proyectaban sobre el terreno, anunciando la llegada de la noche. Lysandra, en la oscuridad del bosque, observaba el pueblo licántropo que se erguía más allá de la colina. Los licántropos, conscientes del peligro, se habían reunido en el lugar, tal vez confiando en sus números para protegerse. Lo que no sabían era que su fuerza no sería suficiente.
Las guardianas, de tercera generación, estaban listas. Sus cuerpos, templados por siglos de guerra y muerte, no mostraban signos de debilidad. Sabían lo que debían hacer y esperaban con ansias la señal de Lysandra para comenzar la caza. Mientras, en la fortaleza, Clio se aseguraba de que todo estuviera en su lugar, preparando el regreso para cuando las esclavas seleccionadas fueran traídas.
Lysandra cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso del tiempo y el poder en su sangre. Ella y Clio, las más antiguas después de Adrian y Lysara, podían matar licántropos con una facilidad casi insultante. Su pureza de sangre les confería una fuerza y destreza que los licántropos, aunque feroces, no podían igualar. Las guardianas, aunque de tercera generación, también eran poderosas, entrenadas durante siglos para enfrentarse a esas bestias.
—Es la hora —susurró Lysandra, y en un movimiento fluido, comenzó el ataque.
El Despliegue de la Muerte
Las guardianas se movían como sombras, sus pasos silenciosos en la nieve. En cuestión de segundos, estaban sobre el pueblo. Los licántropos, aunque fuertes, no fueron lo suficientemente rápidos para reaccionar ante la embestida vampírica. Las primeras casas fueron asaltadas con brutalidad. Las puertas de madera fueron destrozadas, y las guardianas irrumpieron en los hogares, cortando las gargantas de los licántropos antes de que pudieran transformarse. La sangre caliente salpicaba la nieve, un contraste carmesí en el paisaje blanco.
Lysandra lideraba la masacre con una precisión aterradora. Sus movimientos eran tan rápidos que los ojos apenas podían seguirlos. Uno a uno, los licántropos caían ante su espada, mientras ella se movía entre ellos como un fantasma de muerte. Cada corte era preciso, buscando el corazón o decapitando a sus enemigos antes de que pudieran recuperarse.
Las guardianas no mostraban piedad. A cada licántropo que intentaba luchar se le respondía con una brutalidad igualada solo por la velocidad de las vampiras. Huesos crujían, cuerpos caían, y la nieve se teñía de rojo. A pesar de los intentos desesperados de los licántropos por organizar una defensa, era evidente que estaban superados. Los vampiros, con su fuerza y agilidad superiores, dominaban el campo de batalla.
Selección de las Esclavas
En medio de la carnicería, las guardianas también llevaban a cabo otra tarea crucial: seleccionar a las mujeres humanas del pueblo. No todas eran aptas para convertirse en esclavas vampíricas. Solo las mejores, aquellas que mostraban fortaleza o una resistencia excepcional, serían llevadas de vuelta a la fortaleza. El resto, tanto humanos como licántropos, morirían esa noche.
Lysandra dio la orden a una de las guardianas de tercera generación para que supervisara la captura de las mujeres seleccionadas. Las humanas elegidas eran arrastradas, aterrorizadas, mientras veían cómo sus familiares y amigos eran masacrados sin piedad. Sabían que su destino sería diferente, aunque no menos aterrador.
Una sirvienta de alta clase, de cuarta generación, aguardaba en las cercanías para encargarse de las conversiones. Ella sería la responsable de convertir a las nuevas esclavas cuando llegaran a la fortaleza. Aunque poseían cierto estatus, las sirvientas de cuarta generación nunca olvidaban su lugar en la jerarquía; su pureza de sangre, aunque importante, estaba aún por debajo de la de las guardianas y mucho más lejos de la de Lysandra y Clio.
La Batalla Sangrienta
Los últimos licántropos del pueblo, conscientes de que la victoria era imposible, intentaron huir. Sin embargo, las guardianas no lo permitieron. Lysandra, con su velocidad incomparable, les cortó el paso, decapitando a los que intentaban escapar. La crueldad y precisión de los ataques eran casi sobrehumanas, y cada movimiento de las vampiras era una obra maestra de destrucción.
La escena que quedó tras la masacre era grotesca. Los cuerpos mutilados de licántropos y humanos se esparcían por el pueblo. La sangre impregnaba la nieve, creando charcos oscuros que brillaban bajo la luz de la luna. Ningún hombre quedó vivo. Las mujeres humanas seleccionadas como esclavas fueron atadas y llevadas de regreso a la fortaleza.
Lysandra, cubierta de sangre, observó el resultado con indiferencia. Para ella, esto no era más que otro paso en la larga guerra entre su especie y los licántropos. No había placer ni dolor en lo que hacía; era simplemente lo que se requería para mantener la fortaleza segura y el poder intacto.
El Regreso Triunfal
De vuelta en la fortaleza, Clio aguardaba la llegada de las guardianas. La fortaleza, con sus muros imponentes y su ambiente frío, parecía más impenetrable que nunca. Las sirvientas de cuarta generación se preparaban para recibir a las nuevas esclavas y comenzar el proceso de conversión. Sabían que su trabajo era crucial para mantener la pureza de la sangre y garantizar que la jerarquía de poder no se alterara.
Lysandra entró en el gran salón, su rostro imperturbable tras la carnicería. Clio la observó con una ligera sonrisa.
—¿Todo según lo planeado? —preguntó Clio.
Lysandra asintió. —No hubo resistencia real. Los licántropos eran débiles. El pueblo ya no existe.
Clio caminó hacia ella, tomando una copa de vino con sangre fresca. —Entonces brindemos por otro éxito. La pureza de nuestra sangre sigue intacta, y nuestros enemigos siguen cayendo ante nosotros.
Las esclavas humanas, recién capturadas, fueron llevadas a las cámaras inferiores de la fortaleza. Allí, una sirvienta de cuarta generación esperaba con impaciencia. No todas las esclavas serían convertidas; algunas servirían solo como alimento, pero aquellas que demostraran resistencia y fortaleza serían ascendidas, siempre bajo la estricta supervisión de las sirvientas nobles de cuarta generación.
La jerarquía dentro de la fortaleza era clara y firme: la pureza de la sangre lo definía todo. La línea entre la nobleza vampírica y las generaciones inferiores era un muro insalvable. La fortaleza era un lugar de orden, de poder y de muerte, y así seguiría siendo.
El Ocaso de los Licántropos
Esa noche, el viento arrastraba el olor de la sangre sobre las montañas. Los licántropos de la región, reducidos en número, sabían que cualquier intento de venganza sería inútil. La fortaleza vampírica en los Alpes Bávaros era inviolable, y las criaturas que habitaban en su interior eran implacables. La masacre del pueblo sería solo una advertencia para cualquier otro licántropo que se atreviera a acercarse.
Adrian, desde la distancia, observaba todo sin interés. Sabía que Lysandra y Clio se encargarían de todo, como siempre lo hacían. Para él, el paso del tiempo seguía su curso, sin que nada perturbara su fría espera.