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Chapter 126 - Capítulo 124: La Invasión desde el Oeste (Año 1853)

El año 1853 en Japón, conocido como Nippon por sus habitantes, fue un período de cambio y desafío. La nación insular, que había disfrutado de siglos de relativa paz y prosperidad bajo la vigilancia silenciosa de Lysara y sus líderes vampiros, se encontraba ahora en la cúspide de una era de turbulencia. Los vientos del oeste traían consigo no solo nuevas ideas y tecnologías sino también amenazas antiguas y sanguinarias.

Los puertos de Nippon, que habían sido en gran medida cerrados al mundo exterior, comenzaron a ver la llegada de barcos extranjeros. Estos barcos, con sus enormes velas y sus cascos de hierro, eran diferentes a cualquier cosa que los nipones hubieran visto antes. Pero no eran solo los barcos de los comerciantes y exploradores extranjeros los que se acercaban a las costas de Nippon. Desde el oeste, desde la vastedad del continente asiático, venían barcos cargados de una amenaza mucho más visceral y violenta: los licántropos.

Lysara, que había establecido una red de vigilancia y comunicación a través de los líderes vampiros y sus seguidores a lo largo de los siglos, fue una de las primeras en ser alertada sobre esta nueva amenaza. Los licántropos, que habían sido erradicados de Nippon hace más de cinco siglos, estaban intentando regresar, y lo hacían con una ferocidad y un hambre que habían sido intensificadas por los siglos de odio y conflicto con los vampiros.

Los ataques comenzaron en los pequeños pueblos costeros del oeste de Nippon. Los licántropos, llegando bajo la oscuridad de la noche en sus barcos silenciosos, desataron el caos y la destrucción dondequiera que desembarcaran. Los aldeanos, desprevenidos y sin defensa contra estos seres de pesadilla, eran desgarrados o convertidos en uno de ellos, añadiendo sus números a las filas de los invasores.

Lysara, aunque había encontrado un tipo de paz en Nippon, no podía quedarse de brazos cruzados mientras esta nueva amenaza desgarraba la tierra que había llegado a considerar su hogar. Movilizando a los líderes vampiros y sus seguidores, se estableció una defensa en los puertos y las costas, intentando frenar la marea de licántropos que intentaban invadir la nación.

Las batallas que siguieron fueron tanto horripilantes como desgarradoras. Los licántropos, con su fuerza bruta y su sed de sangre, chocaban contra las líneas de defensa de los vampiros, que utilizaban su velocidad, habilidad y estrategia para contrarrestar. Lysara, con su fuerza y habilidad que habían sido perfeccionadas a lo largo de dos milenios, lideraba la defensa, sus ojos siempre buscando la próxima amenaza, su mente siempre calculando la próxima jugada.

Los pueblos costeros se convirtieron en campos de batalla, con los gritos de los moribundos y el sonido del acero chocando llenando el aire nocturno. Cada amanecer traía consigo una pausa temporal en el conflicto, con ambos lados retirándose a las sombras para recuperarse y reagruparse antes de que la noche trajera consigo más derramamiento de sangre.

Lysara, mientras coordinaba y lideraba la defensa contra los licántropos, también buscaba respuestas. ¿Por qué, después de tantos siglos, los licántropos habían decidido atacar Nippon? ¿Y cómo podrían ser finalmente detenidos?

La situación en Nippon se volvía cada vez más tensa y desesperada. Los licántropos, con su brutalidad y salvajismo, no mostraban signos de detenerse en su asalto a las tierras que Lysara y los suyos habían protegido durante siglos. La información que Lysara había obtenido de los recuerdos de los licántropos caídos pintaba un panorama sombrío del mundo más allá de las fronteras de Nippon. Europa, Asia y más allá, estaban bajo el férreo control de los licántropos, y los vampiros, una vez una raza orgullosa y poderosa, se habían reducido a meras sombras, escondiéndose en las profundidades de las ciudades y cuevas, temerosos de la luz del día y de las bestias que cazaban en la noche.

Lysara, con su corazón pesado por la preocupación y la incertidumbre, no podía evitar pensar en Adrian. ¿Habría sobrevivido en algún rincón oscuro de Europa? ¿O había caído, como tantos otros, bajo las garras y los colmillos de los licántropos?

Mientras coordinaba las defensas y lideraba a sus fuerzas en la batalla, Lysara envió a varios de sus vampiros más confiables y capaces a través del vasto océano, en busca de cualquier rastro de Adrian y de los vampiros que pudieran haber sobrevivido en los lejanos reinos de Europa. Era una misión peligrosa, y Lysara sabía que algunos de ellos no volverían. Pero necesitaba respuestas, necesitaba saber si Adrian aún vivía, y si había alguna esperanza para su especie en el mundo más allá de Nippon.

Mientras tanto, los líderes de Nippon, siguiendo el consejo de Lysara, cerraron sus puertos a los extranjeros, especialmente a aquellos que venían del misterioso continente de América. Aunque las historias de tierras ricas y exóticas eran tentadoras, el riesgo de traer la maldición licántropa a Nippon era demasiado grande. Los comerciantes y exploradores que llegaban a las costas de Nippon eran rechazados o, si se sospechaba que estaban infectados, eliminados.

Lysara, aunque firme en su liderazgo y resuelta en su defensa de Nippon, sentía la pesada carga de la guerra y la pérdida. Cada noche, mientras se enfrentaba a las bestias en la frontera, veía los rostros de aquellos que había enviado al otro lado del mundo, y de aquellos que habían caído bajo las garras de los licántropos. Y cada noche, mientras la luna se alzaba sobre el sangriento campo de batalla, se preguntaba si la paz y la seguridad que habían conocido alguna vez volverían a ser alcanzadas.

Los años pasaron, y las batallas en las fronteras de Nippon se volvieron algo común, una parte trágica y constante de la vida. Lysara, eterna en su existencia vampírica, se convirtió en un símbolo de resistencia y esperanza para los habitantes de Nippon, tanto humanos como vampiros. Pero incluso mientras defendían su hogar contra la marea interminable de licántropos, todos sabían que la verdadera batalla, la batalla por la supervivencia de los vampiros en el mundo, estaba siendo librada en las sombras y los rincones oscuros del mundo más allá de sus costas.

La resistencia en Nippon se volvía cada vez más feroz y determinada. Lysara, con su inmortalidad y poder, lideraba las defensas con una mezcla de estrategia astuta y fuerza bruta. Sus alas, ahora un símbolo de esperanza para los habitantes de Nippon, oscurecían los cielos mientras se lanzaba al combate, sus ojos brillando con una mezcla de furia y determinación. Los licántropos, aunque numerosos y salvajes, empezaban a aprender a temer a la vampira que no mostraba misericordia en su defensa de las tierras que amaba.

En las fronteras, las batallas eran una mezcla caótica de gritos, garras y sangre. Lysara, moviéndose con una velocidad y precisión que desafiaban la comprensión, desgarraba a través de las filas de los licántropos, sus colmillos hundiéndose en sus gargantas, extrayendo no solo su vida sino también sus recuerdos y conocimientos. A través de sus ojos, veía fragmentos de las tierras más allá, de las ciudades caídas y las civilizaciones desmoronadas bajo la marea de furia y violencia licántropa.

Mientras tanto, los vampiros que Lysara había enviado a Europa enfrentaban sus propios horrores. Las tierras que una vez fueron el hogar de grandes ciudades y culturas vibrantes ahora estaban desoladas y rotas, los restos de la civilización vampírica escondidos en las sombras, temerosos de los monstruos que gobernaban la noche. Los informes volvían a Lysara, historias de desesperación y pérdida, pero también de pequeños bolsillos de resistencia, de vampiros y humanos aliados que se negaban a sucumbir ante la noche eterna.

Lysara, aunque centrada en la defensa de Nippon, no podía evitar sentir un dolor agudo en su pecho por cada historia de sufrimiento y muerte que llegaba a sus oídos. Adrian, su creador y el vampiro que había amado durante tanto tiempo, estaba en algún lugar de ese caos, y cada día que pasaba sin palabra de él era una eternidad de incertidumbre y miedo.

En Nippon, la vida continuaba, marcada por la constante amenaza de invasión y violencia. Los humanos y vampiros que llamaban hogar a estas islas se volvieron más unidos, sus vidas y destinos entrelazados por la guerra que luchaban juntos. Lysara, a pesar de su naturaleza y la sangre que había derramado, se convirtió en algo más que una líder para ellos; se convirtió en un símbolo de la resistencia contra la oscuridad que amenazaba con consumir el mundo.

Y en las noches, cuando la batalla se calmaba y el silencio descendía sobre las tierras manchadas de sangre, Lysara se paraba en los muros de la ciudad, sus ojos mirando hacia el oeste, hacia las tierras que una vez conoció y el vampiro que una vez amó. Y en su corazón, una resolución se endurecía. Encontraría a Adrian, encontraría una manera de terminar esta guerra, y traería la paz a las tierras que habían sido desgarradas por la violencia y la pérdida.

La historia de la humanidad, en su ignorancia y desesperación, había sido escrita en sangre y sombras. Lysara, mientras se sumergía en los recuerdos de los licántropos que había derribado, veía los siglos de conflicto y caos que habían definido la existencia de la humanidad desde la caída del Imperio Romano. La Edad Media, con su oscuridad y desesperanza, había sido un caldo de cultivo para el avance de los licántropos, que se movían en las sombras, desgarrando las fibras de la sociedad humana mientras los reinos se enfrentaban en guerras interminables.

Los humanos, ciegos a la verdadera naturaleza de los horrores que los rodeaban, atribuían las atrocidades a sus propios enemigos, a los señores de la guerra y a los invasores extranjeros. Los licántropos, ocultos detrás de las cortinas de la historia, eran sombras que desgarraban y desmembraban, sus actos de violencia atribuidos a la crueldad humana en lugar de a la bestialidad de su verdadera naturaleza.

Lysara, mientras lideraba la defensa de Nippon, también se sumergía en los recuerdos y conocimientos que había extraído, buscando patrones y respuestas en el caos que había consumido al mundo. Los licántropos, aunque salvajes, no eran sin organización. Había una estructura, una jerarquía que dirigía sus acciones y movimientos. Y en algún lugar, en la oscuridad, estaba la clave para poner fin a la guerra que había desgarrado el mundo durante siglos.

Mientras tanto, en Nippon, la vida se había vuelto una mezcla de momentos de paz robados y violentos recordatorios de la guerra que se libraba justo más allá de sus fronteras. Lysara, con su inmortalidad y su poder, se había convertido en una figura maternal para aquellos que vivían en su dominio, una protectora que defendía sus tierras con una ferocidad que era tanto temida como respetada.

Los líderes de Nippon, tanto humanos como vampiros, se reunían regularmente con Lysara, buscando su consejo y compartiendo sus propios informes e inteligencia sobre los movimientos de los licántropos. La red de información que habían tejido era extensa, y aunque los licántropos eran una amenaza constante, Nippon había permanecido, en su mayor parte, un santuario de la tormenta que rugía en el continente.

Lysara, a pesar de la seguridad relativa de su hogar, no podía evitar sentir una presión constante en su pecho, una ansiedad que no desaparecía. Adrian, su creador y el único que había amado, estaba en algún lugar en medio de esa tormenta, y con cada día que pasaba, la esperanza de encontrarlo se desvanecía un poco más.

En las noches, cuando la luna iluminaba el cielo y las estrellas parpadeaban desde la vastedad del universo, Lysara se encontraba a menudo en los muros de su fortaleza, sus ojos mirando hacia el oeste, hacia las tierras que una vez habían sido su hogar. Y en su corazón, una promesa silenciosa resonaba, una promesa de encontrar respuestas, de encontrar a Adrian, y de traer la paz a un mundo que había conocido solo la guerra durante demasiado tiempo.

Los informes que llegaban a Lysara eran cada vez más desalentadores. Europa, una vez un bastión de la civilización y el conocimiento, estaba ahora en ruinas, sus ciudades y campos manchados con la sangre de innumerables almas. Los licántropos, con su salvajismo y su insaciable sed de sangre, habían barrido el continente, y los vampiros, una vez señores de la noche, ahora eran poco más que recuerdos desvanecidos.

Lysara, sentada en su sala de audiencias, sus ojos recorriendo los informes y cartas que se extendían ante ella, sentía un vacío creciente en su pecho. La ausencia de noticias de Adrian, de cualquier vampiro en Europa, era un silencio ensordecedor que resonaba en su mente. ¿Había caído él también? ¿Había sido derrotado por las bestias que ahora gobernaban las tierras que una vez habían sido suyas?

Con un suspiro, Lysara se puso de pie, sus ojos mirando hacia el horizonte, hacia los mares que separaban Nippon de las tierras lejanas del oeste. Envió emisarios a las Américas, tanto al norte como al sur, en busca de algún rastro de Adrian o de cualquier otro vampiro que pudiera haber escapado de la carnicería en Europa. Pero los informes que volvieron fueron igualmente desalentadores. No había signos de vampiros, ni rastro de Adrian.

La desesperación se cernía sobre Lysara, pero en su corazón, una llama de resolución ardía con fuerza. No permitiría que los licántropos destruyeran todo lo que quedaba del mundo que conocía. No permitiría que las bestias que habían desgarrado Europa pusieran un pie en las tierras que ahora llamaba hogar.

Con determinación, Lysara comenzó a organizar sus fuerzas, preparándose para la guerra que sabía que estaba por venir. Los licántropos, embriagados por su victoria en Europa, seguramente pondrían sus ojos en Nippon eventualmente. Y cuando lo hicieran, encontrarían a una líder y a un pueblo listos para enfrentarlos.

Los años pasaron, y las defensas de Nippon se fortalecieron bajo la guía de Lysara. Los humanos y vampiros que llamaban hogar a estas tierras se entrenaron y se prepararon, construyendo fortalezas y creando armas diseñadas para enfrentar la amenaza de los licántropos. Y mientras se preparaban para la tormenta que se avecinaba, Lysara también buscaba respuestas, explorando los recuerdos y conocimientos de los licántropos que había derrotado, buscando alguna debilidad, alguna clave que pudiera darles una ventaja en la guerra por venir.

En la tranquilidad de su fortaleza, Lysara también encontró momentos de paz, momentos en los que podía reflexionar sobre los siglos que había vivido y las decisiones que había tomado. Aunque la sombra de Adrian y la incertidumbre de su destino siempre estaban presentes, Lysara también encontró una especie de aceptación. Había vivido, había amado, y había perdido. Y aunque su corazón anhelaba respuestas, también sabía que, independientemente de lo que el futuro le deparara, ella se enfrentaría con la cabeza en alto y el corazón firme.