Roma, 82 a.C.
La noche caía sobre Roma, una ciudad que nunca dormía realmente, donde la riqueza y la decadencia coexistían en una danza eterna de poder y vulnerabilidad. En una villa discretamente lujosa, tres figuras inmortales, Adrian, Clio y Lysandra, observaban la vida de la ciudad desde su reclusión voluntaria, manteniendo una distancia prudente de los asuntos de los mortales y otros seres de la noche.
En la comodidad de su hogar, las conversaciones entre ellos eran tranquilas y reflexivas, más observaciones que estrategias, ya que no buscaban intervenir en los asuntos de la ciudad ni de sus otros habitantes nocturnos.
Una noche, mientras compartían una comida en silencio, Clio compartió sus pensamientos, su voz suave y calmada. "Los rumores entre los humanos son cada vez más frecuentes acerca de las desapariciones en las afueras de la ciudad. Parece que los hombres lobo están haciendo su propia parte de alimentarse."
Lysandra, con un ligero asentimiento, añadió, "Es cierto. Pero también he notado que se mantienen alejados de nosotros y de los otros vampiros de la ciudad. Parece que Drusus, su líder, prefiere evitar conflictos innecesarios."
Adrian, mirando hacia el horizonte nocturno de Roma, reflexionó en voz alta, "Es sabio por su parte. Mientras no crucen nuestro camino ni amenacen nuestra existencia, no hay necesidad de buscar confrontación."
Las tres figuras se movieron hacia el balcón, observando la vida de la ciudad a lo lejos, sus conversaciones y risas un murmullo distante. Clio, su expresión serena, comentó, "Roma es un caldero de emociones y conflictos, incluso sin nuestra intervención. Es fascinante observar cómo los mortales navegan por sus vidas, sus alegrías y tragedias."
Lysandra, con una pequeña sonrisa, acotó, "Y mientras podamos continuar nuestra existencia aquí sin interferencias, estoy contenta de simplemente observar y experimentar esta era desde las sombras."
Adrian, con un asentimiento de acuerdo, concluyó, "Entonces, así será. Somos espectadores de esta época, y mientras no seamos arrastrados a los conflictos de los demás, permaneceremos así."
Y con esa resolución, los tres inmortales continuaron su existencia en la ciudad eterna, observando desde su retiro mientras las historias de Roma se desarrollaban ante ellos, sus propias historias entrelazadas con la tela de la vida y la muerte de la ciudad, aunque siempre desde las sombras.
En las semanas siguientes, la vida en la villa continuó con una serenidad tranquila. Adrian, Clio y Lysandra se sumergieron en sus rutinas, explorando la literatura y el arte de la época, y ocasionalmente aventurándose en la noche para alimentarse discretamente, siempre asegurándose de no dejar rastro de sus actividades.
Una noche, mientras se encontraban en la biblioteca, Lysandra levantó la vista de un pergamino y habló, "He estado pensando en los hombres lobo y en los otros vampiros de la ciudad. Aunque hemos decidido no involucrarnos, me pregunto cuánto saben ellos de nosotros."
Clio, reflexiva, respondió, "Es una consideración válida. Hemos sido muy cuidadosos, pero sería ingenuo pensar que nuestra presencia es completamente desconocida para los otros seres nocturnos de Roma."
Adrian, cerrando el libro que tenía entre manos, añadió, "Es cierto. Pero mientras no representemos una amenaza para ellos, es probable que nos dejen en paz, como hemos hecho nosotros."
Las conversaciones en la villa a menudo se deslizaban hacia observaciones y reflexiones sobre la sociedad romana, sus complejidades y contradicciones. Aunque se mantenían al margen, los tres inmortales no podían evitar sentir una mezcla de fascinación y desconcierto por las acciones y pasiones de los mortales.
Una noche, mientras paseaban por los jardines de la villa, Clio comentó, "A pesar de toda su civilización y refinamiento, los romanos son tan propensos a la violencia y la crueldad como cualquier otra sociedad que hemos observado."
Adrian, asintiendo, respondió, "La dualidad de la naturaleza humana nunca deja de asombrarme, incluso después de todos estos siglos. Son capaces de una belleza y una bondad asombrosas, y al mismo tiempo, de una brutalidad y maldad profundas."
Lysandra, mirando hacia las estrellas, murmuró, "Y aún así, aquí estamos, siglos después, todavía intrigados por ellos, por sus logros y sus fracasos."
Los tres compartieron un momento de silencio, contemplando la ciudad que se extendía ante ellos, sus luces y sombras bailando en una eterna lucha entre el bien y el mal, la creación y la destrucción.
En la tranquilidad de su existencia, Adrian, Clio y Lysandra encontraron una especie de paz, un retiro de las tormentas de la vida mortal. Y mientras las décadas se deslizaban hacia los siglos, permanecieron juntos, siempre observando, siempre esperando, en las sombras de la historia que se desarrollaba ante ellos.
En la intimidad de su alcoba, los tres inmortales yacían enredados entre sábanas de seda, la luz de la luna filtrándose suavemente a través de las cortinas y bañando la estancia en un resplandor etéreo. La noche estaba tranquila, y en ese espacio seguro, las conversaciones fluían con una facilidad despreocupada.
Clio, acariciando suavemente el brazo de Adrian, comenzó, "He estado pensando en las espadas que los gladiadores usan en el Coliseo. Aunque nuestras garras son nuestras armas más naturales y efectivas, hay algo en el arte de la esgrima que me intriga."
Lysandra, apoyando su cabeza en el pecho de Adrian, añadió, "Es cierto. Hay una cierta elegancia en el manejo de una espada, una danza de muerte que es tanto brutal como bellamente coreografiada."
Adrian, con sus dedos jugueteando con los cabellos de Lysandra, reflexionó, "Las armas siempre han sido una extensión de la mortalidad, una manera de imponer la voluntad sobre los demás. Aunque hemos visto el nacimiento y la caída de imperios, la esencia de la lucha por el poder y el control siempre ha permanecido constante."
Clio, sus ojos brillando con curiosidad, preguntó, "¿Crees que deberíamos aprender más sobre el arte de la esgrima, Adrian? Podría ser una habilidad útil, y además, una nueva experiencia para nosotros."
Adrian consideró la propuesta, "Podría ser interesante. Aunque nuestra fuerza y velocidad superan con creces a las de los mortales, comprender las técnicas y estrategias detrás de su arte de la guerra podría ofrecernos una nueva perspectiva."
Lysandra, su voz suave y pensativa, compartió, "Siempre he encontrado fascinante cómo los humanos se esfuerzan por mejorar sus habilidades de combate, incluso cuando están tan limitados por su propia mortalidad. Es como si, al enfrentarse a su propia fragilidad, buscaran maneras de extender su influencia más allá de su tiempo."
Clio, moviéndose para mirar a Adrian a los ojos, dijo, "También he estado pensando en visitar el Coliseo, no durante los juegos, sino en la quietud de la noche. Me gustaría ver de cerca la arena donde tantas vidas han sido sacrificadas en nombre del entretenimiento y el honor."
Adrian, su mirada perdida en los ojos de Clio, respondió, "Podemos hacer eso. Una visita nocturna al Coliseo, donde las almas de los caídos aún susurran en la arena, podría ser una experiencia conmovedora."
Los tres continuaron conversando, explorando ideas y compartiendo pensamientos hasta que las primeras luces del alba comenzaron a teñir el cielo de suaves tonos de rosa y oro. Y en esa tranquilidad, encontraron un consuelo mutuo, un entendimiento que solo los seres que han compartido eones de existencia podrían conocer.