La villa, un bastión de lujo y discreción, se alzaba imponente bajo el cielo romano, sus muros resguardando secretos que la vibrante vida de la ciudad no podía siquiera imaginar. Adrian, Clio y Lysandra, se movían a través de los días y las noches, tejiendo una red de influencia y control que se extendía por toda Roma, siempre desde las sombras, siempre sin ser vistos.
Adrian, cuyos ojos siempre reflejaban una profundidad insondable de conocimiento y astucia, se encontraba en la biblioteca de la villa, sus manos deslizándose sobre los pergaminos y textos que hablaban de la historia y los secretos de esta ciudad eterna. Aunque su existencia estaba ahora firmemente arraigada en el presente, su mente a menudo vagaba hacia los misterios y las historias que Roma, en su grandeza, ocultaba en sus entrañas.
Clio y Lysandra, vestidas con las túnicas de las damas romanas, se movían con una gracia que atraía las miradas de muchos, pero sus ojos revelaban una frialdad que disuadía cualquier avance no deseado. Sus días estaban ocupados con negocios y comercio, sus noches, sin embargo, eran un juego de sombras y susurros, donde la información era tanto una moneda como el oro.
Una noche, mientras la luna bañaba la ciudad con su luz plateada, un susurro llegó a los oídos de Adrian, un rumor de una presencia en la ciudad que era tanto una sombra como ellos. La palabra "Loba" se susurraba con temor y reverencia en los rincones oscuros de Roma, una criatura de la noche que, según se decía, movía los hilos de la ciudad con garras invisibles.
Adrian, cuya existencia había sido hasta ahora un juego de ajedrez cuidadosamente orquestado de influencia y poder, sintió por primera vez en mucho tiempo, un escalofrío de incertidumbre. La Loba, una figura envuelta en mitos y leyendas, era conocida por aquellos en la oscuridad como una maestra de marionetas, una que podía ser aliada o enemiga, dependiendo de las mareas del poder y el deseo.
En la villa, mientras Adrian compartía las noticias con Clio y Lysandra, los ojos de las mujeres reflejaban una mezcla de intriga y cautela. La llegada de la Loba, o más bien, la revelación de su presencia, era un juego que requería un nuevo nivel de astucia y estrategia.
"La Loba", murmuró Adrian, su voz apenas un susurro en la oscuridad, "es alguien a quien debemos observar desde lejos. No buscamos aliados ni enemigos. Simplemente somos espectadores de este vasto teatro que es la humanidad."
Clio y Lysandra asintieron, la lealtad y la comprensión brillando en sus ojos. La existencia pacífica y controlada que habían construido estaba a punto de ser desafiada, y mientras las sombras se cernían sobre la villa, las piezas del tablero comenzaban a moverse una vez más, en un juego donde la eternidad estaba en juego.