El puerto de Ostia estaba lleno de vida y actividad, con mercaderes, marineros y viajeros moviéndose en un constante flujo de comercio y conversación. En medio de este bullicio, un hombre de mediana edad, vestido con una túnica de lino y una expresión de astucia en sus ojos, se acercó a Adrian, Clio y Lysandra. Era Lucius, el mercader que habían contratado para facilitar su viaje y establecimiento en Roma.
"Salve," saludó Lucius, inclinando la cabeza con respeto pero sin someterse. "He asegurado tres carros para transportar vuestro oro y pertenencias a Roma. Además, he contratado a escoltas para garantizar un viaje seguro a través de la vía Appia."
Adrian asintió, su mirada fija en los carros robustos y los hombres armados que los acompañarían. Aunque su naturaleza vampírica le otorgaba fuerza y velocidad sobrenaturales, prefería evitar conflictos innecesarios durante el viaje.
Clio, su figura envuelta en una túnica que protegía su piel de la luz del sol, habló con una voz suave pero firme. "Asegúrate de que los escoltas mantengan su distancia, Lucius. No deseamos ser molestados más de lo necesario."
Lucius asintió, comprendiendo las implicaciones no dichas en sus palabras. "Será como decís, mi señora."
El viaje por la vía Appia fue, en muchos aspectos, un estudio de contrastes. La carretera, una maravilla de ingeniería romana, estaba flanqueada por campos de olivos y viñedos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Aunque la belleza del paisaje era innegable, también lo era la presencia de peligros ocultos, con bandidos y criaturas salvajes siempre al acecho.
Adrian, aunque cubierto por su túnica, permitió que pequeños rayos de sol rozaran su piel, una sensación cálida y extrañamente reconfortante después de siglos de oscuridad. Clio y Lysandra observaron, una mezcla de curiosidad y cautela en sus ojos, mientras permanecían firmemente en la sombra de sus propias túnicas y del carro.
En un punto del viaje, mientras el sol comenzaba a descender hacia el horizonte, Adrian se volvió hacia ellas, su voz un susurro suave. "No sé por qué el sol ya no me quema como antes. Pero no temáis, no permitiré que esta... bendición, o maldición, cambie lo que somos."
Clio y Lysandra compartieron una mirada, un entendimiento no verbal que había sido forjado a través de los eones. No necesitaban palabras para expresar su lealtad, su aceptación de Adrian independientemente de las circunstancias.
El resto del viaje transcurrió con una tensa calma, los escoltas manteniendo una vigilancia constante mientras el trío de inmortales permanecía en un silencio contemplativo. Cuando las murallas de Roma finalmente se alzaron ante ellos, un nuevo capítulo en su eternidad estaba a punto de comenzar, en una ciudad donde el poder, la intriga y la inmortalidad se entrelazarían en un intrincado baile de sombras y luz.