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Chapter 82 - Capítulo 80: Renacimiento y Sombras

Año 370 a.C., Atenas.

Las piedras de las calles de Atenas, que una vez resonaron con los ecos de la desolación y la derrota, ahora vibraban bajo los pasos firmes de una ciudad en renacimiento. Los edificios, que habían sido testigos de la desesperación y la caída, se estaban reconstruyendo, alzándose una vez más hacia el cielo azul. Los mercados, que habían estado silenciosos y vacíos, ahora zumbaban con el bullicio de los comerciantes y ciudadanos, mientras que los filósofos debatían en las esquinas, sus palabras llenas de esperanza y futuro.

Clio y Lysandra, las cazadoras inmortales, caminaban por estas calles, sus figuras oscuras contrastando con la luz de la renovación que bañaba la ciudad. Sus ojos, eternamente jóvenes y sin embargo marcados por las sombras de innumerables años, observaban con indiferencia la vitalidad que las rodeaba.

En un rincón del ágora, un orador hablaba apasionadamente sobre la democracia, la igualdad y la justicia, sus palabras tocando los corazones de aquellos que soñaban con un futuro mejor. Pero para las cazadoras, esas palabras eran simplemente ecos de un pasado que ya no podían alcanzar.

Lysandra, su cabello oscuro ondeando suavemente en la brisa, giró hacia Clio, su voz apenas un susurro, "¿Alguna vez te preguntas, Clio, si podríamos haber sido parte de este mundo si las cosas hubieran sido diferentes?"

Clio, su mirada fija en el horizonte, respondió con una voz igualmente suave, "Nosotras somos sombras, Lysandra, condenadas a vagar por los bordes de su luz. Este mundo ya no es para nosotras."

Mientras las cazadoras se movían por la ciudad, sus pasos las llevaron hacia las afueras, donde los muros de la mansión se alzaban, inmutables e imperturbables ante el paso del tiempo. Dentro de esos muros, las sirvientas, sus vidas marcadas por la eternidad de sus amos, continuaban su existencia en un estado de perpetua espera, su sangre un tributo constante a los seres que gobernaban su destino.

En las noches, Clio y Lysandra cazaban, sus cuerpos moviéndose con una gracia letal a través de las sombras, sus ojos brillando con una luz sobrenatural. Los hombres lobo, esas criaturas de furia y carne, aprendieron a temer a las figuras oscuras que los cazaban, y las noches se llenaron con el sonido de sus aullidos de miedo y rabia.

Y así, mientras Atenas se embarcaba en un período de renacimiento y esperanza, las cazadoras, eternas en su oscuridad, tejían su propio camino a través de los siglos, su existencia una paradoja de muerte y eternidad en un mundo que se movía hacia la luz.

Las historias de la ciudad y las cazadoras, tan diferentes y aún así intrínsecamente entrelazadas, continuaban, cada una un reflejo de la otra, luz y oscuridad coexistiendo en un equilibrio precario que perduraría a través de los eones.