Año 402 a.C., Atenas.
La mansión, una vez llena del poder oscuro y la presencia imponente de Adrian, ahora resonaba con una quietud inquietante. Clio, con sus ojos etéreos y figura etérea, vagaba por los pasillos, sintiendo la ausencia de su creador en cada rincón sombrío.
Lysandra, por otro lado, encontró una especie de paz en la ausencia de Adrian. Aunque su entrenamiento y lecciones habían sido brutales, también le habían dado un propósito y una dirección que había estado ausente durante tanto tiempo en su vida.
Las noches se deslizaban en una rutina, con Clio y Lysandra patrullando los terrenos de la mansión, protegiendo a las sirvientas y asegurándose de que las criaturas de la noche se mantuvieran a raya. Las criaturas, hombres lobo, como Lysandra los llamaba, eran escurridizas y astutas, pero la combinación de la fuerza bruta de Lysandra y la velocidad sobrenatural de Clio demostró ser un adversario formidable para ellas.
Una noche, mientras las dos mujeres se enfrentaban a una de estas criaturas, Clio, con su espada en alto, pausó, su mirada fija en los ojos amarillos del hombre lobo. Había una inteligencia allí, una astucia que era imposible de ignorar.
Lysandra, notando la pausa de Clio, gritó, "¡Clio, no te detengas! ¡No son humanos, son monstruos!"
Pero Clio, bajando su espada lentamente, se acercó a la criatura, su voz un susurro suave, "¿Quién eres?"
El hombre lobo, su cuerpo temblando, respondió con una voz que era una mezcla de gruñido y palabras, "Nombre... era... Lykos."
Lysandra, su espada aún en alto, miró a Clio con incredulidad, "Clio, ¿qué estás haciendo?"
En un instante, la serenidad de la escena se rompió cuando Lysandra, con una resolución feroz, se abalanzó hacia adelante, su espada se deslizó con precisión, y la cabeza de Lykos rodó por el suelo. La criatura cayó, su cuerpo convulsionando brevemente antes de quedar inmóvil.
Clio, volviendo su mirada hacia Lysandra, no mostró emoción, pero una sombra de conflicto cruzó sus ojos. Lysandra, con la respiración agitada, justificó, "No podemos permitirnos ser débiles, Clio. Adrian nos enseñó eso."
Las noches que siguieron estuvieron llenas de una tensión palpable. Clio y Lysandra continuaron su vigilancia, pero una brecha se había formado entre ellas, una diferencia en sus perspectivas que no podía ser fácilmente sanada.
Mientras los años se convertían en décadas, la mansión se mantuvo como un bastión oscuro en medio de un mundo cambiante. Clio, su eternidad extendiéndose ante ella, se sumergió en una existencia de rutina y reflexión, mientras que Lysandra, aunque mortal, se aferró a la vida y la venganza, su odio hacia las criaturas de la noche ardiendo tan ferozmente como siempre.
Y así, mientras los siglos pasaban fuera de los muros de la mansión, dentro de ellos, se tejían historias de desconfianza y desafío, historias que perdurarían incluso más allá del despertar de un vampiro antiguo.