Año 421 a.C., Atenas.
Las primeras señales de la tormenta que Adrian y Clio anticipaban no tardaron en manifestarse. Los vientos del norte trajeron consigo nubarrones oscuros que oscurecieron el cielo de Atenas, y con ellos, una tensión palpable se instaló en la ciudad. Los ciudadanos, ya desgastados por la guerra y la hambruna, veían en esta tormenta un presagio de más desgracias por venir.
En la mansión, las sirvientas murmuraban entre ellas, sus voces un susurro nervioso que se deslizaba por los pasillos. La inminente tormenta, tanto literal como figurativa, había infundido un miedo sutil en sus corazones. Clio, moviéndose entre ellas, ofrecía palabras de consuelo y aseguraba que la mansión era segura, que las paredes que habían resistido durante siglos seguirían firmes.
Adrian, mientras tanto, se encontraba en las profundidades de la mansión, en una sala oculta donde los susurros de las sirvientas no podían alcanzarlo. Sus manos recorrían antiguos textos y artefactos, su mente buscando cualquier conocimiento que pudiera ofrecer una ventaja en los tiempos oscuros que se avecinaban.
La primera lluvia llegó con una ferocidad implacable, las gotas golpeando la tierra con una furia que parecía personal. Los ciudadanos de Atenas, atrapados en la tormenta, corrieron en busca de refugio, sus gritos perdidos en el rugido del viento.
En la mansión, las sirvientas se agruparon en las salas centrales, las ventanas bien cerradas para mantener fuera la furia del exterior. Clio, con una calma que desmentía la tormenta en su interior, se movía entre ellas, su presencia un faro de estabilidad en medio del caos.
Adrian emergió de su retiro, sus ojos reflejando la tormenta que rugía fuera. Se unió a Clio, su figura alta y oscura un contraste con su luz etérea.
"La tormenta ha llegado, Clio", habló, su voz apenas audible sobre el estruendo de la lluvia.
Clio, volviendo su mirada hacia él, asintió. "Y con ella, vendrán más pruebas, Adrian. Pero resistiremos, como siempre lo hemos hecho."
Adrian, mirándola, vio la resolución en sus ojos, y por un momento, un atisbo de respeto cruzó su semblante imperturbable. "Resistiremos, Clio. Pero debemos estar preparados para lo que esta tormenta pueda traer consigo."
Y así, mientras la tormenta azotaba la ciudad de Atenas, dos seres inmortales se enfrentaban a la furia de la naturaleza, sus destinos entrelazados con los de la ciudad y sus ciudadanos, todos ellos a merced de las sombras y las tormentas que se avecinaban.